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lo personal y político iv

Fernando Giner, de la psicodelia 'underground' a la realización personal  

31/01/2021 - 

VALÈNCIA. Cuando ella lo abandonó, se sintió solo y decidió enviarse a sí mismo, metido en una caja robusta, hasta su casa. Presa de la curiosidad y la extrañeza, su amada eligió un serrucho para abrir el paquete y acabó partiendo en dos a su admirador. Este es el relato de una de las canciones que acompañó en su juventud a Fernando Giner (València, 1964). Eran los 70 tras el clímax del movimiento hippie, de las drogas, la contracultura y el rock cuando el hoy portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de València cultivó su devoción por la psicodelia de la banda amerciana The Velvet Underground.

El grupo encabezado por Lou Reed era algo denostado en aquel momento. Su sonido sucio y sus letras sobre sexo y drogas, sobre amor oscuro, a veces surrealistas, no casaba demasiado con el ambiente en el que se crio Giner y el catolicismo practicante de su familia -del que hoy en día sigue haciendo gala él mismo-. Por eso, quizá, el rechazo de su padre. Rechazo estéril porque canciones como Heroin o The gift seguían sonando en la habitación del joven Fernando.

A lo largo de su vida siguió el rock de Reed por múltiples ciudades españolas, ejerciendo una fidelidad que incluso, en una de aquellas, le llevó al hotel de Málaga en el que se alojaba el cantante. Y allí, a las puertas, le confesó su admiración y su preferencia por uno de sus discos más defenestrado, The Bells. El norteamericano lo había dejado de tocar, pero luego fue a Italia y lo recuperó para su repertorio. "Siempre he pensado que lo tocó en su último concierto porque se lo dije", cuenta: "Con esa mentira me autoengaño". Y ríe.

Desgaja sus años mozos con una mirada viva y la ilusión en sus pómulos encendidos mientras apura el té en una de las cafeterías más señoriales de la privilegiada Plaza de la Reina. Todavía hoy guarda los vinilos de aquella época y alguna que otra rareza del grupo, y a uno de sus hijos le ha pegado el gusto por la Velvet. "Todo eso te acaba influyendo", admite, "aquel tipo de ambiente...", era una época de probar cosas. "Gente de mi entorno y de mi clase acabó muy mal; ya no están aquí", lamenta. Se enteró años más tarde.

Él, por contra, se define entre bromas como un "tío aburrido". Nunca le fue en demasía la juerga. A los 16 ya salía con la que hoy es su mujer, pese a las reservas de sus padres. Sois demasiado jóvenes, le decían. "Me apetecía mucho salir con ella".

Foto: KIKE TABERNER

Giner se encontraba entonces, quizá sin saberlo aún, inmerso en lo que ahora, al volver sobre sus pasos, llama una carrera de galgos: acabando los estudios de Ciencias Empresariales y sobre todo heredando junto a sus tres hermanos el negocio familiar, una empresa de lácteos, tras el fallecimiento de su padre cuando él apenas había cumplido 22. Lo recuerda como si fuera ayer: murió en plena época de exámenes, "pero me presenté y aprobé todas". Y no hubo momento ni para respirar. Ni para pensar. Ya pensaré mientras ando, se dijo. De ahí a la mili, y a hacerse con un master en Navarra.

A partir de aquí, la historia que relata es la de -lo que se ha dado en llamar- un hombre hecho a sí mismo. La de una libertad que sólo ofrece el respaldo económico de una familia pudiente y ahorradora. Y lo sabe, lo admite: "Yo tenía la vida económica solucionada". Fue así como decidió, al cumplir los 35, que la empresa familiar no era lo suyo, que quería volar y dirigir su futuro profesional por otros derroteros. Para desgracia de su madre, claro, para quien la piña familiar era indivisible, también en los negocios. "Ella insistía en que no lo hiciera, que no lo hiciera, que no lo hiciera...", rememora. Pero lo hizo. 

Dejó la empresa para dedicarse a lo que quería, al marketing estratégico, puso en marcha una consultoría y dio clases en el INEM -"¿qué hago aquí?", llegó a preguntarse-. Pero el ímpetu que hoy pone en la narración de su vida, lo sintió entonces: "Estaba donde yo había decidido, y un hombre convencido de algo es indestructible". Dio clases en la Cámara de Comercio, asesoró a empresas valencianas como Papas Vidal o Salsas Choví y acabó recalando en la Escuela de Negocios ESTEMA, que más tarde, cuando se convirtió en la actual Universidad Europea, abandonó al mercantilizarse en exceso: "Me dijeron que había que meter a 3.000 alumnos en un master, y yo vi que aquello ya no era mi casa; yo soy más artesanal".

Se podría decir que hizo suyas las enseñanzas de su hogar. De padre ganadero y madre ama de casa, la ley no escrita del día a día era "la dedicación al trabajo y el esfuerzo". Entre semana y en fin de semana. Laborables y también festivos. "Era gente muy abnegada", recuerda. Y duro que se ganaba, duro que se guardaba. De ella se llevó el orden; de él, la fidelidad a la palabra dada. Y de ambos, el catolicismo, labrado también desde pequeño en el colegio marianista del Pilar.

Foto: EVA MÁÑEZ

Tradición, religión y progreso

Hoy acude a misa los domingos. Le gusta ir con la familia, y si hay algo que irrita a Giner en un templo es el aburrimiento: "Me da mucha rabia cuando los curas dan homilías que son un rollo", confiesa. Porque un cura, dice, además de administrar sacramentos, ha de ser pastor. Y si tienes a 30 personas ante ti, dice, aprovecha el tiempo. Por lo demás, el 'debe' de la Iglesia cuenta con no pocos "retos" de cara al futuro.

Para Giner, uno de ellos es el trato que se le ha dado a la homosexualidad desde antaño. Es un problema que hay que paliar porque, dice rotundo, es "absurdo". El munícipe es de los que se ha leído los Evangelios y explica que "la mayoría de la moral sexual es de San Pablo, en el resto de libros no aparece nada sobre estos temas". La Biblia, como libro de antropología, resulta para el edil algo magnífico, "una maravilla". Recomienda su lectura.

Al final, la lupa con la que examina el mundo conjuga tradición y progreso en una aleación en la que conviven en armonía dúctil, casi pragmática. "Quiero conservar las cosas buenas, pero también entiendo que hay que cambiar, adaptarse a lo que venga". ¿Y qué es lo bueno? Lo que nos da felicidad y estabilidad, responde, algo subjetivo al fin y al cabo. De ahí la necesidad de un "verdadero diálogo" que consensue los valores y criterios que han de regir.

La política y el exceso de vehemencia

El aterrizaje de Giner en uno de los asientos municipales podría considerarse producto de las circunstancias. Histórico miembro de la ejecutiva de Casa Caridad, donde además había ayudado a "posicionar la marca", se topó un día con una cola de centenares de personas. 700, dice ahora: "Pensamos que no podíamos atender a más gente". Eran momentos de quiebra económica por la crisis de 2008, de pesimismo y de necesidad. Eran tiempos de corrupción aquí y allá, de descrédito absoluto.

Salió Podemos, y Giner se dijo: "O me dejo de quejar o actúo". Se aproximó a Ciudadanos y Juan Córdoba, hoy diputado provincial, le lamó para proponerle ser candidato a la alcaldía de València. Era un salto arriesgado en una arena totalmente desconocida para alguien cuya única vinculación con la política le venía de su padre, que había estado en la UCD y más tarde en el Partido Demócrata Popular.

Foto: KIKE TABERNER

No se acababa de decidir. Que qué necesidad tenía en ese momento de meterse a político, decía su madre. "Haz lo que quieras, pero no cambies", fueron las palabras de su familia. Las de su hijo las recuerda con toda claridad: "¿La imagen que tienes no puede salir perjudicada?". La decisión es hoy bien conocida.

Que Giner no es político de origen se deja notar en sus formas, que aunque para muchos abrazan a veces la ingenuidad, ha ido modelando con el paso del tiempo y se ha ido haciendo a la jerga del gremio. Ahora bien, si con algo no ha podido hacerse ha sido con la vehemencia. Básicamente porque la detesta. "¡La vehemencia!", dice incrédulo. "Yo creo mucho en la inteligencia colectiva: tener la verdad absoluta a mí me parece sencillamente imposible", asegura. Desprende una faceta de hombre sereno, de un gestor o un técnico, pero en casa "no dicen lo mismo", ríe. La confianza y la discusión van más de la mano.

Redescubrir la ciudad, ir hacia la luz

Más allá de todo ello, si se rasca un poco, hay en Giner un paseante curioso y sorpresivo, entusiasmado con las primeras horas del día, con la ciudad, con la playa y la bicicleta. Le complace vislumbrar las calles desde el autobús, como en vista de pájaro, en perspectiva. Le gusta ver la urbe despertar enmarañada y nueva cualquier sábado, cuando todavía no han puesto las calles. Descubrirla de nuevo como un extraño, como un turista que acaba de aterrizar. Giner es de madrugar. De levantarse a las seis. 

Madruga mucho porque hay que vivir, dice. Es en esa tiniebla matutina donde reside toda la inspiración del hombre, el mejor momento de reflexión. Es el ir hacia la luz algo "importantísimo" según Giner, de ahí que piense que las mejores decisiones no pueden tomarse nunca por la noche, sino siempre al amanecer, "cuando estás descansado y de cara a algo que empieza". Por la noche, quizá, seamos más pesimistas, asegura. Es la luz del Mediterráneo.

Por todo ello, durante las primeras horas en ocasiones aprovecha para escribir. Ha alumbrado dos obras, de las que habla como si fuesen dos vástagos: El reto, sobre la salida en U que vaticinaba iba a tener la crisis financiera e inmobiliaria; y El debate, sobre geoestrategia internacional y el traslado del eje del mundo del Atlántico al Pacífico. Dos capítulos que escribió para este último título nunca fueron publicados. Pero hoy, con la taza de té ya vacía, se presta a resumirlos.

Foto: EVA MÁÑEZ

La covid, la historia y un futuro transhumano

Aquellas páginas nonatas hablaban del futuro del mundo, de la tecnología y su relación con el hombre. Del a dónde vamos a ir a parar. Vaticinios que mantiene y sitúa en un plazo de veinte o treinta años: la humanidad evolucionará hacia los transhumanos. "El 5G y el internet de las cosas van a evolucionar hasta el punto de que se van a incorporar al hombre", asegura. No es que las máquinas se humanicen, sino al contrario: que los humanos se irán asemejando a las máquinas. Personas con tecnología incorporada. Un paso más allá del smartphone, convertido ya en una extremidad artificial.

Giner cita al estratega Peter Drucker, según el cual los grandes cambios son procesos puntuales: la aparición de la imprenta abrió un proceso que se cerró con Lutero -"el mundo después de Lutero no era el mismo que el de antes de la imprenta"-; el impulsado por la máquina de vapor se clausuró con el ferrocarril y el mundo se estrechó. Y en esta ocasión, el internet de los años 80 y 90 fue la chispa que prendió la mecha, "y el coronavirus va a acelerar el cierre de este proceso". La biotecnología es el paso final, "va a ser la gran revolución".

El transhumanismo es, a juicio de Giner, un cambio de paradigma, algo difícil de comprender para el hombre de hoy. "Tiene peligros como todo, pero se puede emplear bien", asegura. Por ejemplo, dice, podrías elegir cómo será tu hijo y evitar enfermedades. ¿Y dónde queda la ética en todo esto? Juzgar todo ello desde la mentalidad de hoy es infructuoso, dice: "La moral lo intentará ordenar o catalogar, pero controlarlo será muy difícil porque haría falta un gobierno único o que el G20 funcionara de verdad". "El mundo -sentencia- no está todavía preparado para eso".

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