Su archivo, lleno de documentos de gran valor, permanece en Mallorca. En él se encuentra información clave para entender la historia de la Comunitat Valenciana, España y Europa
VALÈNCIA.- Pocos linajes valencianos se le pueden comparar. La casa de los condes de Olocau fue una de las principales familias de la nobleza valenciana de la Baja Edad Media y Edad Moderna. Su influencia y relaciones abarcaron toda Europa. La baronía, presente en la historia de la Comunitat Valenciana desde finales del siglo XIII, pasó a manos de la familia Vilaragut en 1368. Desde entonces hasta su marcha a Mallorca, estos descendientes del rey Teodor de Hungría hicieron de esta localidad en la comarca de Camp de Túria un lugar de referencia en el mundo. Nos pusieron en el mapa.
Cuando el saber era contado, cuando la información tardaba meses en llegar a su destino, hasta el castillo de esta localidad valenciana arribaban los ecos más recientes de la Europa central con los documentos y manuscritos más secretos, confidencias de reyes y pecados de papas. No en vano, los condes de Olocau «llegaron a alcanzar puestos políticos muy relevantes en las altas esferas de la monarquía hispánica bajo los Austrias», comenta el historiador valenciano Kilian Cuerda.
Barones antes que condes, el actual título nobiliario les fue concedido en el siglo XVII, en el contexto de las guerras europeas de los Austrias. Tal y como relata Paz Lloret Gómez de Barreda en un artículo sobre Alonso de Vilaragut, fue el 18 de febrero de 1628, hace ahora 490 años, cuando la Cancillería real despachó el privilegio del título de conde a don Alonso por los servicios prestados a Felipe IV en Monzón. Accedía así la familia valenciana a la nobleza titulada, una distinción que le costaría la vida a don Alonso.
En 1630 fueron requeridos de nuevo sus servicios por el monarca, con ocasión del conflicto por la sucesión al ducado de Mantua-Monferrato. Don Alonso, pese a estar enfermo de malaria, acudió personalmente a la guerra junto con su primogénito don Jorge. La compañía del conde de Olocau partió del Grao de València el 18 de diciembre. Todo indica que después de acudir a Monferrato pasó a Flandes donde murió sirviendo a Felipe IV, relata Gómez de Barreda. El 5 de julio de 1632 llegaba a València la noticia.
Los tres armarios que conforman el archivo se le revelaron como un tesoro, un caudal único de información
La muerte de don Alonso no supuso, ni mucho menos, el final de la familia, que fue perviviendo en el tiempo gracias a alianzas y matrimonios con otras familias nobiliarias. Desde principios del siglo XX los herederos de los condes de Olocau residen en Palma de Mallorca. Con ellos se llevaron el archivo familiar, un tesoro bibliográfico, según Cuerda. Hace cinco años, mientras preparaba su tesis doctoral sobre arqueología del paisaje en la zona de la Serra Calderona, tuvo el privilegio de tener acceso a él y lo que encontró superó las expectativas más fantasiosas.
Cartas firmadas de puño y letra por el rey Alfonso el Magnánimo, traducciones manuscritas de libelos inéditos en España, patentes de corso del XVII que recuerdan que dos siglos antes otro Vilaragut, Jaume, fue el inspirador de las aventuras de Tirant lo Blanch... Los tres armarios que conforman el archivo se le revelaron como un tesoro, un caudal único de información. Por todo ello Cuerda lo considera «un patrimonio cultural e histórico de primera magnitud para el pueblo valenciano».
En él se conserva, por ejemplo, documentación de alto nivel como las concordias entre obispos, que en la Edad Media eran importantes señores feudales, avaladas por el papa de turno, así como correspondencia de la casa de Olocau con los reyes de la casa Habsburgo. Una importante colección de pergaminos y «muchos» libros de cuentas se dan cita con procesos judiciales, inventarios, planos de posesiones rurales desconocidos en las localidades valencianas que reflejan, junto a grabados y documentación tan singular como árboles genealógicos «de gran belleza», dice Cuerda.
Los materiales presentan, en general, un muy buen estado de conservación, siendo alguno de los pergaminos de fechas tan tempranas del Reino de Valencia como 1246. También posee algunos tesoros bibliográficos como el manuscrito de la traducción castellana de la obra Secretísima instrucción.
«Estamos ante un tipo concreto de archivo, que en este caso es un archivo nobiliario privado —explica Cuerda—. Este tipo de archivo suele presentar problemas de conservación, por la propia historia de las familias aristocráticas originarias de época medieval: su patrimonio puede disolverse o concentrarse por la política de matrimonios entre unas casas y otras, y al ser privado no necesariamente conservarse para la sociedad», comenta.
En otros casos estos archivos se disgregan por motivos tan previsibles como la extinción de las casas nobiliarias en un momento dado, perdiéndose los documentos en rastros, casas de antigüedades o subastas; también por la pérdida o abandono por parte de alguno de los titulares. Del mismo modo, se han producido destrucciones de archivos nobiliarios por ejemplo durante la guerra de Independencia, la revolución liberal en el siglo XIX o también durante la Guerra Civil.
No es el caso del archivo de los condes de Olocau. El celo de generaciones ha permitido que llegue prácticamente intacto hasta nuestros días, un hecho en el que han confluido tanto su afán como la dosis imprescindible de suerte. Nada sobrevive más de siete siglos sin una pequeña contribución de la diosa Fortuna.
Hasta ahora lo hemos conservado nosotros sin apoyo de la administración y queremos que siga siendo así», afirma Zaforteza
Dice María Zaforteza, la actual descendiente de los condes de Olocau, que para ella, además de su importancia histórica, otro valor añadido del mismo es «la historia de mi familia». De ahí que se muestre remisa a la posibilidad de cederlo a administración alguna, ya sea valenciana o nacional, porque sería poco menos que entregar su memoria. «Hasta ahora lo hemos conservado nosotros sin apoyo de la administración y queremos que siga siendo así», asegura.
Una actitud lógica si bien el dilema surge cuando se tiene en cuenta otra característica que despierta gran interés entre los historiadores de este archivo, y es que contiene documentación sobre los pueblos bajo los dominios de los condes de Olocau que no existe en ningún lado. Porque en él hay mucho más que los documentos del condado (las actuales Olocau, Marines y Gàtova), ya que también recoge archivos y documentación relativa a otros lugares como Genovés, Llocnou de la Corona, Segorbe, o a propiedades en València, Torrent, Xàtiva, Tous... obtenidas todas ellas merced a la política de alianzas matrimoniales y la misma expansión de la familia nobiliaria.
Además, al ser un archivo privado de una casa nobiliaria, guarda buena parte de la documentación diaria de la gestión de estos señoríos, con los juicios de todo tipo que se celebraron allí, los libros de gestión económica y pago de rentas que nos informan del estilo de vida y los negocios de la época a la manera de recortes de periódico, las cartas de población y los pergaminos de marcación de límites del señorío.
Esto proporciona detalles sobre el día a día de las comunidades rurales de la Valencia medieval, buena parte de ellas mudéjares y moriscas, de las que no se dispone de tanta documentación como de los cristianos, insiste Cuerda, y de las zonas de realengo. ¿Hasta qué punto? Hasta la precisión absoluta.
Así podemos conocer con nombre y apellido a los habitantes de origen andalusí de Olocau, Marines o Gátova, por ejemplo, como si tuviéramos frente a nosotros una guía de teléfonos. También se pueden conocer los conflictos que tuvieron los aldeanos con su señor, qué rentas pagaban, qué posesiones tenían, y detalles tan exactos como quiénes eran los que gestionaban la carnicería de un pueblo en tal año, el molino o el horno del señorío en tal otro. Por saber, podemos hasta conocer quiénes fueron los nuevos pobladores que ocuparon el territorio, en qué casas y en qué tierras, tras la expulsión de los moriscos.
¿Por qué estos datos no se encuentran en otros archivos como el Archivo del Reino de Valencia? Lo explica de nuevo Cuerda. «Las localidades bajo control de los condes de Olocau eran poblaciones de habitantes mudéjares y después moriscos, que tanto por ser de señorío como por ser de población musulmana solían generar mucha menos documentación que acabara bajo control real».
Cierto es que se trata de una documentación mucho más arisca y menos bella que los pergaminos de cartas reales selladas y firmadas por monarcas, que los mapas de navegación o tierras, pero es por otro lado fundamental para los historiadores ya que permite conocer al detalle las vidas de las clases populares, que no siempre llegan hasta nosotros. Qué se cosechaba, qué se vendía, qué se importaba… Los datos recopilados, si se ordenan, se convierten en un croquis perfecto de «la maquinaria estructural que hace avanzar las ruedas de la Historia», en la poética descripción de Cuerda.
Zaforteza reivindica el derecho de su familia a seguir conservando este archivo y recuerda que, tal y como está consignado por las normas legislativas, los documentos pueden ser consultados por los historiadores en cualquier momento, si bien admite cierta discrecionalidad. La heredera de los conde de Olocau prefiere no darle difusión más allá de los campos científicos, porque cree que su contenido y valía ya va «de voz en voz» entre los especialistas, que son quienes realmente lo ponen en valor.
Con todo, hay quienes hacen hincapié en esta dimensión que trasciende los límites familiares, personas que consideran como oportuno que la Generalitat Valenciana estudie, a través de la Conselleria de Cultura, y Dirección General de Patrimonio Cultural Valenciano, una posible colaboración con las instituciones baleares y con los actuales depositarios del archivo, que permita iniciar gestiones para digitalizar el archivo condal o incluso trasladarlo a espacios tan señeros como la Biblioteca Valenciana, el antiguo monasterio de San Miguel de los Reyes.
«En mi opinión sería fundamental que se tomaran las medidas para garantizar su adecuada conservación, gestión y acceso público», agrega Cuerda
Uno de los que así lo cree es Cuerda, que insiste en que el archivo de los condes de Olocau constituye un patrimonio cultural, histórico y bibliográfico de «altísima importancia para toda la sociedad valenciana». «En mi opinión sería fundamental que se tomaran las medidas para garantizar su adecuada conservación, gestión y acceso público», agrega.
Y si bien es cierto que los herederos se muestran accesibles a las peticiones de especialistas, también lo es que estas son muy contadas y excepcionales. Hasta la fecha, que le conste a Cuerda, solo han tenido acceso puntual algunos investigadores como el cronista de Olocau, Ferran Zuriaga, los especialistas Abel Soler y Ramón Yago para la publicación de un libro sobre la historia de Marines, y él mismo para la investigación relacionada con su tesis doctoral. «Dada la importancia y nivel del patrimonio cultural valenciano que atesora, debería ser un elemento fundamental de las colecciones del Archivo del Reino de Valencia o de la Biblioteca Valenciana que nos ayude a reconstruir, conservar y conocer mejor la historia del pueblo valenciano», concluye.
En la Generalitat no descartan una digitalización del archivo. Así lo comentaron fuentes del equipo de la directora general de Patrimonio, Carmen Amoraga, quienes explicaron que la mejor salida sería proponer «una digitalización sistemática por tipografía documental, ya que abarcar un archivo tan completo sería muy costoso». Así, se podrían seleccionar series y, con la autorización de la familia, digitalizarlas y custodiarlas en el Archivo del Reino o en un repositorio digital si la familia lo permite.
Entre los mecanismos que permitirían su recuperación se hallaría la puesta en marcha de becas de investigación por parte de la Generalitat o de la Universitat de València para estudiar estos fondos, o incluso la celebración de una exposición de una selección en el mismo Olocau, «lo que permitiría no solo conocerlos de primera mano y devolverlos temporalmente a su origen, sino que sería el momento propicio para realizar un estudio del estado de conservación y una posible intervención de restauración si fuera necesaria», comentaron.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 40 de la revista Plaza