La joven soprano Marina Fita Monfort ha debutado, este verano, en el Rossini Opera Festival, considerado como uno de los más importantes del mundo de la ópera. Un sueño que ha conseguido gracias a una vida marcada por el talento, la disciplina y la pasión
VALÈNCIA. Los Hermanos Grimm idearon una fórmula infalible para que Hansel y Gretel siempre pudieran regresar a su casa: un caminito de migas de pan. Un rastro que seguir al día siguiente y que les serviría como faro. Al igual que estos dos niños, en el mundo real, los adultos también buscan sus estrategias para no perder el norte… Ahí van varios ejemplos: los escritores imprimen su camino en las letras, los artistas, en los lienzos, y los músicos construyen su camino de vuelta a casa entre las notas musicales.
Siguiendo una dulce melodía se llega a Marina Fita Monfort (València, 2001), una jovencísima soprano a quien sus amigas siempre localizan a través de su canto, como si de una sirena se tratara. En los ratos que Marina no está cantando está pensando en la música, una obsesión que, ahora, se ha convertido en su trabajo como soprano. Tras pasar por varias escuelas de toda Europa —entre ellas, la Accademia Chigiana y su Erasmus musical en la Accademia Nazionale di Santa Cecilia—, este verano ha tenido la oportunidad de debutar en el Rossini Opera Festival (también abreviado como ROF), reconocido como uno de los más importantes del mundo de la ópera. Un festival que toma el nombre de Gioacchino Rossini, un célebre compositor italiano, nacido en el municipio de Pésaro, donde tiene lugar este evento y en el que se representa su obra Il viaggio a Reims, una ópera bufa que, originalmente, se representa en tres actos.
Con su participación en este festival, a sus veintitrés años, Marina ha comenzado a trazar su camino para convertirse en una estrella de la ópera. En el Rossini tan solo le acompañaban otros diecinueve participantes —fueron seleccionados entre cientos de cantantes de todo el mundo—, siendo la única representante valenciana de un grupo compuesto por otras nacionalidades, incluida la italiana, como no puede ser de otra forma. Este verano, en Pésaro, Marina tuvo la oportunidad de dar vida a la Contessa di Foleville, uno de los personajes clave de la ópera de Il viaggio a Reims. Su personaje, tal y como lo explica la cantante, es uno de los que tiene «la voz más aguda y que requiere de una mayor agilidad vocal». Un reto que se corona con una increíble aria, en la que la solista debe defenderse sobre el escenario durante más de veinte minutos.
Para superar este reto se mete en la piel de la Condesa, una aristócrata viuda que pretende acoger en su balneario la mismísima coronación del rey. Para poder interpretarla, Marina tuvo que enfrentarse a un reto muy exigente, tanto en lo vocal como en la puesta en escena, ya que se trata de uno de los personajes más complejos de la obra: «Es un desafío vocal fuerte, en el que hace falta tener muchas agilidades vocales. Asimismo, es un rol con muchos agudos y ella es una de las protagonistas principales de la historia».
La Condesa fue también el debut de su tocaya valenciana: la soprano Marina Monzó quien, al igual que Marina Fita, interpretó en su veintena, pero en 2016. Este debut hizo que su carrera despegara, siendo ahora una de las cantantes sopranos valencianas más reconocidas en el mundo, y quién sabe si se trata del nombre o del personaje, pero parece que Fita va en el buen camino para convertirse en una de ellas.
A Marina Fita le corre la música por las venas; es su peculiar legado familiar. Su abuela Concha se pasaba el día poniéndole las coplas «de las más grandes de España», desde las de Concha Piquer hasta las de Rocío Jurado. Su padre, Jesús Fita, tenía un grupo que se hizo muy popular en la movida valenciana: Armas Blancas, al que Marina pudo llegar a ver en concierto. Esta pasión por la música llega hasta su hermano mayor: Quico Carmona, compositor, musicólogo y apasionado de Mozart desde pequeño, y aquel que siempre le pedía papel pautado en los viajes de coche, porque «había tenido una buena idea».
Haciendo memoria, Marina siente que «su entorno le llevaba a que se dedicara a la música» y, aunque no estemos en un cuento, parece que la magia ha funcionado. Su madre fue la primera que le inscribió a algo relacionado con este mundillo, para que pudiera explorar su talento: «Me apuntó a ballet porque me gustaba bailar y cantar, pero lo mío realmente era cantar moderno: desde Madonna hasta Rihanna», apunta la soprano, quien duró hasta los ocho años en danza, aunque intentó escaparse mucho antes.
Como no querían desaprovechar su talento, quisieron apuntarle a piano en el conservatorio de Velluters, algo que «también odiaba, porque en realidad quería algo más pasional». Cierto día, Marina se plantó y dijo que no quería hacer piano, que prefería hacer canto, «aunque fuera de ópera» y, sin tener mucha idea de lo que estaba haciendo, cambió el transcurso de su vida. Cuando hizo la prueba sacó un sobresaliente, y viniendo de los «cincos pelados» de piano, eso le pareció un milagro. Pronto su hermano empezó a darle la nota en casa donde cantaban y componían juntos, conformando un dúo familiar perfecto. Se sacó el título profesional de canto y piano mientras estudiaba la ESO y Bachillerato, aunque muchas veces llegaba a clase agotada por su doble vida, al igual que sucede con casi todos los artistas: «En el colegio no se plantean esa conciliación; yo iba a clases de 8 a 17 horas y luego tenía conservatorio hasta las 21 h. Cuando llegaba a casa solo quería dormir, era agotador». Un agotamiento que, a día de hoy, sigue sintiendo en una profesión que le parece de lo más exigente, aunque le devuelve todas las horas que le dedica.
Mientras estudiaba canto, su cabeza era un «popurrí» de ideas; no sabía si quería decantarse por ciencias, letras o artes…, pero siempre tuvo claro que cantar sería su faro, y que con las notas podría construir su propio caminito de migas de pan con el que volver a sus orígenes. Una pasión que desde siempre apoyaron en casa: «Siempre han entendido que me quisiera dedicar a esto, pero a todos los artistas nos piden que tengamos un plan B». ¿El suyo? Criminología y Derecho, que está cursando actualmente: «Priorizo el canto ante todo, pero siempre con el runrún de lo que nos dicen a los artistas, de si ya sabemos bajo qué puente vamos a vivir. Y tienen que dejar de preguntarnos ‘‘¿qué más haces?’’, como si dedicarnos a la música fuera poco», puntualiza la artista.
Una de las claves de Marina para llegar al ROF ha sido su formación profesional, y agradece todo a sus mentoras, su familia y sus compañeros. En el Superior de canto pudo contar con la ayuda de Ofelia Sala, una maestra que le ayudó a comprender «su voz como instrumento» y también a familiarizarse con su técnica base desde la que poder trabajar. Accedió a este grado perdiéndose el «viaje a Mallorca» tras la Selectividad y sacrificándose por su pasión: «El mundo del arte requiere un enorme sacrificio, tanto personal como psicológico. Siempre ves a gente de tu edad haciendo mil cosas y tienes que saber apartarte de eso». Entre otras cosas, considera que es muy complicado «parar» en los oficios culturales, pero no entiende la «glorificación de la productividad» y considera que el descanso es crucial para encontrarse a uno mismo. Hay días en los que confiesa que no sabe «dónde meter el sonido» y en los que «lo de siempre no le funciona», y para ella esos días descansar es sagrado. Ahí se demuestra que puede —y debe— parar para dar lo mejor de sí misma, algo que le servirá para aguantar lo que será su carrera de largas y cansadas giras.
«El cuerpo no es una máquina, pero en un sector profesional como el artístico tienes que esforzarte mucho. En la ópera se trabaja bajo mucha presión y hay que saber estar a la altura», explica Marina, que aprovecha para recordar a un profesor que le dijo que «se pasaría el 80% de la temporada enferma, pero que tendría que salvarlo». En esos días, aún existe la posibilidad de mantener el ritmo como, por ejemplo, con las masterclass en línea de grandes maestros como Maria Callas, Mireia Freni y Edita Gruberová entre otros nombres. Ella se confiesa amante de «los cantantes más antiguos», de los que aprende mucho sobre su técnica vocal y del «bel canto», que se asocia con «el virtuosismo y la belleza del sonido».
Además de todo este aprendizaje, y de forma paralela, la soprano debe mantenerse activa en su búsqueda de nuevos proyectos, en los que cada vez es más consciente de que no solo basta con cantar bien, también hay que ser sólido a nivel técnico y saber cómo moverse por el mundillo: «Tienes que saber actuar, saber moverte y tener en cuenta muchos factores. Por mi experiencia he aprendido que la ópera es también un golpe de suerte; para cuando te llegue la oportunidad tienes que estar preparado y mostrarte muy fuerte, también psicológicamente». En este caso, Marina es una fiel defensora de la cita que defiende la mens sana in corpore sano, y el cuidado del interior y exterior del cuerpo para mantenerse en forma, para trabajar la voce.
Lo grita a los cuatro vientos, tras ser capaz de «superar» las clases de una profesora muy poco «constructiva» que le decía que «cantaba como un gato». En vez de dejarse caer, se propuso aprender más italiano, coger más confianza en sí misma y buscar a otra profesora: Donata, quien le ayudaría a dar el salto al ROF, el festival que ha sido su golpe de suerte. «Cuantos más votos de confianza tienes a tu favor, más sencillo es que tu carrera vaya adelante. Hay que seguir siempre el rastro de quien confía en ti y dejarte guiar, eso te da potencia y hace que una cosa lleve a la otra». Con esta mentalidad ha seguido —y sigue— formándose hasta poder manejarse en su técnica, con sus agilidades vocales y también viendo en qué tipo de directriz encaja más.
«Hay técnicas más verdianas, que son voces más grandes y oscuras. Hay otras como la rossiniana que es la que descubrí en el ROF y otras que me quedan por explorar. El mundo de la ópera es infinito y una gran parte de este es comprender dónde encajas». Ahora bien, más allá de las técnicas vocales y los registros, a lo largo de su formación ha ido descubriendo también que la voz es solo un porcentaje y que es muy importante «comprender y sentir» la puesta en escena para que todo funcione bien. «No se puede cantar pensando en la técnica todo el rato; hay que hacer mucho hincapié en la parte de ser artista, y eso es algo que se enseña sobre todo en las escuelas de Centroeuropa», apunta Marina, quien considera que España cojea en ese aspecto de la actuación. «Es algo que falta en los conservatorios; creo que en España hay un déficit total de la parte actuada y recitada, que suele ser el centro de la obra».
Gracias a su formación en el extranjero, y contemplando a sus compañeros y compañeras de las academias internacionales, fue capaz de llegar al ROF con algunos conocimientos de actuación con los que defenderse, aunque con la presión de encontrarse entre los mejores: «Este festival es un lugar en el que te autodescubres muchísimo como cantante de ópera y en el que también te vas desarrollando como actriz y como persona». La soprano confiesa que llegó un poco «perdida», pero que, poco a poco, fue capaz de conocerse a sí misma y «desinhibirse sobre el escenario», dejando la tensión y la vergüenza a un lado, y siempre recordando su pasión por el canto, el gran motor que le había impulsado a estar encima del escenario y que se repetía como un mantra sagrado.
Una de las cosas que Marina ve del mundo de la ópera, desde dentro, es que se está rejuveneciendo. Tanto los públicos como los cantantes. Para ella, su generación está empezando a meter cabeza, gracias a perfiles como el de Javi Alonso —se esconde tras el usuario La Butaca Barata—, que hace «divulgación de ópera y zarzuela sin ranciedad», y artistas como la soprano valenciana Marina Monzó, que consigue «modernizar la ópera y hacerla accesible para los jóvenes». «Para mí, el hecho de que personas tan jóvenes e influyentes vendan la ópera así es un avance increíble. La ópera necesita un poco de modernización y que se deje de comprender a los cantantes como grandes divos. Soy muy partidaria de que sea una manera de acercar la música clásica a nuevos públicos».
Una buena manera de hacerlo es bajando los precios, como se hace en el programa de la ópera joven de Les Arts, en el que se permite que los menores de veintinueve años acudan a los preestrenos de las funciones por diez euros. «Es maravilloso que tengamos esto en nuestra ciudad; es un modelo increíble que ayuda a que fidelicen los públicos desde abajo», apunta Marina quien, aun así, considera que los precios de la ópera se deberían revisar para todas las edades. De esta manera, cree que, cada vez más, se podrá ver caras nuevas entre las butacas.
Ahora bien, para que se puedan ver nuevos intérpretes, tiene una reivindicación que considera crucial y muy «invisibilizada», y que, en su opinión, hubiera cambiado el transcurso de su carrera: «Para que la ópera funcione hay que tener en cuenta la salud de los músicos; sería crucial que haya psicólogos en los conservatorios. La presión musical de la excelencia y la competitividad es algo que desgasta a muchísimos cantantes y artistas. Parece que cuando entras en el mundo de la ópera es todo una competición extrema, en la que la productividad y la ansiedad vienen de base», destaca la cantante, que considera que el «ambiente tóxico de la ópera» muchas veces ahuyenta a las nuevas voces.
Con estas dos peticiones, Marina sueña con un mundo en el que la ópera sea «menos competitiva, más abierta y cuidadosa con sus cantantes». Un sueño que se empieza trabajando desde dentro: «Siempre va a haber alguien mejor que tú y lo que hay que hacer es abrazar esa idea. No se puede vivir con arrogancia y con miedo en este mundo; lo que hay que intentar es ser la mejor versión de uno mismo… Eso no lo puede hacer nadie más», un lema que aplica en cada ensayo, actuación y hasta con los canturreos delante de sus amistades, quienes de forma cariñosa se refieren a ella como la chica gramola, porque está todo el día cantando. Con toda esta pasión ha podido comenzar a trazar su hoja de ruta junto a la agencia StageDoor, con la que ha comenzado una colaboración tras su paso por el ROF. Con esta estará en el Auditorio Nacional de Madrid, interpretando Carmina Burana, y girando con audiciones en Alemania, Irlanda y España. Aunque, ahora, su caminito de migas le lleva al Teatro de la Zarzuela de Madrid, donde estará en marzo en la obra La Gran Vía. Un sueño hecho realidad que forma parte de la historia de su vida, que escribe de su «voz y letra» y con un tempo allegro.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 121 (noviembre 2024) de la revista Plaza