Nacida en Elda, la ceramista alicantina atravesó hace cuatro años una crisis de la que salió gracias a un golpe de suerte que la empujó hasta Corea del Sur, donde se empapó de nuevas formas de expresión en torno a la cerámica. Hoy se ha convertido en una de sus voces más singulares
VALÈNCIA.- — ¿Por qué decides marcharte de España?
— Hace aproximadamente cuatro años me encontraba sumida en una crisis total, a punto de rendirme y dejarlo todo. Un día, desde Facebook me llegó una cadena en la que un ceramista etiquetaba a otro ceramista. Colgué en el hilo un cuenco de porcelana, y justo en ese momento el organizador del Mungyeong traditional Chasabal Festival, un certamen internacional sobre boles de té en Corea del Sur —sí, existe ese certamen—, vio esa imagen. Me escribió y me invitó a participar. Éramos catorce invitados de Occidente, algunos con una trayectoria amplia y después yo, que ni siquiera tenía horno propio. En ese certamen me di cuenta de cuán incipiente era mi cerámica. Allí estaba desubicada por completo. Estuve a punto de no hacer la presentación de mi trabajo pero otra ceramista española, Encarna Soler Peris, me animó a no desistir.
— Una casualidad que llevó a otra casualidad...
— Exacto, porque sentado, escuchando, estaba mi futuro maestro, Kim Dae Woong. Conectó con mi trabajo, se comprometió a aceptarme como alumna, cumplió con su palabra, y un año después estaba de nuevo en Corea, en su casa, con su familia. Al siguiente año regresé y desde entonces he estado allí en varias etapas, trabajando a un nivel muy alto, sometiéndome a un verdadero entrenamiento, en un lugar muy aislado en el que no ves a ningún otro occidental, lo que provoca entre los vecinos sensaciones de aceptación pero también de rechazo. Fue un choque cultural e idiomático.
— Es una enseñanza que traspasa la línea de la formación puramente profesional.
— Todas las mañanas, antes de empezar a trabajar en el taller, nos desplazábamos al templo para rezar a Buda. Es una formación integral, como ceramista y como persona, ya que Dae Woong, por su cultura y religión, no desliga esos dos ámbitos en su propia vida. El budismo impregna cada momento del día. Este proceso me ha cambiado profesional e internamente. Mi cerámica ha cambiado radicalmente en este tiempo.
— El método de enseñanza se asemeja al de un maestro y su aprendiz.
— Exacto, una relación en la que ambas partes se retroalimentan. En coreano existe una palabra que no tiene traducción al español que vendría a definir la estructura del parecido entre los miembros de una familia. Existe una palabra similar que se aplica a las texturas de la naturaleza. Dae Woong lleva ese concepto a su cerámica. En Corea he interiorizado ese proceso, he hecho mía esa técnica, con una evolución personal, que me he comprometido a continuar. La unión de piezas de modelado con el torno es un proceso muy duro, muy lento, para el que hay que tener una convicción muy fuerte. Dae Woong trabaja una técnica llamada Godaeaejang, patentada, en la que me ha formado. Es un maestro del fuego, por lo que me ha adiestrado para enfrentarme a un horno denominado Tongkama, en el que el primer año debía cocer a solas durante 17 o 20 horas seguidas, lo que es todo un reto. En años sucesivos este Tongkama es alimentado por equipos de cinco personas durante 80 horas para que alcance los 1.300 grados de temperatura. Hay un grupo reducido de ceramistas que trabajan con Tongkama en Corea del Sur y él es uno de ellos.
— Tanto la Comunitat como Corea del Sur comparten la cultura en cerámica tradicional. ¿Qué diferencias has encontrado?
— En Corea puedes encontrar cuencos de diez dólares, artesanales, juntos a los de otro ceramista por diez mil dólares. La cerámica hecha a mano abarca todas las opciones para todos los públicos. En comparación con España, los alfareros, alfareras y ceramistas reciben otro tipo de reconocimiento. Ni mejor ni peor. Simplemente, la visión del público hacia su trabajo y profesión es muy distinta. El valor que otorgan a la artesanía es innato a su cultura. Aquí cuesta mucho que reconozcan el valor del trabajo que esconde una pieza.
— En Valencia también trabajas en un lugar apartado, entre Alboraya y Benimaclet. ¿Por qué escoges ese emplazamiento?
— Primero, porque puedo trabajar con un horno de gas atmosférico. En ‘La 37’ somos un grupo de artesanos del textil, metal, joyería, cerámica... Allí se genera una colaboración muy interesante.
«Todas las mañanas, antes de trabajar, nos desplazamos al templo para rezar a Buda. Es una formación integral, como ceramista y como persona»
— ¿Atraviesa la cerámica en la Comunitat un buen momento?
— El público ahora está volviendo a consumir cerámica, pero por nuestra parte debe existir un compromiso común de calidad. Existe una buena oportunidad para retomar culturalmente la cerámica. Pero entiendo que para ello, cada pieza que sale de cada taller debe tener un valor de calidad técnica.
— En esta tarea tiene un papel singular la Escuela de Arte y Superior de Cerámica de Manises, el centro donde te formaste y que recientemente ha expuesto una muestra con tu último trabajo.
— El trabajo que ha llevado a cabo le ha dado a EASC Manises un prestigio e influencia muy merecido. Le guardo muchísimo cariño. La muestra que se expuso el pasado mes de abril ha servido para inaugurar el nuevo espacio expositivo del centro cerámico de La Bisbal d’Empordà, en el que permanecerá hasta primeros de julio.
— ¿Coincides en que también existe actualmente cierta aura en torno a la artesanía?
— Hay una parte fuerte de marketing en torno a este concepto, pero es necesario transformar esta tendencia en una oportunidad para los artesanos y artesanas, pero con un criterio que permita analizar adecuadamente el momento que vive la artesanía. Repito: los ceramistas debemos tener el compromiso, con nuestro trabajo, de transmitir la importancia que tiene un objeto cerámico, que además, es de uso cotidiano.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 44 de la revista Plaza