VALÈNCIA. Si hay una cuestión que condiciona la convivencia de ciudades como València, aunque no protagonice tantos titulares en los medios como la del carril-bici, es la del bienestar animal, y en concreto, de las mascotas. La convivencia cívica en las urbes entre los diferentes seres vivos no es un tema menor, como bien muestran los datos de población, así como las acciones (e inacciones) de los gobiernos, tanto local, autonómico, estatal, e incluso europeo.
Según el RIVIA, el sistema de identificación obligatorio para perros de la Comunidad Valenciana, solo en la ciudad de València existen 93.282 perros y 7.000 gatos registrados por el Colegio Oficial de Veterinarios (una cifra que sube hasta casi un millón en el conjunto de la Comunidad Valenciana). El propio Joan Ribó, en unas declaraciones a la radio, confirmó hace unos meses que en València “viven más mascotas que niños”.
De cara al exterior, siendo conscientes del boom turístico de la ciudad de València, cualquier aspirante a gestionar uno de los destinos vacacionales más atractivos de Europa debe situarla a la altura de las ciudades más punteras en cuanto a la etiqueta Pet friendly. Para que sea una realidad, por tanto, no solo puede ser de puertas afuera, sino también de puertas adentro.
¿Qué significa la etiqueta Pet friendly para un ciudadano, por ejemplo, de Holanda, Bélgica, Francia, Alemania o Italia? Pet friendly es movilidad casi total con su perro por edificios públicos, tiendas, centros comerciales, museos (hasta restaurantes, en el caso de Francia); supone viajar en cualquiera de los medios de transporte público disponibles, sea cual sea el tamaño de la mascota (y sin transportín); significa tener acceso a extensas zonas de socialización; obviamente también obliga, según cada ordenanza, a realizar meticulosos cursos de educación canina, gratuitos o subvencionados, que favorezcan la convivencia. Con todas esas ventajas, al ciudadano europeo no le parece en absoluto negativo el pago de una tasa municipal por mascota, algo que se planteó aquí pero rápidamente desapareció de los titulares, tal vez porque solo se habló de la cuestión impositiva y no tanto de cómo podría revertirse (cursos de educación, centros para animales abandonados, más zonas de socialización, etc). En las ciudades europeas con sensibilidad social, además, dicha tasa suele excluir a los más vulnerables.
Si repasamos los programas de los partidos para estas municipales, Compromís destaca la urgencia de “llevar a cabo una actualización de la Ordenanza municipal sobre Tenencia de Animales” (actualmente estamos regidos por una de 1990), una situación tan acuciante que en la actualidad el sacrificio cero de animales abandonados realmente es una decisión social, pero no jurídica. El documento tampoco castiga las mutilaciones estéticas, ni los collares de castigo para perros, prácticas que ya han sido erradicadas en ciudades como Madrid o Barcelona y otras tantas de Europa. Holanda ha llegado aún más lejos: a partir del 2020 los collares que producen descargas eléctricas estarán prohibidos. Mientras, en València seguimos en 1990.
La Concejalía de Bienestar Animal, administrada por Gloria Tello, ya curtida tras cuatro años de gestión, trata de paliar el grave problema de abandono animal, por una parte, a través de campañas de concienciación contra el abandono y a favor de las adopciones, además de talleres de sensibilización y educación sobre tenencia responsable en colegios y otros centros, con resultados, según cifras oficiales, positivos (entre un 15% y un 30% más de adopciones).
En segundo lugar, está en marcha la construcción de un nuevo centro municipal de acogida de animales en Tavernes Blanques (con cabida para 155 perros y 104 gatos), que estará supuestamente en marcha dentro de dos años. Más allá de su titularidad municipal (y no como una concesión publico-privada, como hasta ahora), llama la atención su reducido aforo.
Porque el problema crucial es precisamente la capacidad de abarcar la gran afluencia de animales abandonados que recoge València. Se podría llegar a pensar que, dado que estamos hablando de una zona urbana, el abandono de canes procedentes de la caza, por ejemplo, no tendría por qué afectar a la urbe. Lamentablemente dicha presunción es errónea y los animales que tienen “suerte” acaban en protectoras como la de València, tras huir desde zonas limítrofes. Por este motivo, diversos colectivos animalistas manifiestan dudas sobre la capacidad del próximo centro de acogida, cuando se trabaja sobre el objetivo (social), además, de un “sacrificio cero”. Es obvio que se deben realizar otras acciones en paralelo que ataquen el problema de raíz.
Por parte del PSPV, Sandra Gómez ha mostrado su orgullo porque València vaya por la senda adecuada para convertirse en una ciudad Pet friendly. Esta misma semana, en un acto de campaña, la candidata a la alcaldía proponía subvencionar la primera visita al veterinario si la mascota procede de una adopción por abandono y mostraba su preocupación porque las instalaciones municipales se vean saturadas cada cierto tiempo.
En ese sentido, para el PSPV el verdadero caballo de batalla en cuanto a Bienestar Animal está ahora mismo en la cancha de la Generalitat, dado que tiene pendiente publicar, en cuanto el nuevo gobierno arranque, el anteproyecto de Ley de la Generalitat Valenciana, sobre protección, bienestar y tenencia de animales de compañía. Porque si en el Ayuntamiento de València vivimos en 1990, en la Generalitat Valenciana, normativamente hablando, estamos en 1994.
Si continuamos repasando los programas políticos, Unides Podem-EUPV, entre otros temas, incide en la necesidad de “regular la crianza de animales de compañía en domicilios particulares”, una cuestión sin duda clave. Precisamente desde Europa reclaman también más medidas al respecto, invadidos por las mafias de venta ilegal de cachorros.
El registro del RIVIA, en ese sentido, se vuelve una herramienta tremendamente útil para que, ante un caso de pérdida, las mascotas sean fácilmente retornadas a su domicilio con la colaboración de la policía local, o si se trata de un caso de abandono, se acaten unas leyes que lo castiguen. Sin embargo, una considerable proporción de los canes que terminan en las protectoras no tienen chip. Crear un sistema de control sobre la crianza de animales de compañía en cualquiera de sus escenarios mejoraría sustancialmente el problema de saturación de los centros de acogida, porque facilitaría las devoluciones y las sanciones por incumplimiento.
No podemos obviar en este escenario un lobby complicado: la Federación Valenciana de Caza, con 50000 personas federadas. El conflicto alrededor de la caza obliga a los políticos a hacer requiebros antes de posicionarse definitivamente (más ahora, con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina). Pero una vez finalizadas estas, será el momento de publicar la nueva ley sobre bienestar animal, que además delega en los municipios gran parte de las decisiones.
En cuanto a la postura de la oposición, Ciudadanos y PP han mostrado una mentalidad bipolar, al pasar de prometer “el sacrificio 0 de las mascotas” en su programa autonómico, a firmar durante la campaña del 28A (tanto Isabel Bonig como Toni Cantó) un acuerdo de apoyo a la Federación de caza de la Comunidad Valenciana, añadiéndole la coletilla de “responsable”. La FCCV, en sus alegaciones a la futura ley autonómica, expresó su rechazo a que se incluya en ella a los perros de caza o a que se consideren abandonados a los que se pierden durante la caza (y así evitar las sanciones).
Los avances en la anterior legislatura desde la perspectiva local son más que evidentes. Uno de sus mayores éxitos ha sido la construcción de nuevas zonas de socialización para canes alrededor de los barrios, algunas de ellas con instalaciones inmejorables, como las del Parque Central; otras, que han resultado algo pequeñas para animales grandes, como la de Safranar; o, por último, existen casos de áreas saturadas de afluencia, como es el caso de la plaza de Enrique Granados en Patraix. En definitiva, se necesitan más espacios y de mayores dimensiones, dado el nivel de población.
Las mascotas tienen necesidades de movilidad, al igual que los ciudadanos. Curiosamente, cuando se debate sobre este aspecto con la mente puesta en disminuir las emisiones de CO2, reiteradamente se obvia este nicho. Su única opción, más allá de ir a pie, se reduce al coche, algo que se pretende reducir en la ciudad.
En la actualidad, en València ninguna mascota puede desplazarse en Metrovalencia (a no ser que sea lazarillo), ni subirse en un autobús (dentro de muy poco tiempo podrá hacerlo, pero siempre y cuando sea pequeño y además viaje en un trasportín. Olvídense el resto). Un agravio comparativo frente a otras ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao, París, Berlín, Bruselas, Amsterdam, Roma, Milán, etc.
Una de las medidas más simples pero eficaces que han aparecido en estos últimos tiempos es la propuesta de algunos Ayuntamientos, como Mislata o Elche, de animar a la ciudadanía a limpiar los orines de sus canes con una simple botella de agua, regalo del consistorio, y que se puede enganchar cómodamente a la correa. Joan Ribó ya expresó su agrado por esta medida higiénica. Desde luego, un paso más para que València sea de forma total una ciudad amiga de los animales.