VALÈNCIA. Se me ocurren tres movimientos artísticos que si no las reivindicamos corren el riesgo de la irrelevancia, y en algún caso, incluso, el olvido. La primera es la de la pléyade de pintores nacidos en la segunda mitad del siglo XIX, en muchos casos, contemporáneos a Sorolla y que quizás visto lo visto han tenido la “mala suerte” de ser coetáneos al maestro o haber vivido bajo su alargada sombra. En segundo lugar, la de aquellos que llevan a cabo su carrera esencialmente tras la Guerra Civil, y que en algunos casos son represaliados. Aquí incluiríamos a Manaut, Dubón, Valentín Urios, prolongándose a Pedro de Valencia o Genaro Lahuerta. Y, finalmente, ese grupo de pintores y escultores que han desarrollado su trabajo durante la década de los 80, tras la Transición y primera mitad de los 90 y que piden una gran exposición antológica en alguno de nuestros museos. Un grupo del que pronto tendremos que hablar, y que viene a significar el gran fresco visual de la movida valenciana. Hoy nos toca hablar de los primeros.
Desde hace años la clase política tiene una particular obsesión en crear un museo dedicado a Joaquín Sorolla, proyecto que como el Guadiana aparece y desaparece, consciente de sus dificultades. No digo que el gran Sorolla no lo merezca, sin embargo, no parece que se tenga en cuenta si existe un conjunto estimable y sobretodo característico de la obra del pintor. No creo que sea recomendable construir la casa por el tejado y levantar un museo compuesto esencialmente de obra menor y retratos de la sociedad valenciana. Si me dan a elegir, lo que la ciudad reclama es un gran museo del siglo XIX, pues se trata junto con el XVI de una segunda época dorada del arte valenciano. Un proyecto del que se habló hace ya demasiados años, pero quedó en nada. Un museo que podría tener como figura centrípeta a Sorolla, pero que acoja todos aquellos nombres de pintores que recuerdo que se escuchaban por mi casa hace ya demasiados años Benlliure, Agrasot, Mongrell, Francisco Domingo, José Navarro, Cecilio Pla, Brell, Nicolau Cotanda, Gonzalo Salvá, Fillol, Pinazo, March, Salvador Abril, Muñoz Degraín, García Ramón, Ricardo Verde, Genaro Palau, hasta llegar a José Segrelles…. En las subastas españolas incluso fuera de España eran estrellas y abundaban los coleccionistas ávidos de artistas de la escuela valenciana del XIX; Sothebys y Christies celebraban subastas bajo el nombre de XIX Century Spanish Masters en las que los pintores valencianos tenían especial importancia. Sin embargo, hay que decir que, hoy en día no se reivindica esta gran escuela como lo merece. La figura de Sorolla, al que se le siguen dedicando exposiciones de forma continuada, es demasiado preponderante mientras que la actividad en torno al resto de artistas es escasa, salvando Pinazo, por la reciente celebración del centenario de su fallecimiento.
Va siendo el momento de reivindicar a maestros como José Benlliure, cabeza de una saga importante de artistas (no dejen de visitar su encantadora casa museo en la calle Blanquerías), y su corta y detallada pincelada, apoyada en una extensa paleta cromática. Especialmente dotado para un preciosismo de detalle inverosímil, es, indudablemente uno de los grandes pintores españoles de la segunda mitad del siglo XIX. Temas exóticos como los ambientes orientales propios del norte de África, ambientados en el siglo XVII como las literarias escenas de mosqueteros, o de carácter festivo como el Carnaval.
En ese mismo estilo que Benlliure se movía otro maestro del realismo: Joaquín Agrasot. Hasta 1875 permaneció en Italia (Roma fue el destino inicial de la gran mayoría de artistas, que obtuvieron pensionados para su formación), regresando a España tras la muerte de su buen amigo y maestro Fortuny. Consiguió un merecido prestigio que lo llevó a ser miembro de la Academia de San Carlos y de la Real Academia de San Fernando. Su defunción se produjo en la ciudad de Valencia el 8 de enero de 1919. El estilo de Agrasot se encuadra dentro del realismo pictórico, interesándose por la temática de género y el costumbrismo regional (muchos de sus cuadros son un libro abierto sobre las costumbres, vestimentas y etnología valenciana de la huerta), sin abandonar el desnudo, la temática oriental y los retratos. Obligado por la moda, trabajó también en pinturas de historia con las que se podían obtener éxitos en los canales oficiales del arte español decimonónico.
José Navarro Llorens (Valencia, 1867-1923), fue un artista de reconocimiento tardío, ya que hasta bien superada la mitad del siglo XX, se trataba de un pintor ignorado. Quizás por su peculiar forma de vida. Aunque nace en Valencia vive y tiene su estudio en Godella, en el que, tras una etapa más académica y oscura, se dedica a realizar numerosas tablillas llenas de color, en las que pintaba encantadoras escenas de niños y en las que aparecía su propio burro. Los problemas de subsistencia le llevan a pintar opalinas e incluso abanicos, si era menester. Manda buena parte de su producción a un cuñado que vivía en Paris, siendo una de las razones por las que hay tanta obra de Navarro fuera de España. Tras un periplo brasileño, siente la llamada de su querida Godella. Fallece en 1923 en cierta soledad y la humildad que siempre cultivó.
Vicente March y Marco (Valencia 1859 - 1927) es el caso de un artista extraordinariamente dotado con, todavía, escaso eco popular. Como muchos de los artistas de los que hemos hablado, obtiene un pensionado en Roma. En el caso de March, su costumbrismo lo basa en temas puramente italianos del Barroco. Luego de esta estancia romana viaja por el norte de África y se prodiga en escenas marroquíes y orientalistas. Ya en España, en 1903, se instala en Benigánim hasta su fallecimiento 1927. Años antes el gobierno de España le reconoce con el nombramiento de Caballero de la Orden de Carlos III. Desgraciadamente no hay mucha obra suya en España, repartiéndose esta por Europa y América. Dado que el propio March era un buen aficionado a la fotografía existen muy buenas instantáneas de sus trabajos, lo que he podido comprobar recientemente en un catálogo que ha editado la familia y en el que uno comprueba con asombro el extraordinario nivel de este artista muy poco conocido entre los valencianos.
José Mongrell Torrent (Valencia 1870 – Barcelona 1937) fue discípulo aventajado de Ignacio Pinazo y de Joaquín Sorolla. A pesar de que se traslada a Barcelona, una vez obtuvo una plaza de profesor para la Escuela de Bellas Artes de San Jorge, siguió realizando una pintura de pincelada amplia y pastosa sobre temas costumbristas de ambiente valenciano, en la línea de sus maestros donde se perciben reminiscéncias del arte del siglo XIX y un cierto estatismo en las figuras.
Antonio Fillol Granell (Valencia 1870 - Castellnovo 1930) es otro de nuestros grandes artistas de entresiglos hasta el punto de que el propio Museo del Prado dispone de seis obras de su mano. Su pintura es de una fuerte personalidad en cuanto a los temas que trata. Se trata de un verso suelto puesto que alterna los paisajes y el costumbrismo habitual con las obras de realismo social. Como pocos coetáneos ha sabido indagar en la psicología de los retratados a los que los dota de una particular melancolía. Fue Discípulo de Ignacio Pinazo Camarlench y de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, de la que fue catedrático. Su especial carácter y compromiso social lo convirtió en promotor de reformas educativas e iniciativas para mejorar la situación difícil de los artistas valencianos, y como presidente del Círculo de Bellas Artes de Valencia contribuyó la revitalización de la cultura valenciana.
Este es un artículo injusto, pues seguiríamos y seguiríamos hablando de tantos artistas cuyas obras además eran una ventana a la València del momento: los extraordinarios retratos y escenas de playa de Cecilio Pla, el iluminismo a través de un particular y virtuoso estudio de la luz de Muñoz Degrain y Peris Brell, los sensacionales paisajes de Constantino Gómez, Gonzalo Salvá o Agustín Almar, los jardines de Genaro Palau (del que se acaban de cumplir 150 años de su nacimiento y sobre el que parece que se prepara una muestra), la personalidad de Ricardo Verde o Luís Beut entre otros muchos. Y es que la escuela valenciana del XIX no s´acaba mai.