VALÈNCIA. "Es otro agujero en la memoria de la ciudad", decía Carlos Aimeur para finiquitar un artículo donde repasaba la nueva vida de algunas salas de cine históricos de València. Donde las hubo, ahora se encuentran supermercados, gimnasios, lugares de copas o edificios residenciales. Era fin de semana, allá por los años setenta, y en el centro se vivía una revolución: hasta 70 cines se han llegado a contar, más de 30 solo en el corazón de la ciudad. De aquello no queda prácticamente nada, literalmente: el Rialto, los Lys y los Park. La realidad actual enmienda el pasado de la ciudad: si en los 70 València vivió entre cines, ahora las encuestas de hábito de consumo no destacan el territorio por la cinefilía.
En lo que sí es posible que la ciudad destaque es en su nostalgia por aquella época. Las historias de València se cuentan desde la butaca de el cine al que frecuentara cada cual, y romantizan más aún que en las propias películas la experiencia de una sala. Hay dos libros que son una referencia absoluta para esta nostalgia de cine: el primero, El libro de los cines de Valencia (1896-2014) de Miguel Tejedor; el segundo, Cines olvidados: Valencia, periferia y pedanías de Severino Iglesias. Los dos recogen dos investigaciones que explotan con la llegada de internet: la recuperación de una memoria colectiva a través del recuerdo oral y el coleccionismo. De aquello se nutre la memoria de la València de los 70 cines, con doble guarnición de épica. ¿Cómo vamos a hablar del lugar donde nos dimos nuestro primer beso? ¿Cómo pretendemos cargar contra el lugar desaparecido en el que vimos la primera de Star Wars? La respuesta a estas dos preguntas resuelven el tono de esta historia oral que está muy presente en toda una generación.
Eduard Martín está tomando el relevo de Tejedor e Iglesias desde una cuenta de Instagram. Su proyecto, València de cine, pretende documentar los cambios urbanísticos que han sucedido tras los cierres de los cines y la huella (decreciente, y en su opinión, insuficiente) que han dejado estos locales. Dónde nuestros padres y madres se conocieron, ahora hay un buffet de pasta, y la batalla por conservar la fachada del Metropol, diseñada por el célebre Javier Goerlich parecía una perogrullada pero no lo es. "La gente tiene más conciencia y ganas de lucha por conservar esta arquitectura que la política. Se nota en el interés y en las historias que se cuentan. Por eso nosotros (el proyecto lo forma junto a Ignacio Errando) también queremos poner el foco ahí", cuenta Martín a este diario. Los dos responsables preparan un documental, Cuando València era de cine, en el que ahondarán en este trabajo de investigación. ¿El origen de su interés, siendo de una generación que no vivió aquella época? "Mi padre me contaba cómo se iba al cine antes, su poética, su componente de reunión social, de juntarse en una sala, y eso para mí ha sido una referencia". Para tener nostalgia de una época no hace falta siquiera vivirla, tan solo sentirla lo suficiente como para idealizarla.
En la misma línea de este proyecto se encuentra un ruta turística de dos horas de duración organizada por Caminart y dirigida por Roberto Tortosa. En ella se recupera el centro histórico de València como un lugar de cine, revisitando -por supuesto- algunas de las salas más míticas, pero sin olvidarse tampoco de los rodajes más importantes o de los acontecimientos que fueron a la par de la Historia del cine, como el primer cine de la ciudad, o la primera proyección sonora. La actividad está pensada para un público local que busca redescubrir la ciudad desde la perspectiva cinéfila, pero no únicamente desde el prisma de la exhibición, sino entendiendo València como lugar de cine, en el que desarrollar, experimentar y ver films. "Vienen desde estudiantes que no tienen casi bagaje cinematográfico hasta jubilados que quieren conocer un poco mejor la historia que vivieron", explicaba a Culturplaza el pasado verano César Guardeño, de Caminart.
Ir al cine: un relato urbano de clases
A los dos libros anteriores, a los que se le suman varios blogs de recuperación de la memoria oral de València, se le suma esta semana un tercero. Se trata de Per a tots els públics: l'exhibició cinematográfica a València (1957-1975), de Àlex Gutiérrez Taengua, publicado por la Institució Alfons el Magnànim. En él, Gutiérrez cambia la perspectiva de esta nostalgia, a veces naftalínica, para utilizar aquella València de los 70 cines como un objeto de estudio para la propia ciudad de la época. Si cada fin de semana, aquellas salas se llenaban de gente, ¿quién mejor va a contar la ciudad que aquel lugar donde nos dimos nuestro primer beso y donde vimos Star Wars?
El libro es en realidad un estudio histórico-sociólogico muy preciso sobre cómo la ciudad organizó aquellos 70 cines (en realidad, el libro se ciñe a 60 por la falta de documentación existente en los 10 restantes). Y crea un mapa con una perspectiva novedosa: ir al cine implicaba -en aquella época- una lectura social y de clase. Durante la segunda mitad de la dictadura franquista, la liberalización de la economía produjo la creación de ocio que, mayoritariamente, absorbieron los cines. "Hay barrios que tuvieron antes cine que sistema de alcantarillado porque era muy barato de montar. Los cines de barrio cuentan mucho de las propias calles en las que se ubica y sirvieron para dinamizar la vida de las periferias de València", comenta Gutiérrez. Así, su trabajo se ha centrado en recuperar y presentar dos datos: primero, un completo mapa con los cines que habitaban València por aquel entonces; y segundo, la evolución del precio de las entradas en cada uno de ellos con el paso de los años.
De esta manera, se puede analizar, no solo el hecho de ir al cine, sino quién los habitaba, teniendo en cuenta si las salas eran de estreno, reestreno o de Arte y ensayo. Dime cuánto ganas y dónde vives y te diré dónde y cuándo viste E.T.: "El hecho de que el Cabanyal estuviera separado del centro de València por una carretera en línea recta de dos kilómetros y a su vez todos sus cines fueran reestrenos, cuenta una historia del barrio", cuenta el autor. La precisa radiografía de Àlex Gutiérrez es una primera parte de algo que, con la documentación necesario, implicaría una investigación mucho mayor: "por qué cerraron los cines o la afluencia de la gente, cruzándolos con factores como si había una parada de tranvía cerca o no nos puede contar cuál era la función social de cada cine en su barrio". Y aunque ya no haya ni 70 ni 35 cines en València, sus salas pueden seguir explicando la ciudad: ¿por qué los Albatros, cerrados en 2010 y recuperados en 2017 como el único cine periférico ("de barrio") no consiguió afianzar un masa relevante de público, cerrando este 2019 tras dos años en lo que nunca vivieron un estado diferente a la agonía?
¿Quién ha matado los cines y por qué siguen tan vivos entonces?
El viaje por el pasado tiene billete de vuelta. Y las mejores huellas de aquella València cinéfila se encuentran en las salas que funcionan ahora, mucho más útiles que las historias sobre fachadas transformadas, abandonadas o derruidas. Antonio Such, responsable de los Cines Babel y miembro activo de la Asociación de Exhibidores de la Comunitat Valenciana lo tiene claro: "Claro que es importante proteger y conservar nuestro pasado, pero tal vez la Administración debería ocuparse antes por mantener el presente". Lo dice en relación a las ayudas a la exhibición que contempla la Ley del Cine y que en realidad, no se han convocado. La subsecretaria de Cultura, Raquel Tamarit, anunció hace apenas unas semanas, que las nuevas ayudas al audiovisual incluirían, no solo la producción como hasta ahora, sino también incentivos públicos para la distribución y la proyección de cintas.
Such retoma, a petición de las preguntas de este diario, el relato sobre qué ocurrió con los cines de València: "desde la aparición de la televisión, todo cambio tecnológico y social parecía que iba a acabar con las salas de cine, pero no ha sido así. Ni la televisión, ni el vídeo, ni siquiera la piratería", comenta. "Sí se notó la aparición de internet como una nueva forma de ocio. El día tiene 24 horas y estamos tan bombardeados de entretenimiento online, que el cine se convirtió en algo esporádico", añade.
Los 70 cines de València se han ido convirtiendo en varias multisalas, que le permiten a las exhibidoras ahorrar muchos costes y multiplicar las sesiones y la oferta, y por tanto, el beneficio. Otra vez, el urbanismo cuenta: "Al estar ubicados en grandes superficiales comerciales, el hecho de ir al cine no se ha mantenido como la razón principal para ver una película, sino que la gente va de compras y entrar a ver una película muchas veces es algo secundario, prescindible o accidental", comenta Eduard Martín.
"Yo creo que, otra vez, se empieza a recuperar las ganas de ir al cine. La gente empieza a discriminar el ver series en casa, cuando solo tienes un rato, e ir al cine a pasar un tiempo largo y disfrutar del cine", comenta el responsable de los Babel, que además destacada la presencia de los jóvenes: "el otro día, en Jojo Rabbit, una parte muy importante del público era gente joven, y eso es genial, es la prueba de que el cine no está perdido". Aunque diferente, y aunque en menor medida, las salas siguen siendo símbolo de algo muy abstracto pero a la vez conocido por todo el mundo. El cine seguirá relatando algo de nosotros mientras sucedan cosas que nos hagan querer recordarlas, ya sea proyectándolas en la pantalla, en un arrebato de pasión en las butacas, o en una vistosa fachada que en realidad es una lápida arquitectónica. Y es inevitable, en la medida en la que cuenten algo de nosotros, seguiremos teniendo nostalgia de pantalla grande.