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el callejero

Paloma, la monja budista de València

Foto: KIKE TABERNER
27/06/2021 - 

VALÈNCIA. Paloma Alba es reacia a las entrevistas. Dice que le asusta eso de contar su vida. Pero luego coge una recia silla de madera, se sienta sobre sus piernas cruzadas y se pone a relatar su vida durante casi una hora. De las dudas que le generaba el cristianismo, su inmersión en el budismo y su ordenación como monja budista hace 35 años. Nos recibe en el Centro Nagarjuna, en Monteolivete, una primera planta llena de estímulos gracias a la colorida iconografía budista. Sobre una mesa, como si fuera otra imagen más, reposan, de pie, unos pocos ejemplares de un libro titulado El mundo físico. Ciencia y filosofía en los clásicos budistas indios, una traducción del tibetano al español que han hecho en el centro, un ímprobo trabajo de tres años que ahora va a continuar con el segundo de los cuatro volúmenes con los que el Dalai Lama ha querido mostrarle a Occidente que su religión es mucho más que meditación y colorines.

Paloma porta un modesto hábito color granate. Un vestido concebido para borrar cualquier atisbo de vanidad. Una monja budista no puede ser presumida y por eso, además, lleva el pelo muy corto con el tono cano propio de sus 67 años. Su condición toma estos y otros votos que giran fundamentalmente sobre no hacer el mal.

La monja nació en una familia española tradicional: católica y no especialmente devota. Eran seis hermanos que vivían de lo que ganaba su padre con un cargo de responsabilidad en Tabacalera. Ella estudió en las Teresianas, que antes de mudarse al Vedat tenían el colegio en la calle Jorge Juan, en el centro de València. En sus últimos años como escolar, con 15 o 16, le gustaba escuchar misa antes de entrar en clase. Paloma siempre fue una persona muy espiritual, pero también muy racional. Cuando iba al confesionario, lo hacía, más que por contar sus pecados, por trasladarle al sacerdote todas las preguntas que le sugería su religión. "Pero todo era dogma de fe y a mí eso no me convencía. Lo intentaba, pero con gran dolor de mi corazón no conseguía creer", recuerda de su adolescencia. 

Aquello dio paso a una época de investigación donde su afán por saber le llevó a leer a muchos filósofos. Buscaba en sus libros las respuestas que no halló en el confesionario. "Pasé un tiempo simplemente investigando, analizando, viajando, que abre mucho la mente... Estuve en contacto muy poco con el hinduismo y el islamismo; no me convencieron. Dentro de todo ese trabajo de búsqueda personal vi que todos estos filósofos hablaban del budismo con gran respeto, así que me dije que tenía que saber qué era eso".

De repente, irrumpe en la habitación Steve, que es el director del Centro Nagarjuna. "Es un guiri que habla andaluz", le provoca Paloma. Y Steve, que viste una camiseta donde pone Tíbet en mayúsculas, comienza a hablar en un simpático castellano aprendido en las Alpujarras, en Granada, en un conocido centro de meditación llamado O Sel Ling, donde coincidieron y se conocieron hace años.

Paloma siguió su vida con la mente muy abierta. Se puso a trabajar como enfermera en la unidad de Psiquiatría del Clínico y en 1982, con 26 años, un compañero y ella decidieron pasar unos días en Ibiza, por aquel entonces todavía la isla de los hippies. Nada más desembarcar con sus bicicletas en el puerto de San Antonio, la enfermera topó con un cartel que anunciaba unas jornadas budistas con un lama. Los dos amigos se subieron a la bici, pedalearon hasta allí y se encontraron a unos cuantos hippies. "Parecía que fueran disfrazados, pero a los dos días dejabas de ver el disfraz y ya solo veías al ser humano. Fueron unos días con unas enseñanzas maravillosas de aquel lama que vivía en España. Aquel encuentro resultó muy revolucionario para mí, que también era muy revolucionaria".

Aquello caló tan hondo que se convirtió en su interés principal en la vida. Tanto que dos años más tarde decidió que se iba a ir a la India para profundizar en el budismo. Pidió una excedencia en el hospital y se marchó nueve meses al sur de Asia. "Lo planifiqué un año antes porque sabía que iba a haber un periodo muy intenso de prácticas con Lama Yeshe -detrás, pegada a una pared, tiene una imagen suya-, que fue un pionero. Ha sido de los más importantes en dar a conocer el budismo entre occidentales. Estamos hablando de la época de los hippies de los 60 que habían llegado por Nepal básicamente para drogarse (suelta una carcajada). Allí encontraban una droga superior que era el Dharma y la meditación. Lama Yeshe tuvo esa habilidad de conocer la mente y saber llegar a las necesidades que la gente tenía. Ese grupo de hippies era fascinante y se convirtieron en pioneros porque al volver a Occidente continuaron con sus centros de meditación y gracias a eso pude conocer en Ibiza a ese lama".

Tras esos nueve meses, regresó a València, dejó la casa donde vivía y se volvió a la India para seguir aprendiendo durante nueve meses más. En marzo de 1986, sin tenerlo especialmente premeditado, escuchando la recomendación de su maestro, Lama Zopa Rimpoché, se ordenó como monja. "En el budismo encontré las respuestas que llevaba años buscando y ordenarme como monja lo vi como una protección para aprovechar mejor mi tiempo. Está bien formar una familia pero les tienes que dedicar tiempo y yo no he tenido nunca especial interés. Y lo mejor para aprovechar mi vida era tomar unos votos. Era como poner los carriles a través de los cuales yo quería desplazarme. Sabía lo que quería dejar atrás y hacia dónde me dirigía".

Ahora es Karen quien sale a saludar. Ella es la principal responsable de la traducción del libro. Paloma le regala los elogios por su arduo trabajo y ella se limita a sonreír y a quitarse importancia. 

Luego retoma el hilo de su relato y cuenta que una cosa era ser monja budista en la India y otra muy distinta serlo en España. "Me convertí en un bicho raro", apunta. Pero encontró su sitio en los centros de meditación. Primero en las Alpujarras, en el Centro de Retiro y Meditación Budista O Sel Ling. "Se hizo muy conocido porque la reencarnación de Lama Yeshe, Osel, venía de la Alpujarra y sus padres son los que iniciaron ese centro. Allí teníamos para comer e íbamos tirando". Allí estuvo de 1986 a 1990. Luego pasó dos años en Madrid y, después, otros dos en un centro que había en València, en Joaquín Costa. Los dos siguientes, del 94 al 96, los pasó en Barcelona, de donde se marchó de nuevo a la Alpujarra. Allí, en mitad del monte, se tiró otros diez años. Hasta que su madre enfermó en 2006, momento en que volvió a casa para cuidar de ella hasta su muerte, en 2010.

Ya se quedó aquí, en el centro de Monteolivete, un barrio que, poco a poco, año a año, ha ido acostumbrándose a esa pintoresca vecina que camina por la calle con esa túnica granate. Despertó curiosidad desde el primer día, pero, en general, ha encontrado mucha más simpatía que burla. "Te mira todo el mundo, pero en el barrio ya me conocen. Vivo muy cerca de aquí y se me acerca mucha gente a contarme sus problemas". Si está incómoda con el hábito lo sustituye por alguna prenda discreta, siempre en tonos granate. "Es una manera de marcar una diferencia con la vida laica".

En la mano, o en la muñeca, como durante toda esta entrevista, lleva un rosario. Cuando va por la calle lo utiliza para ir rezando sus mantras. Algunos la miran. Pero ya está acostumbrada y le gusta que, aunque sea por su apariencia, pueda convertirse en un referente diferente al cristianismo, una muestra de que existe algo más. 

Los curiosos acaban pasando por el centro, donde se les van los ojos con las imágenes del Dalai Lama, el Buda Maitreya o una estatua de Lama Yeshe con sus reliquias. Con la estupa, que simboliza la mente iluminada, y que está bendecida, consagrada y que contiene, en una urna, las reliquias y las cenizas del primer lama que estuvo en el centro enseñando a los demás. En mitad de la estancia hay un pilar con los molinillos de oración que se hacen girar mientras están meditando. Y muchos elementos sagrados más repartidos por esa habitación y una contigua donde, a modo de capilla, hay que descalzarse. Cada vez que nombra a una figura religiosa, Paloma junta las palmas de las manos como si fuera un tic.

No es una mujer radical. Ni de lejos. Y cada año, cuando llega la Navidad, se reúne con sus familiares para compartir con ellos las celebraciones católicas. Las grandes celebraciones del budismo no incluyen un banquete. Son más austeras y aprovechan una de ellas, el Vesak, para comprar anguilas y bichitos en el mercado de Ruzafa y liberarlos en sus hábitats, un gesto simbólico. Ese día están meditando y haciendo diferentes ceremonias desde las 5 de la mañana hasta las nueve de la noche Luego, en Navidad, se sienta a celebrarlo. "Si no hay más remedio", bromea antes de estallar en una carcajada mientras se levanta de la silla. Ya ha contado su vida. No ha sido tan difícil.

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