VALÈNCIA. Hablar con Rafael Reig es comprender un poquito más de qué va esto de vivir. Su tierna sensatez, su capacidad de entender una vida intrínsecamente problemática y, sin embargo, su entusiasmo por vivir cada día como si fuera el único, contagia a sus múltiples lectores. La pasada semana tuvo un encuentro con ellos en la Llibrería Ramón Llull y desplegó, como es habitual en él, una sonrisa amplia y un catálogo de frases memorables. Amor intempestivo (Tusquets Editorial) es su última novela, un libro de aprendizaje, una confesión, una suerte de íntimo diario de quien ha sufrido tragedias inimaginables pero que sigue levantándose cada día con la intención de conquistarlo.
-Creo que rehúyes, como casi todos los escritores por cierto, del término 'autoficción' y que te gusta hablar de confesión, un término más cercano a San Agustín, por ejemplo. De hecho escribes: “Pedimos una limosna de gloria contando nuestra triste vida, y lo llamamos autoficción”.
-Efectivamente, creo que eso se hace demasiado. Y si hay que contar algo, hemos de intentar que sea de verdad. Que tenga un argumento ético, moral. Que no sea cotilleo, sacar mis flaquezas al aire, sino en los dilemas éticos a los que me he enfrentado en la vida y cómo he aprendido de ellos. Eso me parece que es una confesión al estilo de Rousseau o San Agustín, para ser humilde. Algunos modelos hay que copiar y yo he elegido a los mejores, claro. Tampoco dejo de decir que una confesión siempre es también un buen escondite porque cuentas siempre lo que quieres contar y te callas otras cosas. Esta es una novela confesional, simplemente. Es una novela de construcción, de cómo se construye una persona y a través de unas peripecias, errores y frustraciones se va construyendo un alma que es el tema de la novela.
-Sí, creo que fue Carlos Pardo en Babelia el que dijo que esta era una novela de aprendizaje.
-Sí, lo dijo. Como si yo fuera Thomas Mann o algo así. Y tiene razón, es una novela de un hombre joven -no un chaval- que está aprendido a cómo vivir de lo que nadie tenemos ni idea. Es decir, de cómo todos los días vamos tomando decisiones de todo tipo que siempre tengan un componen ético y según lo que decidamos nos convertirnos en una persona o en otra o un escritor o en otro, si en lo que estamos es en escribir.
-¿Cómo fueron aquellos primeros trabajos en universidades americanas mientras va dando forma a tus primeras novelas?
-A mí me encantan las novelas de campus pero, como decía mi amigo Antonio Orejudo que intentó hacer alguna, al final, en la universidad española, si cuentas la verdad, te acaba saliendo una astracanada porque es demasiado increíble las cosas que pasan. Queda demasiado cómica. Recuerdo hace unos años, cuando llegué a España, un señor presentó una tesis en filología inglesa y se la suspendieron porque la escribió en inglés. El tipo lo denunció y le dieron la razón a los miembros del tribunal porque, según ellos, los tribunales de una tesis de filología inglesa no tenían por qué saber inglés... ¿Eso es concebible? Pues en España sí. Somos la gente con la que vivimos. Y en la universidad tienes siempre la sensación de vivir en pandilla. Abstraerse de eso es difícil. Es decir, debería haber más novelas de campus en España pero la dificultad es la propia universidad.
-¿Qué sucedió entre una generación literaria como la tuya y la anterior para que sigan siendo tan relevantes? ¿Es una losa?
-Bueno, teníamos la sensación de que no nos hacían el caso que deberíamos tener. Pero eso es humano, claro. Ese sentimiento de injusticia y agravio comparativo forma parte del aprendizaje de todo joven escritor. También ahora los de 18 años dicen que antes era muy fácil. Y la verdad es que lo que esto demuestra es que las cosas son difíciles para todo el mundo y que si no resistes, sino aceptas que vas a tener dificultades y crees en expectativas poco razonables como que el mundo se va a rendir a tus pies pues te conviertes en un cretino, realmente. Luego se nos pasó.
-Claro, tú has dicho en alguna ocasión que la vida es qué problemas tenemos y cómo los resolvemos y que los problemas son el único argumento de la vida. A pesar de eso, si de algo adolece este libro es de victimismo o fatalismo.
-Suelo decirles a mi mujer y a mi hija cuando dicen que tienen problemas: “¡Caramba”, si la vida no tiene otro argumento!”. Lo que nos diferencia a unos de los otros es cómo resolvemos los problemas. Pero los problemas forman parte de la vida, son bienvenidos. Cómo reaccionas es lo que te construye. Si reaccionas con carácter estás mejorando tu persona, si reaccionas como una víctima o pretendes que te resuelva otro los problemas, te conviertes en alguien disminuido. Creo que mi novela es más bien entusiasta, lo que refleja es mi amor incondicional y no correspondido por la vida. A mí me entusiasma la vida y me entusiasma todos los días. Y todos los días me llevo algún disgusto, naturalmente. Hacerse mayor es bastante desagradable pero tiene un lado gozoso que tiene que ver con comprender un poco lo que hacemos, por qué estamos aquí y cómo dar sentido a la vida. Con veinte años crees que lo sabes pero no tienes ni idea. Cuando te acercas a los sesenta, como yo, ya lo sabes un poco más. A cambio de todas las molestias, goteras, calvicie tienes la satisfacción de aprender más y más deprisa.
-El título de la novela remite al amor de tus padres que comienza en un pasillo de hospital y que termina con una escena devastadora: la muerte de tus padres en un incendio. Tú has esperado más de veinte años para contarlo, para escribirlo.
-Cuando uno sufre lo que se suele llamar una tragedia con elementos adicionales como un incendio, uno pasa un tiempo en el que todo el mundo te compadece y a mí me pasó que el elemento trágico me parecía el menos interesante. Si hubieran muerto de un infarto en la cama, para mí hubiera sido igual. Lo terrible y aniquilador es la pérdida, que no lo volveré a verlos. El ser afectado por una tragedia te hace más protagonista y la tragedia no está ahí, está en que se han muerto y eso es lo trágico. Entonces eso lleva un tiempo de digestión muy difícil que también incluye el ser padre de uno mismo. Este tipo de novela, hasta que no tienes hijos, no eres capaz de escribirla. Y cuando has sido hijo y ya eres padre empiezas a comprender que es más simple todo pero también con mucho mayor espesor. No tenía prisa tampoco. Me he tomado el tiempo que he necesitado y ya está.
-Dices en el libro que “el secreto es siempre la argamasa de toda vida familiar”. ¿También lo es de la literatura?
-También. La literatura es un asunto de familia, normalmente. No estoy convencido de que sea la argamasa, digo que es una posibilidad. Las familias tienen secretos. Y en las familias se dicen muchas cosas pero se callan otras. Y eso sí es un peso, el de aguantar secretos familiares. No hay familias que no tenga aristas oscuras, cadáveres en el armario (metafóricamente). Pero así funcionamos y así nos ayudamos y nos queremos más. Son cosas que nos pertenecen sólo a nosotros, que nos importan y que conservamos en secreto. A lo mejor hay algo de verdad en eso. Pero es una propuesta, tampoco está demostrado...
-Aunque el libro tiene la visión entusiasta de la vida y, por tanto, de la literatura, también puede leerse como un relato desmitificador de la literatura, ¿no?
-Sí, es que yo no creo mucho en el mito de la literatura. Puede que creyera a los veinte años pero ya no me acuerdo. Un escritor es una persona que piensa mejor cuando escribe que cuando se sienta a pensar. A mí me sucede, desde luego, necesito escribirlas en un cuaderno. Creo que sólo consiste en eso y luego, como todo, diez mil horas. Hay gente que me dice: “¡Coño, es que tú escribes muy bien!”. Y yo les digo: “Claro hombre, desde los diez años he escrito, por lo menos, cuatro horas al día”. Eso siempre se lo transmito a los que quieren dedicarse a escribir: trabajo, disciplina, esfuerzo diario y esperar. Pero tienes que hacerlo despacito y bien, sin mucha prisa.
-Has hablado en algún momento del desmoronamiento y casi desaparición de la novela realista y es curioso que en el tiempo coincidan el gran auge de los realities en la televisión y la exposición permanente de RRSS, por ejemplo, con el abandono de la ficción más realista y que, en cierto modo, estemos volviendo a la ciencia ficción como un género que puede representar bien nuestra contemporaneidad que es, literalmente, increíble.
-Es curioso, la verdad. Yo no tengo grandes teorías pero creo que el aval de la teoría es simple, no es una construcción literaria. Igual que si te hace un retrato Francis Bacon no vas a decirle luego: “Es que no me parezco mucho al del cuadro”. Claro, no se trata de que te copie como en una fotografía. La realidad que compartimos es una convención y eso lo crea la literatura y otras formas de arte. ¿Qué es ser un buen padre? ¿De qué manera reaccionar en una tragedia? Uf, quien lo sabe. Pero hay un montón de historias en el cine, en las novelas, en el arte que podemos mirar y aprender de ellas. ¿Cómo ser buena pareja? ¿Cocinar todas las cenas juntos con una copa de vino tinto? Pues parece que sí porque en todas las películas lo hacen. Nosotros pensamos que vivimos una vida espontánea pero no es cierto. Aprendemos a vivir leyendo novelas. Por eso para mí es tan importante la novela, para desmontar esa clase de arquetipos. Si te lees las novelas de Megan Maxwell (con todo el respeto a Megan Maxwell) y te lo crees todo, pues estás muy indefenso. Si lees El extranjero de Camus, por ejemplo, ¿de qué le acusan exactamente? De reaccionar mal frente a la muerte de su madre. Pero, ¿cómo se reacciona ante la muerte de una madre? ¿Hay que arrancarse los cabellos o qué se espera de uno? Todos vivimos juntos y vamos creando un consenso y no podemos dejar que ese consenso lo cree Pérez-Reverte, por ejemplo. ¿Qué es la masculinidad, cómo debe ser un hombre? Pues no lo dejaría en manos de Pérez-Reverte, la verdad. Prefiero casi hacerlo. Me acuerdo una novela que se llamaba El clan del oso cavernario y sus protagonistas eran del paleolítico y hablaban normal. Entraban a la cueva y le decía él a ella: “Hola cariño, ¿qué tal ha ido tu día?”. ¿Pero esto qué es? Hay gente que lee para pensar que todo es como ellos viven cuando yo creo que también hay que leer para darse cuenta de que hay gente que vive de otra forma, que hubo otras épocas en que se pensaba de otra manera tan diferente... Pero para encontrarme a tíos de la Edad Media que van con reloj de pulsera, pues no estoy dispuesto a perder un segundo. Entonces, la literatura no es que refleje la realidad es que también la construye. Hemos de hacer literatura realista para cambiar la realidad.
-Por último, creo que desde hace un tiempo vives en un pueblo alejado de Madrid en Cercedilla donde ejerces como librero en la Librería Fuenfría en la que imagino que no tienes a Megan Maxwell o Pérez-Reverte...
-Sí, sí, claro que tengo a Megan Maxwell y Pérez-Reverte, porque yo no juzgo a mis clientes. En general no juzgo a la gente. Si alguien está leyendo eso pues le intento recomendar otras cosas y me hace caso y suelen agradecérmelo.
-¿Y cómo ves desde esa posición privilegiada la salud lectora de nuestra sociedad?
-Se lee poco, la verdad. Todo conspira. En mi infancia no había internet y estaba todo el día leyendo, mucha gente leía en el metro sin parar. Hoy la gente está muy estimulada. La gente no sabe aburrirse y eso es gravísimo. Casi toda la creatividad surge de no saber qué hacer con la tarde. Si te tiran encima todo tipo de estímulos te haces más bien vago y tonto. Y en cuanto a la salud lectora, te diría que más de la mitad de los libros que se venden son para regalar. Yo oigo lo que dicen en la calle y en navidades, la frase clásica es: “Bueno, y si no un libro, ¡qué cojones!”. Como la última oportunidad, vamos... “A mi cuñado un libro, venga, que se fastidie”. En verano también pero es verdad que los padres desde hace años se han convertido en monitores de tiempo libre y no dejan a los niños en paz, siempre con mil actividades. Yo voy a institutos y colegios a dar charlas y cursos y los chavales leen más y mejor de lo que los mayores creemos. Lo que digo es que hay esperanza, seguro.