Después de un año particularmente desastroso, lo mejor es intentar sacar algunas enseñanzas. Y es que poco más se puede hacer
VALÈNCIA. El año 2020 será recordado durante mucho tiempo. No ha sido un año más. De hecho, ha sido todo lo contrario a ‘un año más’. Nos hemos pasado varios meses confinados, y casi todo el año con mascarilla y medidas de distanciamiento social. La pandemia ha condicionado casi todos los aspectos de nuestra vida, por no decir todos: el trabajo, el ocio, las relaciones personales, la movilidad, y por supuesto nuestra salud, tanto física como mental.
Por fin tenemos buenas noticias, en forma de vacunas que parecen eficaces (en cambio, no hemos encontrado apenas tratamientos que puedan paliar significativamente la covid-19). Pero está claro que aún queda mucho para que volvamos a la normalidad. Y, cuando volvamos a la normalidad, sea en 2021 o más adelante, habrá que ver en qué medida dicha normalidad es ‘normal’, según los parámetros que manejábamos en 2019. Como cualquier gran acontecimiento, las consecuencias de la pandemia sobrevivirán a la propia pandemia. Las que siguen son solo algunas de las más importantes
Las pandemias importan: En 2009 el mundo vivió otra pandemia, la de la gripe A, que durante algunos meses suscitó una enorme preocupación (hasta que se vio que, en líneas generales, la virulencia de esta forma de gripe no era superior a la de la gripe común). Los gobiernos de todo el mundo tomaron medidas, y una de ellas fue, como ahora, hacer acopio de medicamentos y materiales que fueran útiles para paliar sus efectos. Uno de ellos fue un tratamiento que se presentó como revolucionario, el Tamiflu, un antiviral del que el Gobierno español compró millones de dosis. En su momento, y sobre todo tras ver que la pandemia no era tan fiera como la pintaban, y que el tratamiento apenas tenía eficacia, muchos criticaron al gobierno de Zapatero por exceso de previsión y por dejarse engañar con el Tamiflu.
Sin embargo, echando la vista atrás, está claro que con las pandemias pasarse de previsor es mejor que actuar como si la cosa no fuera para tanto, como hemos vivido en España en febrero-marzo de 2020 y también (lo que resulta más sorprendente) en junio-julio de 2020 y quizás en diciembre de 2020, cuando haya que decidir entre disfrutar de las Navidades ‘como siempre hemos hecho’ o esquivar el hospital. La lección está siendo tan dura que cuando llegue la próxima pandemia, a menos que tarde cincuenta o más años en llegar, cabe suponer que la gente y las autoridades se tomarán el asunto más en serio.
Online y Offline: Otra de las lecciones que hemos aprendido con la pandemia es que hay muchas cosas que pueden hacerse online... Pero que no todo puede hacerse online. Cuando esto acabe, es previsible que muchos de los hábitos que hemos adquirido ahora —porque no quedaba otro remedio— prevalezcan. Sin duda, algunas reuniones que en el pasado solo se conceptuaban de forma presencial pasarán a hacerse online. Y lo mismo cabe decir del trabajo y del aula, por citar otros dos ejemplos claros. No de forma sistemática, por supuesto, pero sí como posible sustitutivo en caso de necesidad, o como planteamiento paralelo para algunas empresas y algunos programas formativos que ahora solo eran marginalmente online, o totalmente presenciales.
«Nuestro cuñado con un whasap no puede informarnos de lo que está pasando fuera; probablemente lo haga mal y nos cuele una noticia falsa o descontextualizada»
Al mismo tiempo, también sabemos que lo online es muchas veces un mero sucedáneo, a veces muy insatisfactorio. Es previsible que tanto confinamiento, tanto distanciamiento social, tanto inmovilismo forzado, den paso en los meses inmediatamente posteriores al fin de la pandemia (o a cuando esta remita claramente) a un frenesí de actividades presenciales, sobre todo relacionadas con el ocio: muchos viajes, muchas reuniones, muchos eventos y muchas celebraciones escamoteadas por el coronavirus durante este año 2020, y a las que antes, a veces, no les conferíamos la importancia debida, porque las dábamos por supuestas.
Los medios son importantes: Por último, me permitirán que haga aquí un poco de autobombo. Esta pandemia ha puesto de relieve la enorme importancia social que continúan teniendo los medios de comunicación; su singular valor como mediadores generalizados. Gracias a los medios, nos hemos podido enterar de lo que estaba pasando. Y también, gracias a las diversas formas de comunicación online (es decir: los medios en un sentido más amplio) hemos seguido conectados con nuestros seres queridos. Gracias a los medios, en resumen, nos hemos podido mantener vinculados con el mundo exterior.
Los medios, un sector que está viviendo una crisis profunda desde hace una década (por efecto de diversos factores, entre ellos la explosión de la burbuja inmobiliaria de 2008 y los costes derivados, en muy diversos órdenes, de la reconversión digital), también se han visto afectados por la pandemia. El cese de la actividad económica supone una significativa reducción de ingresos, sobre todo publicitarios. Nunca se han consumido más los medios... y casi nunca han ingresado menos que durante la pandemia.
Esperemos que cuando esto pase no nos quedemos con un ecosistema comunicativo más débil que el que teníamos antes, que ya era muy débil. Porque nuestro cuñado con un whasap no puede informarnos de lo que está pasando fuera; probablemente lo haga mal y nos cuele una noticia falsa o descontextualizada. Y si por ventura lo hace bien, ya les adelanto que no será porque él nos lo cuente por haber sido testigo directo de la información, sino porque nos enviará contenido publicado previamente en un medio de comunicación.
* Lea el artículo completo en el número de diciembre de la revista Plaza