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el callejero

Renata, la violinista que enamora a los turistas en el centro de València

Foto: KIKE TABERNER
16/06/2024 - 

La Plaça del Merçat es un hormiguero. Turistas que pasan en rebaños detrás de un palo de golf con una banderita en la punta o un paraguas de colores, otros que andan sueltos con una maletita a rastras que no para de tabletear, valencianos cargados de bolsas llenas de tomates del Perelló, un pescado y las primeras brevas de la temporada… Y allí en medio, como una isla en mitad del océano, una chica, Renata, se contonea mientras toca el violín. La gente, sorprendida, se para a verla, a escucharla, a deleitarse con ese sonido que vence al bullicio que siempre rodea el Mercado Central y la Lonja, definitivamente devorados por el turismo. Algunos viajeros, agotados, encuentran ahí un pretexto para sentarse en los escalones de la Lonja y escuchar la armonía del Another Love de Tom Odell.

La música se pega como la resina y algunos extranjeros tararean la letra en silencio:

And I’d sing a song that’d be just ours (Y cantaría una canción, que sería solo nuestra) /

But I sang ‘em all to another heart (Pero se las he cantado todas a otro corazón) /

And I wanna cry, I wanna learn to love (Y quiero llorar, quiero aprender a amar) /

But all my tears have been used up (Pero he gastado todas mis lágrimas).

Hay días que se cruzan en su camino bailarines profesionales que no resisten el influjo de sus notas y se entregan a una danza improvisada ante ella. O italianos bulliciosos (¿los hay que no lo son?) que le piden una canción. Renata no se la sabe pero ellos, tenaces y felices en su viaje de amigachos, se la cantan y, mientras, la violinista va sacando las notas para, pasado un rato, actuar juntos. “La música, para mí, es una forma de hacer feliz a la gente”, dice Renata Garro, una joven de 26 años nacida en Brasil.

Renata es de una ciudad del estado de Minas Gerais llamada Uberlandia, que no es el paraíso de los Uber sino un lugar que originalmente significaba ‘tierra fértil’. El padre de esta joven es músico y daba clases de trompeta y saxofón. Sus padres, Dimas y Soraya, apuntaron a su hija, su única hija, a clases de piano y flauta dulce, pero Renata odiaba a su maestra de piano y con 10 años la cambiaron a violín. Un año después ya iba a bodas y todo tipo de eventos, igual que su padre, a tocar el violín. A los 17 hizo un grado de música con la especialidad de violín y en su trabajo de final de grado eligió como tema La música como auxilio para el trance y el éxtasis. “Después hice un postgrado en musicoterapia y a partir de ese momento trabajaba en bodas y como musicoterapeuta. Entonces conocí a Guilherme, mi novio, que es DJ y creamos un proyecto conjunto con una base de música electrónica y mi violín”.

Vivía en Llanera de Ranes

Guilherme también anda por la plaza, mezclándose entre los turistas. Tiene un aspecto amenazante y observa detenidamente a todos los que se paran. Dos sin techo que están en los escalones de la Lonja están convencidos de que es su chulo. Luego él explicará que lo único que hace es seleccionar las canciones y, si nadie se arranca, iniciar el aplauso del público. No se quita las gafas de sol y escucha atentamente lo que dice su novia sentado en la mesa de al lado en una terraza de la plaza del Doctor Collado.

Los dos viajaron juntos desde Brasil hace algo menos de dos años. Dimas, el padre de Renata, hacía cursos con Yamaha y así descubrió que en València había tiendas especializadas en instrumentos de metal que necesitaban a gente. Los padres dejaron Brasil y se plantaron en Llanera de Ranes para trabajar en Sanganxa, una tienda de música. 

Tres años después llegaron Renata y Guilherme, que muchos días tenían que ir a València. Entonces cogían una bicicleta y un patinete y se iban por una carretera rodeada de naranjos hasta la estación de Xàtiva. Allí cogían el tren y viajaban hasta València. Era pesado, pero Renata tiene un recuerdo idílico de aquellos trayectos oliendo a azahar, rodeada de flores bajo un luminoso cielo azul. Un poco de ‘saudade’, como el recuerdo de Brasil, de su abuela, los amigos y una prima enferma de cáncer a la que no pudo despedir.

Pero es feliz aquí. Sus padres se mudaron a Alcàsser para trabajar en otra tienda y Renata sigue con sus cosas. Este mes acaba el máster en musicoterapia que está haciendo en Madrid todos los fines de semana y las prácticas con niños autistas o no verbales. La brasileña cree firmemente en el poder de la música. Además de estudiar y practicar, toca en la calle y en todo lo que le sale, ya sea en una boda, en la discoteca Mya o en el Hotel Las Arenas. “La gente ve mi número de teléfono o mi cuenta de Instagram y me ofrece trabajos”.

Minas Gerais no tiene playa, así que al llegar a València buscaron rápidamente una casa cerca del mar. Se quedaron en el Cabanyal hasta que tuvieron un susto con unos chavales del barrio. Una tarde, cuando Guilherme estaba trabajando en una discoteca, rodearon a Renata y a sus padres, intentaron meterles miedo y uno hasta se atrevió a pegarle a Dimas. Ese día decidieron dejar el barrio. Les pareció peligroso. Ahora están en el barrio de la Amistad y, cada día, de lunes a domingo, Renata sale dos horas a tocar en la calle. 

Le gusta la Plaça del Mercat, pero a veces se encuentra a otros músicos y no puede. Le gusta ese punto, atiborrado de turistas. Ella no hace distinciones. Para ella todos son personas que merecen escuchar su música. Algunos pasan de largo. Otros se detienen. Y algunas personas incluso se emocionan y lloran tímidamente delante de ella. Un día, un estadounidense se sacó la camiseta y se la entregó a Renata. “Toma”, le dijo. “Así podrás tener un recuerdo de mí como yo siempre tendré un recuerdo de ti después de haberte escuchado tocar el violín”.

La primera vez que tocó en la calle fue porque Guilherme le insistió. A ella le daba mucha vergüenza, pero al final cedió, sacó su violín y se puso a tocar en la playa adaptaciones de canciones actuales. Lo mismo una versión modernizada de Beethoven, que el ‘Experience’ de Ludovico Einaudi adaptado a violín por Daniel Jang. “Cuando la toco, mucha gente se acerca. También pasa con Another Love, que es muy bonita y muy pegadiza. Hago un mix de pop, clásicas o clásicas con pop”.

Regalos sorprendentes

Ya no tiene que repartir folletos, su primer empleo en València. Ahora es violinista y musicoterapeuta. “Cuando toco en la calle y veo a la gente feliz, eso me encanta. Mi objetivo en la vida es ayudar a las personas con la música”. Por eso hace las prácticas en MUA, una asociación solidaria creada por la familia de un niño con autismo.

Cada tres meses tiene que renovar la licencia para trabajar en la calle. La Policía está muy pendiente y se la piden constantemente. Renata no entienden la ‘turismofobia’ que está creciendo en València. A ella, lógicamente, le beneficia que haya muchos turistas. “A mí me viene perfecto. Entiendo que haya gente que le moleste. Igual que hay gente que me denuncia, pero la policía ve mi licencia y no pasa nada. Yo veo que el turismo también es importante para la ciudad, para los comercios y restaurantes. A mí me encanta ver a las personas felices y mucha gente de aquí, valencianos, le gusta lo que hago y hasta me contratan”.

Renata se expresa en un castellano casi perfecto. En año y medio domina el idioma y lo habla con dulzura. La brasileña se pone muy contenta cuando escucha que habla tan bien. Sonríe. Se la ve feliz. Cuando toca y después de tocar. Cuando está con el violín, por arriba y por debajo del top, asoma una hilera de lunas que recorren su columna vertebral. Lleva muchos tatuajes, pero todavía no se ha hecho ninguno en València. Ya ha tenido tiempo de volver a Brasil. Cuenta que en invierno tenía mucho frío -habla del frío como si estuviera en Soria- y que aprovecharon para ir unos días a su país, en pleno verano. 

Luego regresaron a València, donde esperan pasar los próximos años. Quieren viajar por Europa. “Me gustaría trabajar y conocer otros países. La primera vez que he viajado a otro país fue cuando vine a España. Solo conozco Brasil, España y Portugal. Ahora me apetece ir a Italia o Grecia. Y tocar en las ciudades que visite, grabar algunos vídeos y subirlos a Instagram (su cuenta es @reh_violin)”.

El violín le da para vivir. La gente le echa bastantes monedas en la funda que deja abierta mientras toca. Aunque no solo dejan monedas. “Una vez que hacía mucho frío me pagaron un café; otra me dieron un abrigo; también me han dejado una naranja, una pelota de voley, fotos, un marco con una foto de un artista… ¡Y hasta una cápsula de Nespresso! Y muchas monedas de otros países. Tengo una caja donde pongo todas las monedas o billetes de dólar que me dejan”.

Un músico callejero ha llegado a la plaza del Doctor Collado. Renata dice que a este no lo conoce. “Yo no hago lo que hace él. A mí no me gusta ir por las terrazas y pedirle a los clientes. Yo estoy en un sitio fijo y al que le gusta se para y ya está. La música es para agradar a las personas, no para molestarlas”. Lo que más le gusta es cuando alguien se para delante de ella y su violín y se pone a llorar de emoción. El mejor regalo para un artista.

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