Apenas un mes después de que Mark Zuckerberg proclamara el inicio de la nueva era del Metaverso y asistiéramos a la metamorfosis de la grácil y adolescente Facebook en la solemne Meta, la expresión ‘Metaverso Industrial’ comenzaba su deambular por el universo tecnológico. La primera aparición del término en público de la que tengo constancia hay que atribuírsela a Danny Lange, SVP de inteligencia artificial en Unity y ex responsable de machine learning de Uber, en el transcurso del IoT World Silicon Valley. Según su visión, para las empresas resultará más seguro y sostenible utilizar realidad virtual y aumentada y experimentar con robots virtuales y datos sintéticos, antes de “crear nada”.
Aún resonaban los ecos de las palabras del ‘Génesis según Zuckerberg’ cuando pude conversar con el español Bruno Cendón, situado en el epicentro mismo del asunto, como responsable del área de wireless technologies de los Meta Reality Labs en Palo Alto (California). Podría decirse que está en la avanzadilla de la vanguardia, definiendo el Wi Fi 6 y en contacto con los grupos que trabajan en esa insondable otra dimensión que son los interfaces cerebro-máquina, esos que se han propuesto como gran desafío conseguir un clic con la mente, y andan bastante cerca de conseguirlo.
Bruno Cendón dice que estamos entrando en la cuarta revolución de la computación, que ha comenzado con la computación inmersiva y conducirá, cuando la realidad mixta, que integra la virtual y la avanzada, consiga convertir a las manos en mandos y tengan sentido los teclados virtuales, a un nuevo modelo de vida y de trabajo. Nos acostumbraremos a pasar horas en el Metaverso, con plena aceptación social. En ese momento, nos replantearemos el sentido de los móviles.
El Metaverso Industrial es uno de esos conceptos que sirven para expresar de forma sencilla ese nuevo modo de dar sentido y orquestar a tecnologías dispersas que ya existen desde hace años, como la realidad virtual y aumentada, el internet de las cosas o el gemelo digital, sobre plataformas basadas en el 5G como nuevo sistema operativo de la industria, con objeto de reinventar a partir de ese nuevo marco tecnológico la propia idea de fabricación.
Algunos dirán que es un buen punto de partida para facilitar la producción distribuida, la personalización en masa e incluso la reindustrialización (Fujitsu tiene una planta en Japón que trabaja a oscuras, porque no tiene empleados, no los necesita, se gestiona en remoto), otros dirán que la mayoría de tecnologías que usan nuestras empresas son todavía del siglo XX y que todo esto queda muy lejos de la realidad hoy en día, porque la gestión de la información en la industria es todavía caótica e ineficiente. Todos tienen razón. Probablemente, el punto intermedio sea puramente cultural.
Pero en lo que a un territorio como la Comunitat Valenciana se refiere, la carrera de innovación que más nos puede interesar es la del Metaverso Industrial, menos pendiente de esa montaña rusa de emociones que es la electrónica de consumo. Que a ver por dónde nos sale el próximo CES, después de una edición de 2021 en la que los gigantes tecnológicos parecían haberse puesto la piel de ONG tras descubrir que, después de 15 años alimentando con diésel sus granjas de data centers, ahora les toca el papel de salvadores del planeta sustituyéndolo por hidrógeno verde, tal fue uno de los sonrojantes anuncios del presidente de Microsoft, Brad Smith, en aquella cita.
La situación actual recuerda a la de los albores de la segunda revolución de la computación, protagonizada por el ordenador personal en los años 70 y 80 del pasado siglo. En aquel momento, la Comunitat Valenciana consiguió ponerse en el mapa con la llegada de dos grandes proyectos empresariales, las plantas de IBM y de Ford. Además de movilizar un nuevo mapa de proveedores y líneas de investigación asociados a ellos, trajeron aires de modernidad tecnológica y dieron un vuelco a la composición de nuestras exportaciones. Una de las claves de aquellos años fue la integración estratégica del ámbito de la universidad, la Administración y la empresa.
Hoy tenemos un entorno industrial que bien puede actuar de banco de pruebas para desarrollar líneas de innovación en el Metaverso, los centros de investigación han madurado y hablan de tú a tú con los grandes hubs de conocimiento en determinadas áreas de nicho, en particular las relacionadas con la industria, y, en fin, es en la Administración donde probablemente está el problema, pese a las buenas intenciones de muchos. Habría que recuperar el espíritu de pioneros de los 80.
Para conseguirlo, nos vendría bien impulsar un tipo de figuras que describe muy bien uno de nuestros grandes innovadores, el alicantino Iñaki Berenguer, uno de los emprendedores de referencia para la ciudad de Nueva York. Es conocida su etapa en el MIT, donde creó su primera startup, Pixable, pero se habla menos de su máster y doctorado en Ingeniería en la Universidad de Cambridge en Reino Unido. Allí conoció a una persona que le cambiaría la vida, según contaba recientemente en la presentación del libro ‘España a Ciencia Cierta’, coordinado por el profesor de la Universidad de Alicante, presidente de la Unión Química Internacional y de la Academia Joven de España, Premio Jaume I y director de la Cátedra Ciencia y Sociedad de la Fundación Rafael del Pino, Javier García.
La persona con la que trabajó Berenguer en el Digital Technology Group de la Universidad de Cambridge fue Andy Hopper, cuya biografía animo a consultar. Lo que le hace especial es que, además de profesor universitario e investigador, es fundador de una decena de empresas de base tecnológica y ha participado en varios fondos de inversión especializados en startup. Hopper conoce en primera persona, porque ha vivido en cada uno de ellos, los mundos de la universidad, el emprendimiento de base tecnológica y la inversión.
Resulta muy complicado encontrar perfiles de ese tipo en España y ese es uno de nuestros grandes déficits, que solemos suplir con grandes dosis de marketing. En eso no hay quien nos gane. Quizás uno de los mejores ejemplos que tenemos más a mano de este perfil polifacético sea precisamente Javier García, ese es el talento que tenemos que atraer.
Nuestro lugar en esa cuarta revolución de la computación probablemente esté más cerca del Metaverso Industrial, como lo estuvo en los años 80 con la incorporación de los primeros sistemas de automatización y de informatización en el tejido industrial de la Comunitat Valenciana. Ojalá surjan un puñado de Andy Hopper en nuestro territorio o, quizás más exactamente, dejemos surgir a ese puñado de personas necesarias para impulsar el cambio.