VALÈNCIA. «Había una vez tres muchachitas que fueron a la academia de policía. Se les asignaron misiones muy peligrosas. Pero yo las aparté de todo aquello y ahora trabajan para mí». Quien así hablaba era un tal Charlie, que repetía este sonsonete al comienzo de cada nuevo capítulo de la serie. Mientras, veíamos a Kally Garrett (Jaclyn Smith) dirigiendo el tráfico a la salida de un centro escolar, a Jill Munroe (Farrah Fawcett) asediada por la burocracia de la comisaría y a Sabrina Duncan (Kate Jackson) poniendo más multas que cuando se prohibió aparcar en el carril bus de València por las noches.
Ellas eran sus ‘ángeles’, es decir, las protagonistas de una serie histórica que trastocó el papel femenino en la televisión. Percepción esta sobre la cual jamás se agotará el debate, entre quienes acusan a la serie de explotar el atractivo de las protagonistas sin vergüenza alguna, y los que mantienen que a pesar de todo, con ellas, se rompieron algunos moldes. Así que olvidemos el comentario condescendientemente machista de su jefe —«había una vez tres muchachitas»— y retrocedamos a mediados de los 70 del siglo XX.
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Los ángeles de Charlie se estrenó en septiembre de 1976 en la cadena ABC, pero sus orígenes se remontan a dos años atrás. Aaron Spelling, que poco tiempo después se convertiría en uno de los nombres fundamentales en el mundo de las series estadounidenses —gracias, entre otros títulos, a Vacaciones en el mar o Melrose Place— y su socio Leonard Goldberg tuvieron una idea que pensaron que era brillante. En aquellos tiempos, la ficción catódica estaba superpoblada por detectives rudos y feos como Kojak o Baretta, que olían a sudor y necesitaban un buen afeitado. ¿Por qué no darle la vuelta a la tortilla? Así que idearon una serie en la que no habría investigadores sino investigadoras. Hasta entonces, el papel protagonista de la mujer estaba relegado a lo cómico, lo doméstico o al mero ejercicio de la bondad. Spelling y Goldberg le contaron su idea a los jefazos de ABC y estos les contestaron que les parecía pésima. Tuvieron que pasar dos años para que el proyecto cobrara forma.
‘Las gatas del callejón’
El proyecto se titulaba inicialmente The Alley Cats (Las gatas del callejón) pero cuando comenzó a desarrollarse fue rebautizado como Harry’s Angels, pero para evitar confusiones con otra serie llamada Harry-O, se eligió el nombre de Charlie. Los dos productores trabajaron el borrador del proyecto con Kate Jackson, quien inicialmente iba a interpretar a Kelly Garrett. Cuando el elenco se completó, hubo cierta frustración porque Spelling y Goldberg querían que sus tres protagonistas fuesen una rubia, una morena y una pelirroja. La rubia era, cómo no, Farrah y la otra morena, Jaclyn Smith. Por primera vez en la pequeña pantalla, tres mujeres se presentaban ante el público siendo fuertes, bellas e inteligentes a la vez. Y por si fuera poco, iban superbién vestidas, que para eso cada capítulo tenía un presupuesto de 20.000 dólares en vestuario.
Lo que el mundo vio en aquella serie fue la sinergia perfecta entre aquellas tres bienhechoras a las que el tal Charlie Townsend, un millonario misterioso al que no conocían en persona, encargaba casos. Las instrucciones las recibían a través de una comunicación telefónica con la voz de John Forsythe (el protagonista de ¿Pero... quién mató a Harry? y Dianstia), quien sustituyó rápidamente a Gig Young por aparecer borracho el primer día de rodaje. Como único enlace de carne y hueso con el patrón tenían al solícito John Bosley (David Doyle), el único varón tangible entre el elenco protagonista. Y lo que el mundo vio también fue a aquellas tres mujeres luchar, correr y disparar sin que se les corriera el maquillaje y, menos aún, despeinarse. Al fin y al cabo, según explicaba Goldman en una entrevista, se trataba de ofrecer algo de glamour.
Los tres ángeles funcionaban de maravilla, pero el gran hallazgo fue Farrah Fawcett. Hasta entonces era prácticamente una desconocida que asomó en la gran pantalla con un breve papel en La fuga de Logan (1976). Al interpretar a Jill Munroe, Farrah se convirtió de inmediato en la novia de América. Su sonrisa iluminaba la pantalla, sus ojos eran espectaculares y su melena no tenía parangón. También tenía un agente muy espabilado que se ocupó de que apareciera en todas y cada una de las portadas de la época. Por aquel entonces, su apellido era Fawcett-Majors, porque estaba casada con Lee Majors, protagonista a su vez de El hombre de los seis millones de dólares. Majors, que era machista como el que más, hizo que en las cláusulas del contrato constara que su mujer tenía que acabar de rodar con tiempo suficiente para poder ir a casa a prepararle la cena. Se separaron, menos mal, en 1979.
Durante su primer año, la serie fue un exitazo de audiencia y se dice que llegó un momento en el que la mitad de los televidentes la veía. «Cuando llegamos al puesto número tres de los programas más vistos quise pensar que era por nuestras interpretaciones», declararía Farrah. «Pero cuando llegamos al primer puesto asumí que todo se debía a que no llevábamos sujetador». Es duro comprobar que una gesta que parece ganada no es más que un espejismo provocado por un calentón colectivo. Convertida en un icono erótico, Farrah dejó la serie después de la primera temporada. Quería crecer como actriz y hacer cine. Goldeberg y Spelling intentaron disuadirla pero no lo consiguieron y su carrera no hizo más que encadenar fracasos. La gente la quería ver como Jill Munroe, pero tras su salida, su personaje no tardó en tener una sustituta a la altura. Cheryl Ladd se encontró con la difícil tarea de sustituir a Majors. No le fue mal porque, a pesar de la desaparición de esta, las audiencias no dejaron de crecer. Hubo más cambios de personal y la serie se mantuvo hasta 1981. En 2000 hubo dos adaptaciones cinematográficas con Cameron Diaz, Lucy Liu, y Drew Barrymore. A finales de 2019 se estrenará un remake protagonizado por Kristen Stewart. Seguro que esta vez nadie se atreve a llamarlas ‘muchachitas’.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 50 de la revista Plaza