CARTAS DESDE BOLONIA 

Lugares de violencia psíquica. Lo que la ficción no es capaz de contar sobre la universidad

Existe una larga tradición anglosajona por narrar la vida y las intrigas de los campus universitarios. En España, este tipo de novelas, más que en esta tradición, debería insertarse en el género picaresco o esperpéntico

23/04/2018 - 

VALÈNCIA. Una de las profesiones más tóxicas, se ha llegado a afirmar. Uno de los espacios laborales que mayor estrés, frustración y desórdenes mentales produce. Una de las actividades que mayor riesgo entraña para la salud mental. “Lugares de violencia psíquica”, como decía Ricardo Piglia. Aquello que eran lamentos soto voce de algún ángel caído, es hoy una inquietud creciente entre los cuadros universitarios.

Empresas chanchullo. Profesores mafiosos. Ejercicios de poder con discípulas. Sexo, acoso, obsesión. Másteres ficticios. Dinero público engordando chiringuitos. Arbitrariedad y elitismo. Lo que la asquerosa actualidad política está desvelando de la universidad no es capaz de soportarlo ninguna ficción, por inverosímil. Pero tampoco es capaz de soportar, por banal, la hiperburocratización de la vida académica, la precarización de la carrera profesional, el sometimiento constante a arbitrajes injustos, a entregas de memorias o informes de solicitud, de seguimiento o de rendición de cuentas que ahogan todo conato de creatividad, el trabajo gratuito naturalizado de becarios, investigadores y docentes o, en definitiva, la tiranía del prestigio y la corrupción del trabajo intelectual.

Existe una larga tradición anglosajona por narrar la vida y las intrigas de los campus universitarios. En España, este tipo de novelas, más que en esta tradición, debería insertarse en el género picaresco o esperpéntico. No hay lugar más estimulante como la universidad. Pero tampoco más perverso. Ni más nostálgico, como recuerdan los versos de Ángel González:

Amo el campus
universitario,
sin cabras,
con muchachas
que pax
pacem
en latín,
que meriendan
pas pasa pan
con chocolate
en griego,
que saben lenguas vivas
y se dejan besar
en el crepúsculo
(también en las rodillas)
y usan
la cocacola como anticonceptivo. […]


 

Campus anglosajones

Las novelas sobre las intrigas, obsesiones y excentricidades de la vida universitaria han proliferado en la cultura inglesa y norteamericana. Aquellos campus, medio ciudades, medio guetos, que encerraban a estudiantes y profesores durante su periplo académico entre edificios neogóticos, parques enormes con césped, bibliotecas 24 horas, campos deportivos y fiestas los fines de semana, eran la burbuja ideal para que el estudiante desarrollara una intensa vida y un alto rendimiento en sus estudios. Una vida dedicada a la disciplina. Un lugar consagrado al recogimiento académico, aislado de las turbulencias del mundo moderno.

Esa filosofía universitaria, alejada del modelo continental europeo, donde las universidades se integraban en la ciudad, despertaba monstruos. Son multitud los escritores que se han aventurado a narrar la ambición y la gloria intelectual, los erráticos comienzos de una estudiante de doctorado o las pequeñas o grandes miserias del profesor emblemático: Byatt, A.S. en Posesión, Philip Roth en La mancha humana (con película magistral interpretada por Anthony Hopkins y Nicole Kidman), Vladimir Nabokov en Pnin, Tom Perrotta en La señora Fletcher, Lorrie Moore en Anagramas, Eugenides Jeffrey en La trama nupcial, el Nobel J. M. Coetzee en Desgracias o David Lodge en Intercambios o El mundo es un pañuelo. Hasta Woody Allen se atrevió con el género rodando recientemente Irrational Man.

En el caso hispánico, no por casualidad han sido los escritores más ligados a la universidad norteamericana los más interesados por la novela de campus. El argentino Ricardo Piglia, en una de sus últimas novelas, El camino de Ida, ambienta su thriller en una prestigiosa universidad de Nueva Jersey. La profesora Ida Brown aparece muerta y con la mano quemada, señal que es una víctima en serie de algún asesino que se dedica a matar profesores. Piglia, que durante muchos años fue profesor en Princeton, aúna el género policial (magistralmente) con la novela de campus, y tiene imágenes fantásticas, como ese decano que mantiene en su casa universitaria una piscina en la que nada un tiburón.

Ese mar de tiburones fue, quizás, lo que le llevó al suicidio en 2011 al profesor de Princeton Antonio Calvo, ya fuera de la ficción. Ricardo Piglia fue precisamente uno de los profesores que dio la cara aquellos meses turbulentos y se atrevió a cuestionar el ecosistema inquisitorial y ultracompetitivo de la universidad americana.

Excéntricos son también los personajes que aparecen en Todas las almas, la novela de campus de Javier Marías, el más inglés de nuestros escritores, publicada en 1989. En ella, el narrador recuerda el tiempo pasado en Óxford, donde trabajaba dando clases de literatura (elementos que se convertirán en tópicos del género), y donde conoció a personajes memorables. “Dos de los tres han muerto desde que me fui de Óxford, y eso me hace pensar, supersticiosamente, que quizá esperaron a que yo llegara y consumiera mi tiempo allí para darme la ocasión de conocerlos y para que ahora pueda hablar de ellos”.

En la Universidad de Illinois estuvo también Javier Cercas, quien conoció de primera mano tanto el ambiente como el género, y lo supo trasladar años antes de dar el campanazo con su celebrada novela Soldados de Salamina. En 1997, ya como profesor de literatura en la Universitat de Girona, publicó El vientre de la ballena, una novela de amores y poliamores entre Bellaterra (donde se sitúa la Universitat Autònoma) y Barcelona.

Esa misma sede de Bellaterra de la UAB es el espacio donde suceden las desapariciones de la novela Natura quasi morta, de Carme Riera, profesora de literatura precisamente en esa universidad. En el marco de las protestas contra el Plan Bolonia, comienzan a desaparecer algunos estudiantes o a aparecer asesinados. Unos crímenes que deberá resolver la inspectora Manuela Vázquez (y de segundo apellido podría llevar el de Montalbán) en medio de un ambiente de terror, sospechas y ambiciones.

Antonio Orejudo, quien también recorrió durante algún tiempo las aulas estadounidenses, ironizaba en Un momento de descanso sobre algunos de los vicios más extraños del mundo académico: la hipercorrección política que esconde la verdadera hipocresía, la ridiculez de algunas investigaciones y algunas carreras académicas o las guerras fratricidas que entronan o cercenan la trayectoria de determinados profesores. Porque la universidad a veces da miedo y a veces da risa.

En una de las escenas, el protagonista eyaculaba sobre el Poema de Mío Cid, custodiado como una reliquia en la Biblioteca Nacional. Una de las profesoras en la novela, llegaba a decir: “La universidad española, donde yo trabajé antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupta, es también inverosímil”. Qué cosas.

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