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Lucha en el barro municipal con PAIs al fondo

24/05/2023 - 

VALÈNCIA. Uno de los elementos más sorprendentes de esta campaña electoral, y también en el fondo más deprimentes, es la completa ausencia de propuestas diferenciales entre unos partidos y otros, derechas e izquierdas, gobierno y oposición. Por no haber, no es que no haya diferencias, es que a veces parece que, sencillamente, no hay ni propuestas. 

El PP apela ritualmente a bajar impuestos (el “impuesto de los muertos”, el “impuesto a las casas”, el “impuesto a conducir”… todos), acusación de la que la izquierda municipal gobernante se defiende señalando, a partir de su muy conocido compromiso con las políticas fiscales tradicionales de la izquierda (y, hay que reconocerlo, con bastante rigor en los datos que aporta en su peculiar defensa), que tanto los recursos por ciudadano con los que cuenta València como la presión fiscal en la ciudad están ya entre las más bajas de España… y que además son ambas sustancialmente menores que las que se dan en los municipios de los que la oposición hace bandera (sí, ese sitio, el Lugar Que No Ha De Ser Nombrado, también). Ah, y además recuerdan que tenemos menos deuda que nadie y que la reducimos a un ritmo que parecemos alemanes (algo que, sorprendentemente, a la derecha valenciana, en cambio, le parece muy mal y ponen cara de mucho enfado por ese hecho y exigen inversiones, cosas veredes). 

En el fondo, pues, ambos están de acuerdo… y supongo que la ciudadanía también es consciente de que en la práctica las diferencias en esta materia serían de matiz, especialmente a la luz de la trayectoria en materia de impuestos del PP, y la presión fiscal seguiría siendo más o menos la que tenemos gane quien gane, con bajadas simbólicas a principio de mandato que los gobernantes confían que la inflación compense, pero sin pasarse… y por supuesto tampoco subiéndolos, porque sabido es que el nivel de servicios públicos municipales que tenemos es la envidia de cualquier país en vías de desarrollo y podemos sentirnos orgullosos de ello. Mientras tanto, todo lo que ha de ser gestionado con un mínimo de exigencia, paulatinamente, se va privatizando, a cambio de unas tarifas que, en cambio, sí están a la altura de cualquier país europeo (la diferencia entre la prestación norteafricana y la tarificación alemana se traduce en un margen de beneficio para las contratistas municipales que supera la rentabilidad de cualquier criptomoneda en su mejor momento burbujístico, pero con la gracia de que además es una inversión garantizada por la Administración). De manera que lo que el ayuntamiento quiere que funcione sí o sí más o menos de verdad, porque los vecinos así lo exigen, acaba gestionado por beneméritas empresas privadas que tienen las mayores tasas de rentabilidad de Europa occidental en esos sectores: gestión de multas, agua, basuras… 

En este consenso tácito entre los grandes partidos, oposición y gobierno municipales, izquierdas y derechas, hay uno que brilla con luz propia: el urbanismo, la forma de “crear ciudad”, la manera de gestionar la transformación de suelo y construcción de vivienda y, por supuesto, qué tipo de casa y tipologías urbanas son las que se van a hacer. Y reluce aún más la total ausencia de debate, desde hace años (no sólo los ocho últimos), sobre los desarrollos urbanísticos de la ciudad. Sólo en el caso de un PAI, el de Benimaclet, y como consecuencia de la lucha vecinal, los partidos políticos valencianos, en casi todos los casos con manifiesta incomodidad, han tenido que modular algo su discurso y ponerse a hablar de cómo acabar el barrio (o de si acabarlo). Se ha hablado de si tiene sentido construir en bloques cerrados a gusto de las promotoras, de si hay que colmatar el barrio de viviendas y de si los desarrollos han de ser en gestión indirecta, esto es, a cargo de las constructoras, como es habitual desde hace décadas y norma de la casa con los excelentes resultados conocidos, o no. El caso es que, como no estamos acostumbrados a hablar y a discutir sobre estas cosas, esto ha supuesto tal anomalía sistémica que ha provocado la paralización, de momento, de cualquier decisión sobre el tema (lo que ya es en sí mismo cierta victoria pírrica vecinal, porque a cambio de parar el desastre sigue todo sin hacer). Siempre y cuando no lleguen los tribunales al rescate y nos pongan el casco de “nasíos para obrar”: es la grandeza del Estado de Derecho, en el que las decisiones en materia de urbanismo las han de tomar los representantes de los ciudadanos a partir de la legitimidad que tienen por ser democráticamente elegidos ¡pero sin pasarse si hay plusvalías urbanísticas en juego!

Foto: Figuración del proyecto de Metrovacesa en Benimaclet

Pero que no cunda el pánico. Como cualquier valenciano con ojos en la cara ha visto estos años, lo de Benimaclet ha sido una excepción. Estos ocho años han sido tiempos de tranquilidad, así reconocido por la patronal del sector sin ningún problema en público, porque se han podido “desatascar” al fin bastantes “bolsas de suelo” en la ciudad, gracias a la colaboración con los servicios urbanísticos del Ayuntamiento. Todo en orden. El resultado, a la vista está, ya sea en la avenida de las Moreras, en Malilla, en Patraix, algo menos en Orriols o Benicalap y, por supuesto, en nuevos barrios enteramente diseñados durante este período como el engendro al que se ha puesto por nombre “Turianova”, no ha podido ser más del gusto tanto de las empresas del ramo como de la oposición. Y, además, como gobierna la izquierda, sin apenas debate ni crítica: todos (aún más) contentos. El carril central de la política municipal valenciana es en realidad éste. Bueno, los carriles, no nos vayamos a quedar cortos de viales.

Foto: EDUARDO MANZANA

De las funciones que realizan los ayuntamientos y de las competencias más genuinamente propias que tienen, pocas como el urbanismo tienen una dimensión política. Con el urbanismo se determina si pagamos o no plusvalías a los propietarios de suelo para urbanizar, y cuántas (y el resultado en estos momentos es que seguimos pagando como desde hace décadas, recompensando a quienes hacen acopio de suelo con pingües beneficios una vez se acaba por urbanizar porque la especulación inmobiliaria, al parecer, es a lo que más sabe dedicarse el capitalismo/rentismo valenciano y eso impide tocar el modelo de reparto, no vayamos a fastidiar nuestro modelo productivo y a las mejores empresas que tenemos). ¿Hemos visto algún cambio al respecto? ¿Ha estado este tema en el debate político estos años? ¿Han oído algo en campaña? Pues eso. Con el urbanismo se decide también si la gestión de todo el proceso es pública o privada. No reiteraremos las preguntas de antes para que nadie se atragante de la risa. Y, por último, con el urbanismo se deciden las tipologías urbanas y se diseña cómo queremos que sea la ciudad, para que la vivamos y la compartamos. Parece una cosa bastante relacionada con la política, ¿verdad? Pues aquí no es el caso.

Quizás es porque las dos primeras cuestiones, si se quiere, son bastante opacas para muchos ciudadanos. A lo peor es difícil vehicular un debate sobre a cuánto se ha de pagar el metro y quién ha de quedarse los beneficios de urbanizar para que por un lado haya suficientes incentivos para transformar suelo pero para que, por otro, a la vez se cumpla el mandato constitucional de lucha contra la especulación del suelo. Aunque se podría intentar. Respecto del segundo punto, puede que no estén los tiempos (aunque uno esperaría otra cosa) para que en la campaña municipal se debata sobre si los PAIs los puede desarrollar directamente la administración y aprovechar eso para reducir el margen (o eliminarlo) y poder emplear ese excedente en bajar precios de la vivienda final, mejorar equipamientos y esas cosas, pero luego que no nos vengan diciendo que nos quejamos de vicio con lo de que izquierdas y derechas parezcan cada vez más lo mismo.

Eso sí, lo que resulta verdaderamente lamentable es que ni siquiera se debata sobre algo que todos podemos ver y comprobar que nos afecta, tanto a nivel individual como social, aunque tratemos activamente de desentendernos. Porque ni siquiera discutimos sobre cómo el urbanismo, un modelo u otro, afecta a los precios de la vivienda, como si fuéramos niños pequeños que creen aún en los Reyes Magos o Papá Noel porque nos han dicho que en realidad no nos fijemos mucho y que no tiene nada que ver una cosa con la otra y preferimos vivir así. ¡Con la ilusión de la Navidad y de que la planificación y gestión urbanística es una cuestión técnica y no de reparto que afecta al precio y características del producto final! Y tampoco discutimos sobre eso de que haya que aceptar la planificación a golpe de interés de las promotoras, con pisos de precios medio-altos y altos, que es donde hay beneficio, para además ir incrementando la segregación social y la generalización de entornos urbanos (y dinámicas sociales afectadas), si se me permite decirlo de un modo claro que todo el mundo entiende, de mierda.

“Es que la gente quiere en realidad su piscina y gimnasio y la pista de pádel o la chorrada equivalente correspondiente, ¿sabes? Es el mercado. Y es normal que la gente quiera eso y no tiene sentido no dárselo”. Así que, nos dicen, hay que hacer el urbanismo de carril central, con esas tipologías, porque “la gente es lo que quiere”. Y no hay partido ni político municipal que, por lo que parece, se atreva a hacer políticas en otro sentido. No vaya a enfadarse “la gente”. El problema, claro, es que ése es el modelo que sobre todo quieren las promotoras, que así ganan mucho más y tienen menos lío. Y mientras tanto vamos convirtiendo la ciudad en un espacio de cada vez peor calidad para la vida en común. 

Foto: EDUARDO MANZANAPorque claro que está bien que la gente quiera su piscina y su parque, y aún mejor es poder vivir en una sociedad rica que pueda a veces procurarlo. Para cuanta más gente, mejor. Pero estaría aún mejor una política urbana capaz de luchar y hacer entender que esos entornos cerrados dan exactamente el mismo servicio que una piscina, un parque y unas instalaciones deportivas abiertas al público, que pueden ser incluso mejores y más grandes, pero municipales. Y que en vez de dar servicio al bloque de turno se lo den al barrio. A todos. Porque esto de poner en común ciertos servicios para que los vecinos los compartan y los puedan disfrutar no es algo nuevo. Ni en realidad, más caro (es más, es todo lo contrario). Ni de peor calidad. Por no mencionar que además aportan otras cosas, como dejar de vivir como idiotas que sólo queremos nuestra parcelita y nuestra segregación. Es algo que estaba ya inventado. Se llama urbanismo… y solía ser un tema sobre el que discutir y debatir porque había diferentes aproximaciones y lucha de ideas sobre cómo organizar la ciudad para una convivencia mejor. A ver si hay suerte y en las próximas elecciones municipales alguien saca el tema. En estas, ya lo estamos viendo, va a ser que no.

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