Ganadora de varios Baftas y Emmys, y también de un Globo de Oro, 'Arriba y abajo' logró que una serie más británica que el té de las cinco encandilara a espectadores de todo el planeta, incluidos los norteamericanos
VALÈNCIA.-En abril de 1981, llegaba a la televisión española una serie británica titulada Arriba y abajo. Se emitió en la segunda cadena, sin darle demasiada importancia, a pesar de que la producción, estrenada originalmente en Inglaterra en 1971, contaba con un prestigioso palmarés de premios. Claro que TVE también hizo algo similar con Dallas, así que no descartemos que los programadores de entonces anduvieran algo despistados. Lo que sí parece posible es que fuese el éxito de esta serie norteamericana y de su sucesora, Dinastía, lo que abriera las puertas para la recuperación de esta joya de la corona catódica británica.
Sí, aparentemente los líos chillones y horteras de los Ewing o los Carrington no tienen nada que ver con la contención y el señorío de lo que ocurre en el 165 de Eaton Place, la residencia de los aristocráticos Bellamy. Nada que ver, cierto, excepto que en ambos casos hablamos de eso que los anglosajones solían llamar soap operas, dramas familiares en los que las pasiones y las intrigas se entrecruzan. Arriba y abajo, que en 1982 abandonó el UHF para pasar a la primera con todos los honores, es uno de los clásicos de la ficción televisiva de todos los tiempos. La historia que durante cinco años fue contándole a los televidentes no tenía precedentes en cadena alguna. Protagonizada a parte iguales por los Bellamy y su equipo de sirvientes, sentó las bases de esa ficción de alta calidad a la que hoy estamos tan acostumbrados gracias a los contenidos de la cadena HBO.
La serie estaba estupendamente escrita y excelentemente interpretada por un elenco de actores y actrices que en su mayoría procedían del teatro. La acción transcurría mayormente en el interior de la casa de los Bellamy, con lo cual quedaba restringida a escenas domésticas. Más que cualquier otra cosa, los guiones sacaban a la luz un tema tan británico como es la obsesión por la diferencia de clase social, una cuestión que era la espina dorsal de la serie.
La idea original del guión proviene precisamente de la conciencia de clase. Dos actrices, Jean Marsh y Eileen Atkins, idearon una comedia en la que los protagonistas serían los criados de una familia burguesa británica. Una vez descubrieron que en escena no solamente tenían que estar los criados, porque sin alguien a quien servir, su papel perdía brillo, incluyeron también a la familia. Los padres de ambas actrices habían servido en casas de la alta burguesía británica y querían rendirles homenaje hablando de esa experiencia, de cómo es pertenecer a una familia cuya labor y objetivo primordial es servir a otra.
La idea terminó convertida en proyecto televisivo, pero exenta ya del toque de comedia. Iba a llamarse 165 Eaton Place hasta que empezó la producción del primer capítulo. A partir de entonces y hasta su final, sería conocida como Upstairs, Downstairs, frase que hace referencia a los lugares de la casa habitados respectivamente por los señores y por el servicio. La cadena televisiva ITV apostó por producirla pero como su departamento comercial no le veía demasiadas posibilidades a una trama de esas características, tardaron un año en estrenar la primera temporada.
Una vez descubrieron que en escena no solamente tenían que estar los criados, porque sin alguien a quien servir, su papel perdía brillo, incluyeron también a la familia
Contra todo pronóstico, la serie, que apenas gozó de promoción, se convirtió en un éxito. El público quedó fascinado por las dos tribus que convivían en los diferentes niveles de la casa de Eaton Place. Arriba, los amos, los Bellamy. Richard Bellamy es un político con ambiciones que sueña con llegar al Parlamento, cuyo matrimonio con la rica Lady Marjorie no es del todo bien visto por los padres de esta, ya que consideran que su atildado yerno no acaba de estar a la deseable altura social que merece la alcurnia de su hija. El matrimonio tiene dos hijos, Elizabeth, que desarrollará simpatías hacia causas como el socialismo y el feminismo que pondrán muy nerviosos a sus conservadores padres; y James, algo más caprichoso y atormentado, que terminará teniendo un hijo ilegítimo con una de las criadas de la casa.
En el sótano nos encontramos con el servicio. Gordon Jackson interpreta al hierático Angus Hudson, el mayordomo más contenido y complejo del audiovisual anglosajón, todo un precursor del personaje que Anthony Hopkins interpretaría en Lo que queda del día. Rose Buck, que es hija de sirvientes y que no ha hecho otra cosa en su vida más que servir —con todo lo que esto implica—, y la cocinera Kate Bridges (interpretada por Jean Marsh, papel que ella escogió a conciencia) completan esa especie de jefatura doméstica bajo la cual operan unos cuantos sirvientes más. A destacar, por ejemplo, el chófer Edward y la segunda doncella Daisy, que se enamoran y consiguen casarse y seguir trabajando en la casa, algo habitualmente prohibido pero que los Bellamy, a veces más progresistas de lo que podríamos intuir debido a su fachada social, permiten en este caso.
Este tipo de conflictos y dualidades son las que hacen que la sangre bombee en cada uno de los episodios. Por una parte, las apariencias, la presión social, el mantener como sea una casta que comenzaba a tambalearse. Porque si algo nos cuenta Arriba y abajo es la caída de esa aristocracia que vivió su esplendor en la época victoriana y que se enfrenta a su ocaso durante la eduardiana. Los Bellamy pertenecen a una época que se apaga. La serie comienza en 1903 y termina en 1930. Durante casi tres décadas, la familia y sus criados asistirán a los cambios que el nuevo siglo trae consigo. La llegada de la electricidad, el sufragismo, la primera Guerra Mundial y el crack financiero de 1929. Un trasfondo histórico que marca historias en las que surge el adulterio (Lady Marjorie sucumbe a la pasión con un amigo de su hijo), la homosexualidad o el feminismo. Los habitantes del número 165 de Easton Place son casi como dos familias —eso lo llega a decir Lady Marjorie—, pero por más que sus vidas estén condenadas a cruzarse, por más que compartan un techo y unas circunstancias, por más que la incertidumbre y el dolor del poderoso despierte la empatía del humilde, nunca se les permitirá que se sientan como iguales.
* Lea el artículo completo en el número 73 (noviembre 2020) de la revista Plaza