La victoria electoral de un señorito malagueño ha inundado el país de centristas sobrevenidos. Allá donde vayas hay un moderado dándote la tabarra con el renacer de la derechina. Según un guion conocido, el Sistema da el visto bueno al regreso de los viejos e inofensivos conservadores al poder
En la avenida Maisonnave de Alicante y la calle Jorge Juan de València florecen los centristas como no se recordaba desde los días previos a la fatídica moción de censura contra aquel gallego afable y comodón que, al verse en aprietos, aceptó ser sustituido por el bolso de una menina mientras él endulzaba las congojas bebiendo güisqui en el reservado de un restaurante de la capital.
Hacía, al menos, cuatro años que no veía salir tantos centristas de debajo de las piedras. Incluso llegué a pensar que habían desaparecido estas criaturas de buena voluntad que acaban empedrando los suelos del infierno. Centristas vuelve a haber a mansalva, también bautizados como liberales, moderados, transversales y suaves, muy suaves, como toca en estos tiempos en que casi todo el mundo, temeroso de dar un paso en falso, juega a ser carne o pescado según las circunstancias.
“No habrá alternativa sino alternancia: a Sánchez le sucederá Feijóo, como hace más de un siglo Sagasta le reservaba la poltrona a Cánovas”
Los centristas han salido de sus tumbas como aquellos zombis que daban mucha risa bailando con Michael Jackson en Thriller. Por aquel entonces, en la primera mitad de los ochenta, aún politiqueaba san Adolfo Suárez al frente del CDS, partido al que voté en dos ocasiones, sendos errores que cabe disculpar como pecados de juventud. Sin la lección aprendida, años después me obcequé en otorgar mi confianza al bombón Albert, que tuvo el talento inmenso de malograr la confianza de casi cuatro millones de votantes en un santiamén. Nunca un político español agotó su crédito en tan poco tiempo. He oído vagamente que su partido se va a refundar con el propósito comprensible de tener un entierro lo más digno posible.
Lo confieso sin rubor: yo también fui centrista, creí en la tercera España, elogié a Salvador de Madariaga y Clara Campoamor, defendí un camino distinto al de los rojos y los azules, me apunté a la bisexualidad en política y confié ingenuamente en el recorrido de un liberalismo social que, por desgracia, sólo tenía cabida en mis sueños engañosos de verano.
El asalto al poder de las huestes de Atila Sánchez me sacó de un profundo error: en realidad fue mi camino de Damasco. Vi la luz cegadora antes de caerme del caballo de la moderación impostada: en lo más hondo de mi ser, más allá de ideologías embusteras, comprendí que este país aún llamado España carece de remedio, y mucho menos siendo la cola de una Europa en liquidación, arruinada en lo económico, social y cultural. España seguirá siendo un ir tirando, viviendo del préstamo de yanquis, árabes y chinos, disfrutando de la paellita de los domingos, como si todo estuviese bajo control, hasta que los enemigos del sur y del norte la desguacen en el momento oportuno.
Soy demasiado cínico y demasiado mayor para creer en el viejo cuento de los centristas que leo, oigo y veo en los medios del país. Todos celebraron el triunfo de la moderación de un señorito andalusí y se felicitaron porque el partido de Belcebú no vaya a tener responsabilidades de gobierno. ¡Hasta el gordito Ferreras, en el especial transmitido con motivo de las elecciones, casi brincaba de alegría con el triunfo rotundo, soberbio e inmisericorde de la derecha finolis!
Nuestro Dorian Gray morirá matando
El Sistema, tal como lo describió Mario Conde, puede respirar tranquilo. Banqueros y grandes empresarios deben de estar exultantes con lo de Andalucía. La derecha heredera de Fraga Iribarne continúa su viaje al centro, y ya son tantos años… Pero nadie se impaciente. El recambio a nuestro Dorian Gray —del que se teme muera matando— está asegurado en la persona sinuosa y ambigua del discreto Alberto. No habrá alternativa sino alternancia en el poder: a Sánchez le sucederá Feijóo, como hace más de un siglo Sagasta le reservaba la poltrona a Cánovas. El turno pacífico de los partidos dinásticos, idéntico régimen fantasmagórico que entonces, la misma sensación de fin de época mientras la población se empobrece (y envilece) un poco más cada día.
El futuro de España tendrá un sabor dulzón, como los caramelos de miel que reparte don Esteban González Pons en sus discursos insípidos, incoloros e inodoros de perfecto socialdemócrata. El exconseller valenciano, con gran predicamento entre cierto tipo de mujer, regresó de Europa para consolidarse como una de las firmes promesas del centrismo nacional. Nos cansaremos de escucharlo y verlo. También se espera el retorno triunfal de Arenas Bocanegra. Esta es la renovación que un partido de contables ofrecerá al país.