VALÈNCIA. À Punt acoge el debate a los candidatos a la alcaldía de València. Hace un par de semanas les vimos en el debate de la Cadena Ser. Hoy se han desplegado argumentos similares, pero con mayor barullo e interacción. En resumen: un debate más entretenido e interesante, a veces marrullero, pero sin perder (del todo) los papeles.
El primer plano del debate me ha llamado la atención por dos elementos de comunicación no verbal. El primero, que los candidatos no sabían si la cámara les estaba enfocando o no, así que sonreían y dejaban de sonreír frenéticamente, no sea que se cuele un plano lúgubre (de "no-sonrisa" a los espectadores). La cosa quedaba un poco como la sonrisa del Joker. Un "¡Dientes, dientes!", que decía la Pantoja, pero de quita y pon.
El segundo detalle afecta a dos de las tres mujeres que participaban en el debate. La candidata socialista, Sandra Gómez, de rojo. La popular, María José Catalá, de fucsia. Dos políticas jóvenes y prometedoras tras la estela de Rita Barberá.
El debate tiene cinco bloques y un "minuto de oro". Los candidatos cuentan con dos minutos en cada bloque, que se administran como ellos quieran. En el primer bloque, se nota la novatada y todos tienden a soltar un mitin un tanto aburrido. Además, se quedan apenas sin tiempo para las réplicas. En los siguientes bloques mejoran: menos argumentario, o mejor desplegado, y más interacción (algo más, al menos), que esto es un debate, o intenta serlo.
Primer bloque. Movilidad urbana. Es decir, estremézcanse de puro terror: ¡CARRIL BICI! El tema favorito de la oposición. María José Catalá nos aterroriza. En estos cuatro años ha habido un 4% más de accidentes mortales (que no es para congratularse por ello, pero tampoco parece un incremento gigantesco). Un 10% más de accidentes que involucran a ciclistas. ¡Atascos! Fernando Giner remacha: él está a favor de la bicicleta y el carril bici, pero no del... ¡Caos!
Tanto se entusiasman con el asunto que hasta la candidata de Unidas Podemos, María Oliver, se suma a la fiesta, y propone eliminar el carril bici de la calle Ruzafa, ante el entusiasmo de la oposición, que ha comenzado mordiendo. Poco a poco, el binomio que conforman a lo largo de todo el debate Joan Ribó y Sandra Gómez (Oliver va más a su aire) recupera posiciones, apelando a su tema favorito: Vox. Vox, Vox, Vox. Como en la canción de Sabrina, pero en ultraderecha: ¡que viene Vox!
El truco funcionó de maravilla en las Generales, cuando la amenaza de Vox, y de una mayoría de las derechas que incluyera a este partido, parecía muy real. Ahora el entusiasmo en las derechas se ha desinflado bastante. En líneas generales, con sus expectativas de victoria conjunta, y también en lo particular, con Vox, que parecía un bálsamo de Fierabrás para ganar en todas partes "como en Andalucía" y comienza a parecer un sistema infalible para gobernar... en Andalucía, y poco más. Así, Ribó y Gómez no paran de avisar: si suman, las derechas pactarán con Vox, y a saber qué viene después. ¡Casi da la sensación de que se alegran de que exista Vox como espantajo que agitar ante las masas aterrorizadas!
Desde mi punto de vista, Giner y Catalá se equivocan en su respuesta, porque, aunque afirman al final que sí, que pactarán con Vox si les hace falta, como que les molesta reconocerlo ¡Pero si llevan meses afirmándolo y entusiasmándose con un pacto a la andaluza, hombre! ¿A qué viene tanta timidez ahora? Tal vez obedezca a lo antedicho: Vox ya no está en el candelero de los sueños conservadores, sino en sus peores pesadillas.
A la espera de que pacten con Vox y se transmuten en gente capaz de cualquier cosa, puesto que pacta con Vox, por ahora esta derecha, al menos la que actúa en el debate, no da mucho miedo, la verdad. Sí que da, en cambio, cierta sensación de bajar los brazos, afectados por las encuestas, que paulatinamente han clarificado más el panorama para el pacto de La Nau. Mención especial a la encuesta de Las Provincias, que editorializaba apelando al "Mal menor", que no era pactar con Vox, sino votar a Sandra Gómez, la menos mala de la izquierda. Es decir: apostar por su victoria frente a Ribó y que, al menos, la alcaldesa no sea tan pancatalanista como quizás piensen los lectores de Las Provincias que es Ribó.
Eso no significa que Giner ni Catalá estuvieran mal en el debate. Catalá ha ganado muchos enteros, beneficiada por un formato menos anquilosado que el de la Ser, en el que era posible interactuar (y los candidatos cada vez han interactuado más conforme avanzaba el debate, con el beneplácito de la moderadora). Catalá tiene la pesada mochila de la gestión previa del PP, que proporciona una respuesta casi segura a casi todo lo que diga: pues ustedes lo hicieron mucho peor. Pero este PP ya no aspira al 50% de los votos, sino a ganar en su 50% correspondiente a los partidos de derecha.
Ahí Catalá tiene muchas cartas en la mano, y las aprovecha en el debate, recurriendo a menudo a uno de los clásicos en esta materia: gráficos que se enarbolan ante las cámaras (a menudo, sin que los espectadores puedan discernir nada de nada) como argumento de autoridad: las cosas son así, lo dice mi gráfico. Y también fotos, como una pintada en un muro del Botánico en apoyo de los presos de Alsasua. O sea, la ETA. Que viene a ser para la izquierda, junto con los independentistas catalanes, el equivalente a Vox para la derecha. Su kriptonita. Así que Catalá saca la pintada en un par de ocasiones, ante el pasotismo de Ribó y Gómez.
Podría considerarse que Catalá ha ganado este segundo round en su combate particular con Giner, que lo hace mejor cuando enumera propuestas que cuando pasa al ataque, donde generalmente pierde sus pulsos con Ribó y Sandra Gómez, más afilados en sus comentarios. Por ejemplo: Giner comenta la pena que le da que Gómez se sienta tan afín al terrible PSOE de Zapatero (que ganó dos veces las elecciones con 11 millones de votos) o de Sánchez (que acaba de ganarlas). Y compara estas encarnaciones del PSOE con la ensoñación favorita de la derecha en los últimos tiempos: el mítico PSOE "centrista" de Felipe González, contrapuesto a los actuales. Respuesta de Sandra Gómez: en los tiempos de Felipe González, usted representaría a esa AP que pactaba con Blas Piñar. Ultraderecha. Vox y más Vox. Llámenme tiquismiquis, pero así a primera vista es peor que a uno lo relacionen con Blas Piñar que con los máximos dirigentes de tu partido, que además han ganado las elecciones.
Giner y Sandra Gómez se enganchan en varias ocasiones, y es que ambos son un poco como el yin y el yang en materia de debates. Giner expone bien y debate mal. Es decir, exactamente al revés que Sandra Gómez, que expone mal y debate bien. La candidata socialista, como en el primer debate, ha empezado mal y ha terminado bien, pasando del tedioso argumentario inicial a los atinados golpes que supo propinar a Catalá y Giner en diversos momentos de la discusión, sobre todo con la primera, atrapada a veces por su pasado de consellera de Educación y alcaldesa de Torrent.
En su esquina, el alcalde Ribó, siempre con aplomo y sosiego, en su papel de "soy el alcalde al que vosotros aspiráis a sustituir", controla bien la situación. La ventaja de ser el alcalde, sobre todo con las encuestas a favor, es que no es necesario arriesgar, pero al mismo tiempo puedes permitirte alguna floritura, sabedor de que la gente se la tomará, en el peor de los casos, como un plácido y campechano "¡este alcalde, qué cosas tiene!".
Finalmente, María Oliver. Voluntariosa, pero un poco fuera de sitio, soltando sus monólogos monocordes a la cámara. Su problema, más allá de que resulte más o menos convincente, es que se ubica justo en el lugar opuesto a Ribó: es la única candidata de los cinco que no aspira a la alcaldía, y a lo sumo busca ser necesaria para un pacto liderado por Ribó o por Sandra Gómez. Y eso, en unas elecciones municipales, donde la figura del alcalde es mucho más visible e imponente (proporcionalmente) que la de un eventual presidente del Gobierno o la Generalitat, es un hándicap importante.