Si de algo aún podía presumir Pedro Sánchez era de cierto reconocimiento más allá de nuestras fronteras. Es, de hecho, el actual presidente de una Internacional Socialista que, en cualquier caso, ha de reconocerse que ha venido bastante a menos últimamente, y desde luego en la escena europea, con solo tres gobiernos de tinte socialdemócrata en la UE (Dinamarca y Malta, además de España), más el gobierno laborista de Reino Unido. Pobre balance para su opción ideológica en un momento en el que la batalla de las ideas parece imponerse.
Pero parece que ese crédito internacional, ese que era el único ya que le quedaba en su saldo a Sánchez, se agota. Y se agota, además, en otra de sus incontables pantomimas con las que justifica esos cambios de opinión tan suyos que ya nadie sabe ni quiere explicar y que a él mismo se le atragantan…
La penúltima oportunidad de ver actuar a un Sánchez falsario la hemos tenido en La Haya, en la cumbre de Estados miembros de la OTAN, con ocasión de la firma del compromiso de incrementar los presupuestos de defensa de todos ellos hasta el 5% en 2035. Un compromiso que, por mucho que Sánchez se haya empeñado en negar que haya firmado, lleva su rúbrica estampada, sin reservas ni condicionantes, junto a la del resto de mandatarios. El estupor y la sorpresa ante las declaraciones de Sánchez, antes y después de haber firmado lo que, efectivamente, ha firmado, ha sido la nota en las caras de todos los signatarios cuando se les ha preguntado por esta nueva clase de isla o exención española: nadie sabía nada, a nadie le consta esa excepción con nuestro país, nadie acepta que España no vaya a cumplir como todo hijo de vecino ante las amenazas crecientes de Putin en nuestro flanco este europeo.
Que Trump se haya enfadado con Sánchez, sinceramente, no tiene la menor importancia. Por la catadura del personaje y porque, en esto, sí deberíamos los españoles ponernos serios ante el gran hermano americano para defender nuestra autonomía. No la de Sánchez, por supuesto, sino la de España frente a Estados Unidos. Llegarán otros tiempos en que no tendrán ellos un presidente de fanfarronada permanente y nosotros un equivalente mínimamente fiable que no nos deje en evidencia, ahora también, en los foros en los que España participa.
Porque el problema de Sánchez, causa del asombro que ha despertado en el seno de la OTAN, no es más que el enésimo episodio de ese político que se hartó de decir hace meses que la amnistía no tenía cabida ni encaje constitucional en España para terminar reivindicando ahora que la decisión de su Tribunal Constitucional es un espaldarazo a su política de reconciliación en Cataluña. De hecho, si simplemente les hubiéramos explicado a nuestros aliados en la organización atlántica que la verdad es un concepto altamente volátil y subjetivo para Sánchez, quizá no se habrían sorprendido tanto, como nos sucede a los españoles, acostumbrados ya desde hace tiempo a esto cambios de opinión de quien hoy dice que no firma un papel para firmarlo después y seguir diciendo a continuación que no lo ha hecho pese a que todos puedan comprobar que sí ha sido así.
Los españoles hace tiempo ya que simplemente esperamos al momento en que haya que acudir a las urnas para comprobar si de verdad estamos tan hartos de las mentiras como para permitir que España la gobierne quien tampoco iba a doblegarse ante los retrocesos en derechos y libertades como los que la ultraderecha española propone, pero que tras la espantada de un indignado Vox de los gobiernos autonómicos que compartía con el PP, ya acepta esos recortes sin problema alguno para acordar presupuestos. Al fin, es la misma técnica: te doy lo que nunca acepté que te daría a cambio de que me mantengas en el poder. Y lo mismo da que sea un apaño entre Junts y ERC con Sánchez en la Moncloa que un arreglo entre Vox y Mazón en el Palau de la Generalitat.
¿Por qué no íbamos a poder mentir si el otro miente más? Si la política ya no es imitar a quien lo hace bien desde un plano ético, sino todo lo contrario, no nos extrañe que esto vaya al final en sentido contrario y que en 2035 no seamos solo nosotros quienes no hayamos cumplido con lo firmado en la cumbre de la OTAN, sino alguno más.
En el fondo esto es lo que saben bien quienes amenazan la paz y la seguridad de nuestro pequeño y confortable mundo occidental: que los referentes éticos han desaparecido y que basta con meter una pequeña cuña para abrir una gran grieta. Sánchez, en esto, es solo un instrumento. Aunque crea que es un salvador. Otra mentira, al fin y al cabo.