Se enamoraron, primero entre ellos y luego de un castillo en la Todolella, en la comarca de Els Ports. Ella, Livia Férgola, era científica; él, Ricardo Miravet, músico. La biografía de este matrimonio de argentinos que decidió pasar su vida en un castillo que se caía a trozos es de esas que da para un libro. Ahora solo queda él... y su música
VALÈNCIA. Este no es un cuento de un castillo encantado en el que vivieron nobles o príncipes que después de enfrentarse a batallas acabaron siendo felices y comieron perdices. ¡Para nada! Esta es una historia de la vida real de dos personas cultas, apasionadas por el arte, la música y la cultura, que un día, en los años sesenta, procedentes de París, visitaron España, concretamente los pueblos de Morella y la Todolella en la comarca de Els Ports.
Quedaron tan maravillados con el castillo medieval de este último pueblo que decidieron comprarlo. Una edificación que les enamoró y les gustó para vivir su jubilación, pero en la que había que invertir tiempo, trabajo y dinero y de la que, además, tenían que desalojar a los entonces habitantes del recinto: pollos, conejos y corderos, dado que era una granja, además de un secadero de jamones. Gracias a sus nuevos dueños el castillo recuperó su alma y se convirtió en el mejor preservado del viejo Reino de València, además del único habitado en la Comunitat. Sin duda alguna, una historia de sueños e ilusiones que, con pasión y amor, dos personajes hicieron realidad.
Parece un cuento pero, insistimos, no lo es. Es la historia de una pareja argentina formada por la científica Livia Férgola Grüssi (fallecida en 2017) y el músico y compositor Ricardo Miravet Toutain (nacido el 26 de agosto de 1930) quienes se convirtieron en los ‘nobles del castillo de la Todolella’ —población de unos 150 habitantes— pero no por abolengo o herencia, sino por la loable labor que hicieron al rescatarlo, y la aportación cultural que en décadas han hecho a la comarca, gracias a que también en uno de sus viajes él conoció y se ofreció a restaurar el órgano de Turull, que celosamente guarda la Basílica Arciprestal de Santa María la Mayor de Morella, dada su profesión de organista y organero.
El castillo no pertenece a una sola época, pero, de acuerdo a su historia, podría pensarse que el grueso de la obra es del siglo XIV. Miravet explica que «primero fue una torre árabe del siglo VIII a la que se fueron añadiendo construcciones en todas las épocas y, cuando se expulsó a los árabes, Blasco de Alagón lo donó a un señor de apellido Calavera. Sus descendientes lo modificaron y ampliaron durante siglos, hasta que llegó a heredarlo el marqués de Llaneras». Pero deja claro que el sitio no fue objeto de ningún hecho de armas. Él lo compró al procurador del castillo que se llamaba Simonet, por la cantidad de cuatrocientas cincuenta mil pesetas (poco más de 2.700 euros), en 1966. Hoy está valorado en 2,6 millones y, cuando Ricardo ya no esté, pasará a ser de titularidad y uso públicos.
Luego vinieron años de viajes entre París y la Todolella para restaurar el castillo, hasta que se mudaron en 2010 después de décadas de residir en la capital francesa. La relación entre la pareja y la comarca, concretamente Morella, empezó a fortalecerse, tanto que en 1996 el Ayuntamiento lo nombró hijo adoptivo, gracias a la restauración que en 1987 hizo del órgano, creación del maestro aragonés Francisco Turull en 1719. Y como un reconocimiento a su trayectoria, años más tarde otros ayuntamientos de esa localidad lo apoyaron en la creación del Festival Internacional de Música de Morella, que lleva su nombre y que ininterrumpidamente se ha realizado durante 38 ediciones en el mes de agosto, reuniendo a un selecto grupo de organistas de renombre internacional. «Los alcaldes de la época, Javier Fabrega y Ximo Puig, me apoyaron incondicionalmente y fui declarado hijo adoptivo de Morella en agradecimiento a la restauración del órgano y a la creación del festival, que fue iniciativa mía», relata.
Miravet vive en el castillo acompañado por dos personas que semanalmente se alternan en su cuidado y le dan mantenimiento a la enorme fortaleza. Sus días los vive entre la música y la lectura en compañía de Pitufa, una border collie. Suele tocar por horas su enorme piano de cola de la firma Steinway y el clavicordio, cuando está afinado. Le gusta la lectura y destaca la producción literaria de los franceses Émile Zola y George Sand, así como la poesía del peruano César Vallejo, a quien considera un universal del siglo XX. El castillo recibe al visitante con un enorme patio medieval en el que destaca un pozo. El interior es un laberinto; como toda fortaleza. Va uno sorteando pasillos y puertas para llegar a habitaciones y salones de cuyas paredes cuelgan obras de arte y tapices, hasta llegar a la enorme biblioteca instalada en dos salas que reúnen unos seis mil libros, entre los que hay una joya: una primera edición de gran valor de El Quijote. Él dice que leyó la obra de Cervantes a los diez, los veinte y los treinta años y le parece un libro maestro; una maravilla. En otro espacio está el taller de restauración en el que se aprecian dos enormes órganos que hace tiempo adquirió.
De Ricardo Miravet hay tanto que contar, que complicado es resumir en unos párrafos su larga vida en el mundo de la música, el arte, la cultura y hasta la política, dado que quien durante muchos años fue el organista titular y maestro de capilla de la iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois, en París, se convirtió en alcalde de la Todolella de 2015 a 2019, por el PSPV. Noventa y un años de edad son toda una vida de experiencias, vivencias, anécdotas y recuerdos. Acceder a él para una entrevista no es fácil. Todo depende de cómo se encuentre anímica y físicamente. Pero hay que estar a tiempo, porque para él la puntualidad es un valor indiscutible. Cuando abre las puertas de su castillo está dispuesto a hablar de su vida, siempre y cuando la conversación vaya a su ritmo y su tiempo.
Su hablar, como su caminar, es pausado y su charla evoca recuerdos de su natal Córdoba, en Argentina, donde nació y de la cual dice —en un tono todavía con acento argentino— que la sigue añorando. «Mientras estaba válido», expresa al señalar sus piernas, «viajaba a Córdoba y a San Juan, donde hay un órgano muy importante e iba todos los años a impartir una masterclass». Miravet procede de una familia de artistas y médicos. Su abuelo Adolfo era violonchelista y una tía abuela era arpa solista del Liceu de Barcelona. En sus primeros años de vida perdió a su padre, quedando su madre con tres hijos: él y sus dos hermanos mayores, a quienes recuerda con gran cariño. Uno fue pintor y en su biblioteca personal hay una obra de él, mientras que el otro fue escritor y médico.
El entrevistado sabe que es un referente entre los organistas y compositores de mayor prestigio del mundo y eso le llena de orgullo. Organista y organero, dos profesiones de peso, porque igual sabe ejecutar uno que reparar otro. Su bagaje artístico empezó de adolescente cuando estudiaba piano, armonía, contrapunto y composición, y sorprendió a su entorno al restaurar un órgano colonial del siglo XVIII.
«Toda mi vida tuve éxito como organista, pero todo empezó porque restauaré un órgano histórico en un museo de Córdoba», dice al referirse al actual Museo Marqués de Sobremonte. «Era un adolescente de catorce años y para no saber nada de órganos, arreglé lo que estaba roto, afiné tubos, los puse en su lugar y ya luego sonaba bien». Sus maestros y compañeros le dijeron que si fue capaz de arreglar el instrumento, podía dar conciertos, y es así como a los diecisiete años ofreció su primer recital público. Después de esta experiencia, restauró más órganos de tubo en Argentina, luego Uruguay y ya España, en poblaciones como Montroig, Borriol y Morella.
Siendo novios, Livia y Ricardo fueron becados para realizar estudios de sus respectivas carreras en París, en la década de los cincuenta. Ella, para continuar sus conocimientos de bióloga y él para estudiar órgano, interpretación y composición en el Instituto Superior de la Universidad Católica de París y el Instituto de Musicología de la Sorbona, hasta graduarse en 1956, cuando empezó a tocar en misas de iglesias para luego ser el organista titular de Saint-Germain-l’Auxerrois. Tuvo como maestros a grandes músicos y se relacionó con un personaje importante: el escritor Julio Cortázar. «Éramos vecinos de departamento en París. Él pasó casi toda su vida ahí y ya había publicado un libro», comenta. «Yo trabajaba de organista en iglesias. Él y su mujer Aurora fueron muy amigos nuestros».
«lo compró al procurador del castillo por cuatrocientas cincuenta mil pesetas (poco menos de 300 euros), en 1966»
La carrera de Miravet iba en ascenso al igual que la de Livia y mientras él daba conciertos en diferentes países, ella se dedicaba a investigar sobre enfermedades metabólicas. De hecho se convirtió en la segunda mujer en el país galo —tras Marie Curie— en dirigir una entidad oficial como el Inserm (Instituto Nacional de Investigación en Salud y Medicina) y de encabezar la Unidad de Investigaciones sobre Metabolismo Fosfocálcico (1978). Cuando habla de ella los recuerdos le entristecen y cuenta que murió en 2017, víctima de la enfermedad de Alzheimer. Ha sido el golpe más duro que ha vivido. «Era mayor que yo, pero tampoco tan mayor y estaba perfectamente bien. Fue absurdo. Era tan inteligente y verla de un día para otro perder la razón... No se lo deseo a nadie», expresa al tiempo que comenta que no tuvieron hijos, de lo cual se arrepiente, pero la vida les llevó por otros caminos.
La aportación cultural y solidaria que ambos brindaron a la comarca de Els Ports se convirtió en un proyecto cultural que, bajo acuerdo con la Generalitat Valenciana —la cual tasó el castillo en dos millones seiscientos mil euros— les ha permitido recibir una pensión y constituir la Fundación Livia y Ricardo Miravet, que convertirá la fortaleza en un centro cultural cuando él fallezca, a fin de evitar que se venda comercialmente. «La idea es que cuando ya no estemos en este mundo, el castillo no vuelva a ser una granja de pollos», expresa riéndose.
Todolella y Morella estarán siempre agradecidas a Ricardo Miravet por el rescate del castillo y la restauración del Turull de la arciprestal. «El órgano de Morella se salvó milagrosamente de las barbaridades que hicieron durante la Guerra Civil, en que destruyeron mucho. Es un órgano muy grande e importante», afirma. Se trata de una monumental pieza de cuatro mil tubos sonoros que en 2019 cumplió trescientos años de su creación. «La restauración me llevó diez años porque los fondos necesarios para reponer los tubos, que se habían perdido durante la guerra, llegaban con mucho retraso», recuerda. «Solo me ayudó Antonio Ortí, que se convertiría en organista titular de la basílica de Morella. El trabajo lo hice entre la basílica y mis talleres en el castillo de la Todolella».
se confiesa agnóstico y cristiano más no creyente en el sentido de no afiliarse a una iglesia o partido político determinado
Miravet también tiene otra afición: colecciona relojes antiguos que minuciosamente ha reparado, aunque hace tiempo le robaron una valiosa colección. Cuando habla de su estado de salud responde a secas que «está bien —y agrega— tengo más de noventa años, no me puedo quejar». Le gusta hablar de política, literatura y hasta se atreve a contar que alguna vez escribió poesía, pero fue algo personal. Expresa que no le ha llamado la atención escribir su biografía, aunque algunas veces se lo ha planteado, pero se reconoce como ‘vago’ y no ha escrito nada. Sin embargo llegó a publicar el libro titulado El órgano de la Basílica Arciprestal de Morella, así como artículos en publicaciones especializadas, entre los cuales destaca «La dinastía de los organeros Turull». En su día a día, se despierta a las 8:00 y luego de desayunar, toca el piano o lee. Ve poca televisión, porque es muy selectivo; sin embargo escucha mucha música de autores clásicos y muy especializados. A su ritmo hace cosas en su ordenador Apple, como navegar por internet o responder correos.
Se confiesa agnóstico pero al mismo tiempo cristiano, más no creyente en el sentido de afiliarse a una iglesia determinada, como tampoco lo hace a algún grupo político. Sobre Dios dice: «No podemos discutir si existe o no, es algo que está más allá de nuestra inteligencia». Aun así afirma que cree en ‘Él’, aunque a su manera. Durante varios años Miravet acudió puntual a la misa dominical para tocar el colosal órgano barroco de la basílica de Morella. En su trayectoria como compositor de piezas litúrgicas ha escrito una inmensa cantidad de composiciones cortas, así como ofertorios e introitos. Dice que no ha leído la Biblia al completo, pero ha escuchado tanto el evengelio en las misas... «Me lo sé casi de memoria a fuerza de escucharlo y precisamente por eso me alejé un poco de la Iglesia Católica, porque una cosa es lo que dicen los evangelios y otra cosa el comportamiento de ella».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 93 (julio 2022) de la revista Plaza
Descarga la revista completa pinchando aquí