Ningún partido ha salido tan malparado de la repetición electoral como Ciudadanos. Hasta hace apenas tres meses, este partido podía aspirar a forjar una mayoría de Gobierno con el PSOE, y su líder, Albert Rivera, podría haber sido vicepresidente de dicho Gobierno. Ahora, con diez escaños, la nueva líder, Inés Arrimadas, hace propuestas de pactos "constitucionalistas" de 221 escaños, en donde el 96% de los 221 escaños los ponen los socios, y Ciudadanos sus escasos diez escaños. Ciudadanos afirma que quiere ser útil y cumplir un papel. Pero llega tarde. Cuando pudo ser útil, no lo fue, y ahora ya no tiene apenas la capacidad de marcar la diferencia.
No es fácil ocupar el centro político en España. Los votantes de centro son, en realidad, exvotantes de los grandes partidos de derecha y de izquierda. Y en cualquier momento pueden volver al redil; de hecho, es lo que acaban haciendo. Y cuando lo hacen, se llevan por delante al partido centrista en cuestión, del que no dejan ni las bisagras. Ocurrió con UPyD y ocurrió también, en tiempos más remotos, con el CDS.
Sólo hay dos partidos que buscaran ocupar el centro que tuvieron éxito en España... por un tiempo. La UCD, en los inicios de la democracia, y Ciudadanos, en fechas recientes. Ambos casos se explican por condiciones particulares: la UCD se presentó a las primeras elecciones desde el Gobierno, con un sistema electoral diseñado por ellos y por sus futuros socios de Alianza Popular, y con la figura carismática de Adolfo Suárez, presidente del Gobierno de la transición a la democracia. Era difícil perder, con este punto de partida. Y, de hecho, ganaron. Por un tiempo. Hasta que, en 1982, su espacio político fue devorado por parte de AP y PSOE. Es decir: lo que, tarde o temprano, acaba sucediendo con los partidos de centro.
El otro caso, Ciudadanos, se presenta en un contexto de gravísima crisis del sistema de partidos, en el que, por primera vez, se abre la posibilidad de superar o modificar la clásica estructura de dos grandes partidos y una serie de comparsas. Es en ese contexto en el que Ciudadanos obtiene un refrendo significativo del electorado, del 13,9% y 40 escaños en las elecciones de 2015, y un resultado similar (el 13,1%, 32 escaños) en la repetición electoral de 2016. En ambas ocasiones, muy por encima del 9,2%, 19 escaños, que obtuvo el CDS en su mejor resultado electoral, en 1986.
En estos primeros años, Ciudadanos intenta cumplir el rol que uno espera de un partido ubicado en el centro. Esto es, pactar a su izquierda y a su derecha. Lo hace en el ámbito autonómico (con el PSOE en Andalucía y con el PP en Madrid) y también en el nacional. Llega a un acuerdo de investidura con el PSOE de Pedro Sánchez tras las elecciones de 2015, y a otro acuerdo (este, consumado) con el PP de Mariano Rajoy después de la repetición electoral de 2016.
A partir de ese momento es cuando comienza a desnaturalizarse el carácter de Ciudadanos como partido centrista. De hecho, muy poco después, a principios de 2017, el partido renuncia a sus postulados socialdemócratas, ubicándose netamente en el liberalismo. Y unos meses después, ante la crisis catalana de octubre, concentra totalmente su mensaje político en torno a una cuestión que es consustancial a Ciudadanos, pero que también condiciona su ubicación política: la unidad de España frente al desafío independentista. Con esta apuesta, Ciudadanos consigue sus mejores resultados (en las encuestas, donde, casi hasta el final, Ciudadanos siempre obtenía mejores resultados que en la realidad) y hay un momento, poco antes de la moción de censura de Pedro Sánchez, en que parece factible que Albert Rivera alcance la presidencia.
Pero no la alcanza él, sino Sánchez, aliado con lo que Rivera denomina "la banda": Unidas Podemos, nacionalistas e independentistas. Una "banda" que le cierra el paso de La Moncloa (pues la "banda" suma una clara mayoría absoluta desde 2015). Este hecho, unido al claro beneficio electoral que tiene para Ciudadanos centrar su discurso en torno a las tensiones territoriales, determina que Rivera abandone definitivamente su condición de partido bisagra para aliarse sólo con uno de los dos grandes partidos, el PP, y con la clara intención de ocupar su espacio político.
La apuesta casi le sale bien: se queda a menos de un punto de intención de voto, apenas nueve escaños, del PP en las elecciones de abril. Sin embargo, a partir de ese momento suceden dos cosas que, combinadas, pulverizan al electorado de Ciudadanos. Por un lado, este partido se convierte en la muleta del PP en todos los pactos locales y autonómicos en los que estos dos partidos (casi siempre acompañados por el socio necesario, Vox) suman. Ciudadanos no consigue prácticamente nada a cambio, salvo escenificar en toda España su condición de partido subalterno.
Mientras tanto, el mismo partido que no tiene ningún problema en apuntalar al PP en lugares como la Comunidad de Madrid (con la larga lista de éxitos en juzgados y portadas de medios de comunicación de toda España que avalan la gestión del PP en dicha comunidad) o Castilla y León (donde el PP gobierna desde que el mundo es mundo) no quiere ni plantearse hablar con el PSOE. Y, de hecho, ni siquiera accede a hablar con Pedro Sánchez.
Ciudadanos, en resumen, en su afán de convertirse en el PP, se acaba convirtiendo, a ojos de los votantes,... en el PP. Y para eso, mejor votar al PP auténtico. Sobre todo, porque, en el último momento, cuando la repetición de las elecciones es inminente, Ciudadanos da un nuevo giro a su estrategia y anuncia la retirada de los vetos al PSOE, cimentando así, una vez más, su leyenda de "partido veleta", del que uno no puede fiarse. Y, sobre todo, ahuyentando a la mayoría de los votantes que habían llegado al partido pensando que votaban a una versión modernizada y sin corrupción del PP (o más firme e implacable con el nacionalismo).
El partido sigue teniendo mucho poder en el ámbito autonómico y local (siempre, recordemos, en posición subalterna respecto del PP). La nueva líder, Inés Arrimadas, parece "recentrar" Ciudadanos en el discurso y en las propuestas. El problema es de credibilidad y fuerza: el momentum del partido parece totalmente evaporado. Y con diez escaños, poco puede hacerse. Lo único, apoyar una hipotética investidura de Pedro Sánchez (o abstenerse) para que no sea necesario el concurso de ERC.
Es posible que esta decisión significase inmolarse definitivamente. Después de todo, tampoco parece que las perspectivas de futuro del partido sean muy prometedoras, en cualquier caso. Pero no es previsible que suceda algo así. Ciudadanos es presa de su trayectoria, errática y contradictoria en algunos aspectos, pero fundamentalmente dirigida, en los últimos años, a derechizar más y más su discurso, su espacio y su electorado. Ahora no es fácil volver. Así que la conclusión es pesimista para este partido: sus votos podrían haber sido de gran utilidad... cuando tenía votos. Ahora, no los tienen en la medida suficiente como para ser determinantes, ni siquiera influyentes.