El periodista catalán sigue escribiendo desde el terreno de las emociones más profundas en esta nueva novela publicada por Planeta, un homenaje sincero a esas personas que encarnan relaciones únicas
VALÈNCIA. Mucha gente habrá tenido o tendrá una amistad de esas que no se consumen por culpa de la distancia o el tiempo, una amistad que probablemente empezó en la adolescencia o como mucho en la frontera de la mayoría de edad, una amistad con la que se compartió tanto que ninguna ha podido ser igual. Una amistad distinta a otras, en cuyas raíces se esconde algo que en pocas ocasiones sale a la luz, y sin embargo, siempre está presente. Existe la figura de un mejor amigo o una mejor amiga a quien profesamos unos sentimientos profundos y vibrantes que no sabríamos definir, quizás sea amor, aunque es probable que debiéramos inventar una palabra mucho más precisa para definir ese espacio que ocupa en nuestra restringida capacidad para entregarnos a los demás. Lo mejor de todo es que esta figura lleva implícita la correspondencia: tiene que sentir lo mismo por nosotros. Si el torrente de sentimientos fluye en ambas direcciones, es ese mejor amigo o esa mejor amiga. Ese cómplice infinito.
Forjadas estas amistades en una edad temprana de exaltación de los sentimientos, de poco control, de confusión, dudas y experimentos, las revestimos de una magia que con el paso de los años, en lugar de menguar, se hace más fuerte, y esto es así porque son un portal, un agujero de gusano a través del cual asomarnos a la juventud absoluta que representa esta época de descubrimientos que luego ya no tiene nada que se le parezca ni por asomo. Con esa persona especial puede que nos hayamos dado un primer beso tímido, que nos haya cogido de la mano con naturalidad desencadenando un terremoto, un maremoto y un ciclón en nuestro pecho, que hayamos perdido la virginidad. Esa persona nos habrá acompañado en alguno de esos momentos difíciles a los que llegamos como primerizos, como novatos del dolor; nos habrá serenado en tiempos de cólera o hundimiento, conocerá bien a nuestra familia, se habrá alejado de forma prudente -o con cierto despecho- cuando hemos tenido pareja y habrá vuelto como un bumerán al quedarnos solos de nuevo. Nosotros habremos hecho lo mismo. Pero sobre todo, con esa persona única e insustituible habremos pasado una gran cantidad de horas, horas de no hacer nada y hacerlo todo, de confianza entrañable y de apego fraternal.
Haruki Murakami ha basado prácticamente toda su producción literaria en esta figura de la que no nos podemos olvidar. Pero no solo el japonés ha ahondado en este fenómeno, por supuesto. A las estanterías de las librerías acaba de llegar Nosotros dos, de Xavier Bosch (Barcelona, 1967), un homenaje a las amistades platónicas en forma de novela de más de quinientas páginas publicado por Planeta. Periodista de larga y exitosa trayectoria ganador del Premio Sant Jordi en dos mil nueve y del Premio Ramón Llull en dos mil quince, Bosch nos lleva en esta ocasión hasta un cumpleaños, una fiesta sorpresa en un hotel con motivo del quincuagésimo cumpleaños de Kim, uno de los propietarios. En esta fiesta aparece Laura, un alma gemela a la que hacía quince años que no veía, pero a la que siguen atando unos lazos invisibles. A partir de ese momento seremos testigos de la evolución de esa amistad inquebrantable a lo largo del tiempo mediante los saltos al pasado que Bosch nos plantea: de los primeros años siendo estudiantes de Traducción e Interpretación en Barcelona -ciudad en la que transcurre la historia- en mil novecientos ochenta y tres, al año dos mil en el que cumplen treinta y cinco años y la vida es más difícil de lo que uno podía esperar los días de confidencias tumbados en el césped de la facultad.
“La amistad puede ser un sentimiento más permanente y más rotundo que el amor, que se basa en una pasión inicial que se puede diluir, aunque como motor, el amor es mucho más fuerte”, dice Bosch. A la pregunta de cómo diferenciar amistad de tradición o recuerdos, responde: “Cuando miras a los ojos de esa persona a la que hace diez años que no has visto y sabes como le van las cosas sin tener que preguntarle, cuando sigues teniendo esa empatía única y la necesidad de contarle cosas que no le contarías ni a tu pareja, eso sin duda es amistad pura. También es rescatarse al otro cuando uno lo necesita, presentarse para ayudarle cuando lo requiere y abrazarle cuando hay un motivo de celebración”. La amistad más larga de Bosch tiene cuarenta años y una bonita historia detrás: sus abuelos y los abuelos de su mejor amiga veraneaban juntos para compartir casa en la costa porque no podían permitirse una casa para cada uno. Luego su madre y el padre de la chica fueron novios cuando eran jóvenes. Ahora, ella tiene su familia y él la suya, pero cuando se ven, asegura, sienten que siguen conociéndose a la perfección. ¿Cuántos de sus lectores nos identificaremos con alguno de los protagonistas de Nosotros dos? “La literatura es una contraseña de nuestra vida. Si nos engancha y nos sentimos identificados es porque habla de nosotros”, afirma el autor.
Dice Bosch que ha sorprendido escribiendo sobre emociones: presentador curtido en entrevistas políticas, director de periódico con mucha presencia y poco dado a sonreír, nadie habría apostado por un despliegue de emociones como el que inició con su anterior novela Algú com tu. Sin embargo, lo ha hecho, quién sabe si por una cuenta pendiente consigo mismo o por haber llegado a los cincuenta, como Kim. “Decía el filósofo británico Steiner que si dos amigos se convierten en amantes, ya no pueden ser amigos como antes. Yo no estoy de acuerdo, creo que hay de todo. Lo que sí es cierto es que la atracción mutua, la tensión sexual no resuelta, a veces es difícil de entender para el entorno. Cuesta mucho que los celos no aparezcan. En el momento que cuentas a tu mejor amiga o a tu mejor amigo cosas que no cuentas a tu pareja, surge la fricción. No es fácil para las parejas. Es verdad que a partir de los cincuenta, cuando ya has hecho más recorrido de vida de lo que te queda por vivir, en el mundo de los sentimientos ya no hay nada que perder: siempre es más tarde de lo que nos pensamos, así que aprovechemos lo que venga. Vivámoslo intensamente. Creo que es mejor intentarlo y perder que no intentarlo. Si nos vamos a ir de este mundo, tengamos los deberes hechos”.