07/12/18 - Los andaluces han votado. Han votado lo que libremente han querido. Lo han hecho en unas elecciones autonómicas donde los mensajes locales, nacionales y europeos se han mezclado. Porque la política ya ha dejado de ser territorio de localismo y nacionalismos excluyentes. Los temas sociales, las dinámicas empresariales, las políticas públicas y las privadas, ya no son territorios estancos. Los temas, con una política internacional tan globalizada, trascienden a los pequeños reinos de taifas que algunos quieren construir en sus comunidades.
Y los resultados son claramente concluyentes. Las políticas de la izquierda radicalizando los mensajes e imponiendo su ideología a todo el orbe planetario han entrado en modo pánico. La gente, los que votan, que no son los medios de comunicación ni las encuestas, ha decidido que quería que cinco fuerzas políticas irrumpiesen en el panorama andaluz.
Que la izquierda radical, y la no tan radical, se rasguen hoy las vestiduras por la entrada de una fuerza política que nada tiene que ver con las propuestas centristas de Ciudadanos, da risa floja. Cuando una parte de la izquierda ha blanqueado a los amigos de ETA, cuando han visitado las cárceles para negociar presupuestos con presuntos golpistas, cuando han mirado al pasado sin ofrecer futuro para nuestros jóvenes, cuando se han empeñado en pactar con quien haga falta para encaramarse al poder, hoy no pueden dar lecciones de democracia.
La democracia se construye salvando los fundamentos que hacen posible que se respete el dictado de las urnas. Y si los ciudadanos se equivocan, cambian la próxima vez. Está claro que la democracia se tiene que proteger contra aquellos, que, utilizándola, quieren destruirla. Algunos de los más furibundos contra nuestro modelo de Estado son los que conviven con el PSOE.
¿Por qué habrían de quejarse los ciudadanos, si, como dice el PSOE andaluz, son el mejor Gobierno? Pues se han molestado por un régimen de corrupción que ha tapado a los suyos mientras atacaba las irregularidades de los demás. Se han quejado de un Gobierno que utiliza los medios de comunicación públicos a su antojo para ensalzar al Gobierno y denostar a los otros. El abandono de los servicios públicos ha pasado más factura que la corrupción socialista andaluza. Los votantes exigen que su comunidad autónoma funcione mejor, y no se pliegan a la dinámica de que nada puede cambiar.
El PP andaluz ha obtenido un mal resultado. Si ha sido incapaz de vencer en las urnas a los socialistas, en el peor momento de estos, ya nunca lo hará. El bipartidismo está tocado de muerte. Son muchos los ciudadanos que cogen otra papeleta distinta a la que enarbolaban en el pasado. Se pierde el miedo a votar de manera diferente, cuando las necesidades de la gente no han sido atendidas. El PP ha pasado a ser cuarta fuerza en muchos municipios grandes de Andalucía. Ya hay alternativas para que la gente encauce su ideal político. No hay reparo en cambiar el voto para que cambien las políticas.
El pasteleo de PSOE y PP en Madrid con el poder judicial es la antesala de lo que se avecina en el resto de España. Ya no habrá compadreo entre las dos grandes fuerzas políticas, porque ya han dejado de ser grandes, para compartir su espacio electoral con el resto de opciones políticas.
Podemos, o como se llamara en Andalucía, ha ejercido su derecho al suicidio colectivo. Ni se pegan a su marca, ni eligen buenos compañeros. Todo ha sido un dislate que les ha costado miles de votos que no creen ya en su mantra ilusionista. Ya son incapaces de aglutinar a los cabreados, porque éstos están cabreados con los podemitas. Tanto chaletazo, tanta guerra interna por el poder, tanta marca que no sabes si es un partido político o un supermercado de marcas blancas, tanta guerra interna, solo podía llevarles a una caída en picado.
Las encuestas están para rellenar papel. Lo único en lo que acertaron era en que el PSOE ganaba las elecciones. No era difícil acertar eso. Lo verdaderamente difícil era cuadrar las composiciones de cada opción. Ahora que se aventura un cambio, porque así lo han querido los andaluces, bien harían algunos en hacer algo de autocrítica. Porque si el problema es lo que han votado los andaluces, en vez de analizar por qué lo han hecho, nada cambiará. Y todo ha cambiado.