el callejero

Un obispo luterano que conoce a todos sus feligreses

26/06/2022 - 

VALÈNCIA. El comedor de José Luis de Miguel es uno de esos salones atiborrados de recuerdos, fetiches, fotografías y mil cosas más. Hay más gente de la que parece que tiene en casa un museo de sus vivencias, de sus viajes, de sus creencias. Y allá, entre paredes estucadas y librerías, lo mismo te encuentras un Cristo, una vela de una visita a Lourdes, unos muñequitos de una serie de dibujos animados o retratos de los hijos a diferentes edades. Uno no espera encontrarse un lugar tan común en la casa de un obispo. Aunque José Luis no es un obispo de la iglesia católica sino de la iglesia luterana.

En València y en España, donde no tiene, ni de lejos, el arraigo que hay en Estados Unidos o Sudamérica, los luteranos son una rareza. En España son 250. En la Comunitat, 25. Y en la provincia de València, ocho o nueve. Son tan pocos, que José Luis de Miguel, el pastor más elevado de la iglesia luterana en este país, los conoce a todos por sus nombres y apellidos. Y cuenta que uno es de la Pobla Llarga, que hay otro que, encima, se acaba de ir del país, y relata todo esto poniendo cara de circunstancias. "La verdad es que es un poco frustrante, va muy lento".

El inicio de su historia es una de tantas en España. Hijo de un matrimonio católico, que estudia en un colegio católico y que escucha misas al estilo de los católicos. Hasta que un día, leyendo la Biblia, tropieza con algunas incoherencias que le hacen frenar en seco en su fe, abrir su mente y lanzarse al estudio de otras doctrinas para ver si hay alguna que cuadre con su pensamiento. Porque José Luis, el niño al que sus padres llevaron a ver al director de los Jesuitas, donde estudiaba, porque daba la tabarra con que quería ser cura, un buen día se enamoró y decidió que quería ser predicador pero también tener una mujer.

Eso fue a los 17 años. Antes ya era un chaval muy devoto que viajaba encantado con sus padres a rezarle a la Virgen de Lourdes. "Fui muchos años", rememora el hoy obispo luterano, un hombre de 60 años que no reniega de su pasado ni de cierto misticismo con reminiscencias católicas. Uno de sus rincones favoritos para la oración es la Basílica de la Virgen. Allí dentro le gusta rodear el altar y bajar unos escalones hasta alcanzar el semisótano donde se encuentra el Cristo de la coveta. Y frente a Él, en silencio, muchas veces en solitario, le gusta conversar y orar. Pero su vida nunca ha sido muy diferente a la del resto. De niño, de hecho, además de tener una gran vocación, era un chico muy deportista. Un buen nadador que llegó a ser subcampeón regional de los 400 estilos, y un futbolista con la calidad suficiente para acabar en el Valencia CF juvenil al lado de Sixto o Tendillo.

Una cruz de regalo

Con José Luis no hay obstáculos. No existe, dentro de una conversación que fluye por el cauce del sentido común, nada que le ofenda. El obispo es un hombre humilde, sin ínfulas, a quien le ha costado, por pudor, vestirse como un pastor luterano. Y casi deslumbra su camisa clerical morada con unos enormes puños blancos, como el alzacuellos, que, al contrario que los católicos, está totalmente a la vista. Del cuello cuelga la cruz que le regaló la iglesia el día que fue consagrado como obispo. La pregunta de si es de oro le hace dudar. Titubea un poco y luego responde con la verdad: "Es un obsequio y costó 700 euros, pero me extrañaría que fuera de oro". En los dedos corazón y anular de la mano derecha destacan dos anillos voluminosos. Uno, el más grande, el obispal, es otro regalo. El otro, algo más discreto, es un capricho que se concedió hace tiempo.

José Luis no llegó a la iglesia luterana de la noche a la mañana. Antes, después de detectar las incoherencias de la religión en la que había sido educado en casa por sus padres, un ebanista y una ama de casa, y en el colegio de los Jesuitas de València, había estado investigando, leyendo, aprendiendo de los testigos de Jehová, de los mormones, de los budistas... "Lo hice todo porque seguía en busca de mi fe. Me faltaban cosas y necesitaba encontrarlas".


Su vida cambió cuando conoció a Elena, su mujer, a los 17. Tardó un año en pedirle salir y seis más en casarse. No volvieron a separarse. Un poco antes, cuando estudiaba tercero de BUP -el equivalente a primero de Bachiller-, tuvo que dejar el colegio porque su padre enfermó y necesitó a alguien que arrimara el hombro en la ebanistería. Años después, como el hijo de José Luis conocía sus inquietudes y en ese momento estaba estudiando religiones, le llamó al conocer la iglesia luterana y le dijo que ahí igual estaba lo que llevaba tiempo buscando.

No fue el único golpe que zarandeó su vida. Ya de adulto, con 42 años a sus espaldas, se enteró de que era adoptado. No tenía ni idea. José Luis, siempre tan curioso, se lanzó en búsqueda de información sobre sus padres biológicos, pero no encontró nada. Solo supo que le abandonaron al lado de Santa Mónica, en la calle Sagunto, donde se crió, y que le bautizaron el primer día porque estaban convencidos de que se iba a morir. "Tenía todo el interior de mi cuerpo con llagas, infecciones y tal, y todos esperaban que me muriera... Pero luego viví, fíjate".

Su consagración

La delicada salud de su padre le dejó fuera de la universidad, aunque José Luis logró estudiar Teología tiempo después. Luego vinieron otros trabajos como comercial. Hasta que entró en la Asociación Española contra el Cáncer, donde sigue empleado. Su función es divulgar la salud, en concreto el cuidado de la piel. La asociación le aportó un equilibrio total. Por las mañanas está ocupado en algo que considera muy próximo a "hacer el bien" y le quedan las tardes libres para encargarse de sus quehaceres en la iglesia luterana. Aunque primero, después de encontrar en 2009 las respuestas que llevaba buscando durante años, Walter, un pastor y misionero argentino, le invitó a conocer su doctrina con calma. José Luis se fue a Sant Sadurní d'Anoia y durante dos o tres semanas se dedicó a asistir a los oficios, escuchar, leer... "Salí de allí convencido y quise integrarme en la iglesia", detalla.


En 2012 se hizo diácono; en 2017 fue nombrado pastor, y en 2020 llegó la consagración como obispo, aunque tuvo que ser 'on line'. Por eso un año después, en 2021, la iglesia quiso hacer algo más ceremonial y se lo llevaron al Escorial. Allí le consagró el obispo finlandés Johana Pohjola y estuvo acompañado por otros dos prelados, uno de Portugal y otro de Miissouri, donde se encuentra el sínodo que financia todo lo que se hace en España.

José Luis se perfila como un hombre alejado de los radicalismos. Y cuenta sin adornos que su mujer sigue siendo católica y que hace poco, durante una procesión, el cardenal Cañizares se acercó, le dio un abrazo, le estrechó la mano y le dijo en tono conciliador: "Cuida de tu iglesia". Y el obispo luterano lo recuerda con satisfacción, ensalzando la humanidad del cardenal católico. Aunque no todo son flores. "El movimiento de la reforma empezó con Lutero, con la iglesia luterana, pero en 1580 la Inquisición hizo mucho mal en España y se eliminó toda progresión con la iglesia luterana. Primero con los grandes núcleos que había en Sevilla y Valladolid. Se acabó aquello, entró el miedo y hasta hoy. Luego hubo mucha permisión y entraron muchas iglesias protestantes. Lutero era un sacerdote católico que veía que había cosas que no encajaban. No estaba de acuerdo con algunos puntos y pensaba que era un problema de la región donde vivía en Alemania, de su obispo. Así que se enfrentó al obispo y se fue a hablar con el Papa, pero el Papa defendía todo lo que decían sus obispos. No podían permitirse no recaudar fondos. Lo que más cabreaba a Lutero era que la gente del pueblo, incluso los pobres, creía que podía salvarse y alcanzar el paraíso con una moneda".


Muy de vez en cuando oficia una misa en València. La mayoría de los que asisten son amigos suyos, en general católicos, a quienes les gusta escuchar a José Luis. "Y no pasa nada", advierte. Solo que no pueden comulgar, algo reservado a los que han sido confirmados como luteranos. Las misas tienen una estructura casi idéntica a las católicas. La divergencia llega con el sermón. "Nosotros enfocamos mucho la justificación por la fe. Nosotros hablamos de ley y evangelio. Hablar de los fallos que todos los días cometemos, y que son fallos para hacer más ligera la palabra pecado. Recordar que somos pecadores queramos o no, pero que luego tenemos a Cristo que nos va a salvar. Es complicado de entender".

Su vida no difiere mucho más de la de cualquier persona. Eso sí, antes de cada comida para un momento y dice: "Dios bendiga estos alimentos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Y si algún día reciben la visita de un pastor, el obispo rescata la versión larga para bendecir la mesa.

José Luis no cobra ningún sueldo. Lo único es que tiene pagados los viajes que hace por su condición de obispo. Luego lleva una vida de lo más corriente: trabajar, velar por la iglesia luterana y regresar a casa, una casa común con un comedor común.



Noticias relacionadas