Este valenciano curioso atesora 1.200 películas en 35 mm y una colección de setenta y cuatro grandes proyectores de cine, muchos de ellos fabricados en la Comunitat Valenciana, pertenece a una logia masónica, conduce un Delorean como el de Regreso al Futuro, ha escrito un libro y fue candidato de UPyD
VALÈNCIA.-Isidoro, un gato atigrado adornado con una cinta roja al cuello, trepa por mi cuerpo mientras clava sus uñas impunemente en mi antebrazo. Luego, pega su cabeza contra mi piel y se frota mientras Yuri Aguilar habla sin parar como si nada de todo esto estuviera sucediendo. Estamos sentados en una sala de cine casera donde hace un calor espantoso y, por un momento, la escena parece sacada de una película de Woody Allen en vez de una entrevista con un personaje excepcionalmente polivalente como Aguilar, que entraría en la presentación como politólogo, político, escritor, masón, coleccionista... y cinéfilo empedernido.
En el suelo, tumbada sobre la moqueta gris, Noa, una perra mucho menos curiosa, dormita sin prestar atención a nadie. Ni siquiera a su amo, Yuri Aguilar, que tiene treinta y un años y mil caras. Están todos en la casa de Catadau junto al patriarca, quien compró el inmueble cinco años antes de que naciera su hijo. El hombre se sienta al lado, en otra butaca, y mete baza de vez en cuando. Le gusta hablar de la sala de cine que construyó con sus manos, de la familia, de películas... Pero cuando su hijo comienza a conversar sobre política, se levanta y sale por la puerta sin decir adiós.
Yuri Aguilar hace muchas cosas. Un día sale en televisión, otro compra un rollo de película para proyectar en su sala y al siguiente coge el Delorean, arranca y se marcha a dar un garbeo. «No hay otro coche más icónico en la historia del cine. Yo he sido toda mi vida fanático de Regreso al Futuro y me enamoré de ese coche cuando vi la película», afirma.
El deportivo se lo compró a un jubilado de New Jersey hace cuatro años. Yuri aflojó 28.000 dólares y ya fue suyo. Con relativa frecuencia acude al almacén de Catadau donde lo guarda, levanta la puerta hacia arriba y lo arranca. Dar un paseo equivale a exhibirse. En estos tiempos en los que todo el mundo tiene una cámara de fotos en el móvil, conducir un Delorean significa saber que estás siempre en el objetivo. Es un coche muy famoso y no abundan. «Delorean Motor Company cerró en 1982 y la película es de 1985. Gracias a eso, de las 8.800 unidades que se hicieron, se conservan más de siete mil. En España hay treinta y yo soy el feliz propietario de uno».
El coche es un cantazo y donde otro estaría incómodo, Yuri está en su salsa. Por eso relata, divertido, el día que acudió a Brustolon, una histórica heladería de Ruzafa conocida como ‘Los italianos’, y aparcó en segunda fila al lado de un Ferrari despampanante. «Era de un inglés que se estaba tomando un helado en la terraza. Yo me pedí el tiramisú que me pido siempre —en copa, con nata, el barquillo y un chorrito de licor— y al segundo estaba toda la calle haciendo fotos al Delorean. Al verlo, el inglés, ofendido, se levantó, se subió al Ferrari y salió chirriando ruedas».
Yuri Aguilar se dedica a muchas cosas. «Soy todólogo», bromea. Aunque su profesión, concreta, es la de propietario, con su padre, de una empresa de servicios cinematográficos. «Hacemos un poquito de todo, cosas que nadie toca, como la compra-venta de material de segunda mano para cines y coleccionistas. Creo que somos la única empresa profesional con un apartado dedicado a coleccionistas o aficionados que siguen utilizando el formato de 35 milímetros en sus casas. Nos dedicamos a atenderles, buscarles películas, venderles butacas o hacerles reformas de las salas de cine, tanto si es de fotoquímica como digital. Y en verano estamos muy enfocados a proyecciones de cine al aire libre. Gracias a eso el tema de la covid a nosotros no nos ha afectado mucho. Así como otros sectores han sufrido un recorte del cien por cien, nosotros hemos mantenido las proyecciones y nos ha ido muy bien».
Y cuenta que en el museo de enología, por ejemplo, localizaron dos proyectores de cine antiguos pero que nadie sabía si tenían algún valor. «Porque no hay nadie que se dedique a valorar eso, a catalogarlo, a desmontarlo... Pero nosotros llevamos muchos años dedicándonos a archivar catálogos o a buscar documentación para luego poder atender, por ejemplo, a la Filmoteca de València, que tiene muchas piezas que no sabe catalogar. Porque siempre han atendido muy bien la conservación de soportes fílmicos pero cuando un cine les regalaba un proyector antiguo lo almacenaban sin saber lo que tenían. Ahora se han dado cuenta de que tienen un patrimonio muy grande y nos necesitan para gestionarlo. Nosotros siempre recordamos la escena final de Indiana Jones y el arca perdida. Pues eso, que encuentran el arca y acaba perdida en un almacén con cosas que no tienen valor».
Pero eso pasa en las mejores familias. A él mismo le sucedió con un ejemplar de La Pepa —la Constitución de 1812— que tenía medio oculto en su biblioteca. «Ahora, en mi piso de València, cuando entras en casa, lo primero que ves es ese original de La Pepa enmarcado. Tengo una pequeña colección de Constituciones originales y una vez conseguí la de 1812 y la tenía guardada en el despacho. Hasta que un día entendí que era la gran pieza de la biblioteca y que no merecía estar guardada. No tenía sentido. Le encargué un marco a un amigo para tenerla desplegada. Y así tengo ahora algunos cuadros chulos y, al lado, La Pepa enmarcada. Es un buen punto para iniciar una conversación».
Cada vez hace más calor en la acogedora sala de los Aguilar. El gato Isidoro sigue utilizándome como rocódromo mientras Yuri se remonta a sus primeros recuerdos cinematográficos. Lleva una camisa de manga larga, unos pantalones cortos y unas chanclas de Quicksilver. La sala ocupa lo que era la terraza de la vivienda que compró Antonio, el padre. Allí, con sus manos y no mucho presupuesto, fue añadiendo detalles poco a poco hasta completar, en 1998, después de quince años de trabajo, un recinto con veinte butacas una pantalla de 5,25 x 2,25 que oculta cuatro grandes altavoces con cuatro mil vatios de potencia. Una sala por la que uno pagaría una entrada. Por tener, tiene hasta una gran máquina de hacer palomitas haciendo guardia en la puerta.
«Esto del cine yo lo he vivido en casa desde pequeño. Aquí no somos aficionados al fútbol; aquí somos aficionados al cine. Mis juguetes eran latas de cine, bobinas de películas, carteles de cine antiguos, proyectores... Yo iba siempre con mi padre a hacer cosas a los cines, y eso para mí era algo mágico. Y tengo una vertiente muy de rescatar y divulgar». Su fervor por el cine llena hasta el techo de la planta baja que tienen justo al lado de casa. Allí se apilan las latas con las películas de 35 mm. No por el gusto de coleccionar sino por el placer de disfrutarlas, de visionarlas. «Durante el confinamiento, por ejemplo, vimos una peli cada noche», detalla.
Y además de las películas está su obsesión por los proyectores. La prueba está en el vestíbulo. Allí está plantada la única unidad que se conserva del primer proyector que se hizo en España. Es de 1917 y se fabricó en València.
Entre los aparatos y los rollos atesoran una colección colosal: con setenta y cuatro grandes proyectores, de más de doscientos kilos cada uno, y otros cuarenta o cuarenta y cinco más menudos. A eso hay que sumarle mil doscientas películas de 35 mm. «Tenemos más largometrajes que la Filmoteca», presume Antonio.
Yuri salta como Isidoro a la afirmación de su padre para sofocar cualquier brote de polémica: «Cada uno colecciona lo que le gusta; ellos coleccionan una cosa y nosotros otra. Nuestra colección corresponde a nuestro gusto». Lo importante es que llegaron a sintonizar con la Filmoteca cuando José Luis Rado era el director y desde entonces colaboran. «Ahora les sugerimos sacar cada dos meses un proyector del almacén, exhibirlo en el Rialto y lo ponemos en valor. La gente ve que además de películas tienen aparatos cinematográficos que cuentan la propia historia de los valencianos».
La fijación por el cine despertó en la infancia. «Lo que recuerdo es que de niño sentía verdadera fascinación por las máquinas. De pequeño me marcó mucho Germinal (1993), con Gerard Depardieu, tenía escenas muy duras. Yo iba más al cine en los pueblos que en València. Como en Catadau, donde vi Los comancheros (1961). La primera vez que recuerdo haber estado en un cine comercial fue para ver Matilda (1996). Pero yo tenía la suerte de conocer cines como el Oma, en Puerto de Sagunto, que era una sala monumental, con lámparas de araña... Íbamos a proyectar películas a cines que, desafortunadamente, ya no existen».
Yuri vive del cine, pero él, en verdad, había estudiado Ciencias Políticas. Atrás quedaba el sueño de la infancia de ser escritor, una profesión que tenía idealizada, y el deseo de hacer cine. «Me gustaba, pero he de reconocer que no soy una persona creativa, no tengo mucha imaginación». Llegado el momento se decantó por Comunicación Audiovisual, «pero me cogieron los amigos y me dijeron: ‘A ver, Yuri, ¿alguien como tú, qué va a aprender en una carrera como esa con todo lo que sabes’. Y fue cuando me decidí por la política, que siempre me había interesado. La disfruté mucho: te ayuda a entender la realidad, pero nunca dejé el cine…».
A los dieciocho años metió la cabeza en UPyD. Allí se hizo un hueco y llegó, incluso, a ser candidato al Congreso por Valencia en diciembre de 2015. «Aunque obtuve un resultado bastante malo porque Ciudadanos ya era el niño bonito de la prensa».
«aquí no somos aficionados al fútbol; aquí somos aficionados al cine. mis juguetes eran latas de cine, bobinas de películas, carteles de cine, proyectores…»
Su paso por la política, para los no expertos, se recuerda por una frase que despertó a todos del sopor: «En UPyD somos un partido que se presenta sin trampa ni [Toni] Cantó». Un bofetón en la cara de su antecesor, que Aguilar había urdido horas antes. «Lo solté en un debate con los cabezas de lista de los partidos. Estaba reunido con mi equipo de campaña y les dije: ‘Yo creo que esta noche tengo que decir algo que podamos viralizar porque por muchas propuestas que tenga no vamos a sonar. Tenemos que decir algo que sea gamberro, pero que no sea faltón’. Y se me ocurrió eso para denunciar el transfuguismo de Cantó en abril de 2015. Se fue el día que teníamos todos los folletos, todos los carteles y todas las papeletas impresas. Y fue una cosa orquestada porque ya lo había negociado así con Albert Rivera. Estaba todo muy calculado. Ahí se fue todo nuestro presupuesto. Yo denunciaba eso, que era un tramposo. Lo conocía bien: yo fui su jefe de campaña en 2011. Y me costó mucha pasta, que el tío no suelta ni uno... Siempre que había que pagar en un restaurante, le sonaba el teléfono y salía... A mí me costó mucho dinero. Pero lo importante es que aquel vídeo se hizo viral y la frase fue trending topic nacional. Con eso logré que la gente me escuchara».
Durante ese periodo se sintió pequeño, pero disfrutó. «En diciembre de 2015 me presenté a las primarias del partido por Valencia y fui el candidato más votado. Aprendí muchísimo. Era candidato en igualdad de condiciones con Joan Baldoví, con Elena Bastidas, Ana Botella... Lo repetiría sin dudarlo, aunque perdí hasta la camisa porque lo pagaba todo de mi bolsillo».
Dos meses después, en vista del lúgubre panorama que se le presentaba al partido, se dio de baja. No fue un paso triunfal por la política pero está satisfecho por el balance final. «Aprendí mucho. Con Joan Baldoví me llevé muy bien y me ayudó. El resto, Bastidas, Botella o Sixto, me miraban con asco. La etapa política pasó. Pero yo no me dejé la política, la política me dejó a mí».
Su padre se ha fugado. Y hasta el gato Isidoro parece haberse hartado de la política. Está claro que es necesario un giro, algo digno de una sala de cine, un golpe de efecto. Ha llegado el momento de hablar de la masonería. Porque Yuri Aguilar, además de todo lo anterior, también es masón. Este episodio arranca en la Universitat de València. El aspirante a politólogo siempre había sentido curiosidad. A lo largo de su vida había descubierto que personajes notables de la historia habían estado ligados a la masonería. En la facultad hizo amistad con un profesor que le presentó a un amigo masón. Se entrevistaron y el estudiante pidió una oportunidad. «No sabía muy bien lo que era, pero tenía una muy buena predisposición hacia la institución. Entonces sometió mi candidatura y entré».
Ya lleva diez años en la logia Germanías 8. Como todos ha pasado por diferentes cargos y su influencia da la sensación de colmarle. «A pesar de lo antigua que es creo que tiene vigencia. Si soy mejor persona, mejor pareja, mejor amigo o empresario es gracias, en parte, a la logia. Allí se hablan de cosas y se filosofa mucho. Es una institución fraternal y espiritual. Es necesario creer en algo. Soy católico pero no siento una pulsión católica. La masonería pone a tu disposición una serie de herramientas, que son filosóficas, y si tú las pones en práctica creo que llegas a ser mejor persona. A mí me ha servido de mucho y también para conocer a gente maravillosa. La mayor parte de mis amigos son gente de la logia».
A Yuri le encantan las ceremonias y el boato que lleva consigo. Para esos rituales se viste con traje de chaqueta, la corbata azul con el escudo de su logia y un mandil y un collar de diferentes tipos. «Este año voy a ser director de ceremonias», anuncia con orgullo, aunque menos que al hablar de su momento cumbre. «Un año llegué a ser Venerable Maestro, el oficio más importante y la cabeza de la logia. Lo he sido en dos ocasiones. Me sentaron en la silla del rey Salomón en septiembre de 2015. El grado más alto es el de Maestro Masón. Te da mucha relevancia en tu logia y te otorga una serie de privilegios en toda la comunidad masónica en España. Lo bueno de la logia es que pasas por todos los oficios. Y del de Venerable Maestro, que es el más visible, pasas al más escondido, que es el de guarda del templo exterior. Para que veas que puedes pasar de dirigir los trabajos a estar a cargo de que nadie disturbe los trabajos de la logia. Pasas por todos los lados».
«si soy mejor persona, mejor pareja, mejor amigo o empresario es gracias, en parte, a la logia. allí se habla de cosas y se filosofa mucho»
La entrevista va llegando a su fin. Yuri no para de secarse la frente intentando no tocar las gafas. Las butacas nos abrazan como si fueran abrigos de pieles y el aparato de aire acondicionado parece de atrezo. Pero él no piensa irse sin hablar de su libro. La historia de España en 50 tuits (Ediciones Martínez Roca) está siendo un éxito y ya va por la tercera edición. Por si acaso, en noviembre del año pasado, Yuri Aguilar (o al menos eso dice la firma del comentario) entró en la plataforma de Casa del Libro y dejó su opinión: «Divertido, ameno y fácil de leer». Y, como un campeón, le dio la máxima puntuación: cinco estrellas.
La obra de divulgación, que hace el juego de colocar a personajes de la historia de España bajo el prisma actual, está escrita a cuatro manos: Yuri Aguilar y su amigo Miguel Poyatos hicieron el ejercicio de pensar que Fernando VII hubiera sido un hater en las redes sociales. O que Massiel se hubiera convertido en trending topic el día que ganó Eurovisión. O cómo hubieran actuado los diputados del Congreso el 23F, cuando entró Tejero armado, si hubieran tenido Twitter a mano. Un recorrido que va desde Numancia hasta el 15 M. Yuri asegura que no se va a hacer rico gracias a la literatura. «Me llevo 89 céntimos por cada libro que vendo», revela.
Tampoco parece que le falte. Jura y perjura que no está forrado, que el Delorean no llegó ni a los treinta mil euros y que su riqueza es cruzar la puerta contigua a su casa y entrar en un mundo repleto de latas redondas con nombres de películas. Y que eso le ha permitido llevar a su novio a la sala y proyectarle su película favorita: Master and Commander. O que todos los amigos quieran reunirse en su casa y, ya que están, poner una peli. Cada copia le cuesta quinientos y seiscientos euros, y hay títulos y directores que se le resisten. Como Quentin Tarantino, Christopher Nolan o algunas cintas de Woody Allen. En un lateral, apoyados contra la pared, hay tres carteles de película: Skyfall, The Artist y El fantasma del paraíso.
Su última adquisición ha sido Harry Potter y la piedra filosofal. «En España es imposible encontrar nada de Harry Potter porque la distribuidora es Warner, que es muy celosa con las copias; cuando acababa la distribución destruía las copias. Así que hay que recurrir al extranjero y, especialmente, a Estados Unidos». ¿Pero acaso hay algo que se le resista a Yuri Aguilar?
* Lea el artículo completo en el número 72 (octubre 2020) de la revista Plaza
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