La ciudad de València está mutando. La crisis de la vivienda y la tensión vecinal que provoca el peso del turismo en el mapa están generando un impacto en las capas más profundas de la vida urbana. La cultura no se escapa de ello. Por una parte, los comercios y proyectos de todas las disciplinas artísticas tienen que decidir si ajustarse o resistirse a la supuesta gallina de los huevos de oro. Por otra, la gentrificación plantea que el mapa cultural puede ser ahora determinado por cuestiones diferentes a las necesidades del tejido local.
Sin posibilidad alguna de ser ajeno a lo que sucede de puertas para afuera, tres comercios en tres barrios tensionados sirven de ejemplo de cuál puede ser el papel de la cultura en la nueva ciudad de València. Uno histórico, uno en plena transformación y otro que acaba de abrir sus puertas. Las coordenadas de esta ruta son Ciutat Vella, Russafa y Poblats Marítims.
El histórico: Discos Oldies
En 1978 nació la que ahora se ha convertido en la tienda de discos más antigua de España, Discos Oldies. Entonces, en València no había comercio de discos de segunda mano. Vicente Faubel, Carmen Arnal, Isabel Aguilar y Pepe Salvador fueron las cuatro almas de Oldies durante más de cuarenta años.

- Chema Bordás y Andreu Porcar, dos de los responsables de discos Oldies. -
- Daniel García-Sala
Oldies se convirtió, con el paso del tiempo, en un baúl de los recuerdos que reunía toda la música del siglo XX. A pesar de las continuas transformaciones de la industria musical, el comercio de Ciutat Vella se mantuvo fiel a su esencia.
Fue a finales de 2021 cuando llegó el momento de dar el relevo. Los propietarios se jubilaban y el futuro de la tienda dependía de un traspaso complicado cuando el contexto adverso actual ya empezaba a enseñar la patita. Mario Ballester, Chema Bordás, Pere y Andreu Porcar fueron las personas que se decidieron a ello.
Casi cuatro años después, y, a pesar de lo kamikaze que pudiera parecer entonces hacerse cargo de una tienda de discos, el balance es muy positivo. Los cuatro nuevos gestores dejaron sus vidas para dedicarse en cuerpo y alma al proyecto y han revitalizado la propuesta.
Aunque está en una calle secundaria de Ciutat Vella, Discos Oldies no es un negocio de paso. «Nuestra clientela es la clásica de las tiendas de discos, es la base de nuestro negocio: la gente que ha comprado toda la vida y que vendría donde estuviéramos. El mejor ejemplo de esa fidelidad es Discos Amsterdam, que sigue al pie del cañón en Nuevo Centro», explica Mario Ballester.
Y aun así, Oldies es una tienda de nicho, a la que la gente acude con un propósito y con un catálogo mucho más selecto que el de las grandes cadenas que se han sumado a la fiebre del vinilo de los últimos años —una gran cadena está apenas a tres minutos caminando de Oldies y nunca se ha sentido como una amenaza—.

- Daniel García-Sala
Cuenta Ballester que hay un hombre que acude todas las mañanas a ojear lo que hay en la tienda para controlar todas las novedades. «Es la persona a la que más veces le doy los buenos días», confiesa entre risas. La militancia de los clientes de tiendas de música también es compartida por el propio Ballester, que explica que «se deja caer algún turista que, igual que yo, cuando voy a conocer otra ciudad, lo primero que busco son las tiendas de discos a las que no puedo dejar de ir; como si fueran monumentos». El cliente es quien busca la tienda, no al revés.
En la calle Mare de Déu de Gràcia, aunque se escuche el ruido de la avenida del Oeste, los únicos comercios que permanecen abiertos son la propia tienda de discos y una de Warhammer —«somos la calle más friki de València»—.
Y aunque la clientela tradicional de la tienda se ha mantenido fiel, Ballester admite que no podían vivir únicamente de ella. Por eso, sin descuidar el fondo de colecciones de música del siglo XX, los nuevos gestores se han dedicado a revitalizar el proyecto y a atraer a una nueva generación.
La clave ha sido convertir la tienda en un espacio de encuentro y un punto neurálgico para la escena musical valenciana. La nueva clientela acude a los showcases y presentaciones de discos que organizan. Ahora, «ya hay gente que dice: ‘‘Vamos a Oldies que habrá algo de jaleo’’».
Esta conexión con la escena local es muy importante para Mario Ballester, que, además de regentar la tienda, es músico en la banda Calivvla. «Llevo toda mi vida en la escena y todo esto lo estoy compartiendo con los grupos y la escena valenciana, que son mis colegas. No se me ocurre una vida mejor». Un ejemplo de ello es el grupo Gazella, a los que conoció antes de que formaran la banda, que han presentado su disco en la tienda y en julio fueron teloneros de Los Planetas en Marina Norte.
Conexión con la escena local, cambio generacional y cuidado de la colección. Esa es la fórmula que parece mantener Discos Oldies como el pasado, presente y futuro de las tiendas de discos más allá de cadenas y comercio online.
El mutado: Stromboli
Hace dos décadas, abrir un videoclub con un catálogo centrado en el cine clásico y de autor era ir a contracorriente. Pero en 2025, Stromboli puede presumir de ser el único que queda en pie en la ciudad de València. Cuesta pensar en quién puede ser la clientela de un formato que se ha esfumado de las casas en un tiempo récord, pero la clave de su resistencia es precisamente entenderlo más como un proyecto que como un negocio.

- Daniel Gascó, responsable de Stromboli. -
- Daniel García-Sala
Cuando Stromboli abrió sus puertas hace más de dos décadas, Russafa no era el barrio de moda que es hoy. Gascó consideró que la ubicación ideal para un videoclub de cine de autor sería una zona con un ambiente universitario. «El concepto inicial era que fuera más una biblioteca que un videoclub», buscando una audiencia que «repudiaba los videoclubs porque entraban y no veían películas buenas», según explica Daniel Gascó, su responsable.
Dos décadas después, el barrio ha cambiado drásticamente. Lo que antes era un lugar tranquilo hoy es un hervidero de gente que, como señala Gascó, «pasea con el móvil como si fuera una extremidad». Cuando cierra el videoclub los viernes o los sábados por la noche, ya a la hora de cenar, lo que se encuentra alrededor del local es un ejército de turistas bebiendo mojitos y agua de Valencia; un anacronismo urbano.
«La gente cree que ya no existe el Stromboli, porque piensa que no deben de existir los videoclubs, dadas las circunstancias, y que es una locura mantener un videoclub». A pesar de que el negocio «ha dejado de ser negocio», Gascó hace «piruetas para conseguir no cerrarlo».
Una de estas «piruetas» es el trabajo de programación de ciclos de cine en centros culturales como el Centre del Carme o la Nave 3 de Ribes. Es este tipo de iniciativas lo que le permite mantenerse a flote. El local de la calle Centelles se ha convertido en un satélite de algo que trasciende el simple alquiler de películas: el comisariado de ciclos, la gestión de copias para su exhibición y una colección de rarezas que escapan incluso de las posibilidades de internet.
La ampliación del campo de acción de Stromboli no sale gratis. Gascó, mientras atiende a la poca clientela que sigue frecuentando el videoclub, emplea su tiempo de trabajo a cuidar la colección de la que dispone. Como un «artesano que ya no existe» —tal y como se reconoce él—, dedica horas a ver y escuchar cada película para crear subtítulos que «permitan acceder a obras que, en principio, nos cuestan por muchas cosas, como la cultura o el idioma». En tiempos de la inteligencia artificial, sus traducciones adaptan los subtítulos al «tiempo de lectura y a la dimensión de las líneas para que no manchen tanto las imágenes»; un trabajo que por ahora hace mejor un humano. «Las inteligencias artificiales pueden generar subtítulos en minutos, pero carecen del trabajo de alcance para el espectador».

- Daniel García-Sala
Stromboli se mantiene a flote precisamente porque se ha convertido en el «patrón de los imposibles», el lugar de último recurso para encontrar esa película extraña que no está disponible en ninguna otra parte. Sin embargo, este es un nicho «imposible» con el que no puede vivir y que está, en opinión de Gascó, «muy poco compensado».
Paradójicamente, la gente que se acerca a la tienda quiere comprar la colección de películas de Stromboli que ha costado más de dos décadas en reunirse, pero Gascó se niega a liquidar. Él se ve a sí mismo como un «poeta que custodia la poesía en un mundo muy prosaico y muy funcional», alguien que se ha convertido en un «marciano del barrio». Su misión ahora es «custodiar» el tesoro que ha acumulado, asegurándose de que la cultura cinematográfica que ofrece siga existiendo, aunque sea fuera de los muros del propio videoclub.
El nuevo: Burning House
Es 28 de agosto y la playa de la Malvarrosa está abarrotada de turistas. La calle Eugenia Viñes es el lugar del paso del tranvía y de los autobuses que dejan a los veraneantes a los pies del mar; también tiene algunos de los locales más buscados para negocios de restauración. En uno de ellos, sin embargo, Marta Rodríguez, Macarena Salas, Sergio Martínez y Gerard Villalba están ultimando una alternativa, Burning House, que abrió sus puertas el pasado 3 de septiembre.

- Marta Rodríguez, Macarena Salas, Sergio Martínez y Gerard Villalba están al frente de Burning House. -
- Daniel García-Sala
En todo caso, la historia de Burning House empieza en las calles del Cabanyal mucho antes. Tanto Rodríguez como Salas ya habían compartido un proyecto común: Ruge Rosario, una fiesta popular que ha transformado en los últimos años la manera de pensar la cultura en los Poblats Marítims. «Nos conocíamos en espacios culturales y políticos del barrio y nos dimos cuenta de que Poblats Marítims no tenía su propia fiesta popular», recuerdan. De esa constatación surgió una propuesta que integraba activismos, pluralidad cultural y la reivindicación crítica del libre uso del espacio.
El éxito fue inmediato, y hasta les trajo un dilema. «En la quinta edición nos dimos cuenta de que nos estábamos haciendo muy grandes y que se nos podía ir de las manos. Teníamos que ser conscientes y críticas con lo que estaba pasando en el barrio, estar atentas a sus necesidades, así que decidimos no seguir creciendo a toda costa».
Aunque Ruge Rosario sigue, la respuesta tal vez estaba en dosificar a lo largo de todo el año todo lo que culturalmente pide y da Poblats Marítims. De esa experiencia nace Burning House, concebido como un espacio pequeño y flexible que prolonga el espíritu comunitario del festival urbano, pero con otra escala y herramientas. «Somos del barrio y llevaba tiempo observando que este local estaba cerrado. Era el mítico Monocle y después había sido Marino Jazz. Cuando nos enteramos de que estaba disponible, pensamos en armar este proyecto para crear un espacio musical y creativo, abierto al barrio».

- Daniel García-Sala
«El Cabanyal era un barrio muy vivo, nos conocíamos todos, y se ha ido apagando con el auge del turismo. Queremos desarrollar este proyecto y darle continuidad a ese espíritu, recuperar el entusiasmo de la calle», explica Macarena Salas. La gentrificación, que ha cambiado el paisaje y expulsado a buena parte de sus habitantes históricos, es un desafío que condiciona la propuesta: «Cuando nos referimos a cuidar el barrio, nos referimos tanto a la gente que ha vivido aquí toda la vida, como la que se ha tenido que ir expulsada como a la que ha acabado viviendo en él aunque no haya estado toda su vida. En ningún momento nos planteamos que este sea un lugar hostil para el turista y sabemos que vendrán, por el lugar en el que estamos, pero sí tenemos claro que el público que queremos cuidar es el vecindario».
El proyecto se define como un escenario seguro y con valores claros. «Este espacio pretende que haya una sinergia de valores, no partidista pero sí ideológica. No vamos a permitir discursos de odio y vamos a trabajar activamente por la diversidad y el respeto. Ante todo, queremos ser un espacio seguro». En esa línea, Burning House también apuesta por un modelo de consumo alternativo, renunciando incluso a grandes marcas comerciales. «No vamos a cambiar nuestros principios para que la gente consuma más», aseveran.
La programación estará marcada por la diversidad y sin miedo a arriesgar. «Habrá sesiones de DJ (mayormente en vinilo) y conciertos, tanto de artistas locales como internacionales que pasen por València. Sonará flamenco, reggae, músicas del mundo, soul, global groove, mestizaje… En definitiva, música de raíz. Pero lo importante no es el estilo, sino cómo lo estás mostrando». La escala reducida no impide la ambición artística: «Habrá veces que traeremos a un grupo y no será rentable, pero nos creemos el proyecto artístico. Con que venga una persona, ya entenderemos que hay público. Ya habrá otros días que se quede gente en la puerta».
Esa misma filosofía atraviesa la relación con los músicos. «Queremos diferenciarnos tratando bien al artista. Somos una sala pequeña, no podremos pagar tanto como si fueran a un gran festival, pero queremos que todos los músicos quieran venir a tocar, por nuestro trato y el del público».

* Este artículo se publicó originalmente en el número 129 (septiembre 2025) de la revista Plaza