Todos los días del año son buenos para disfrutar de la ‘ciudad eterna’, pero la Navidad añade un plus
VALÈNCIA.- La Navidad saca lo mejor de Roma. Diciembre es un momento excelente para redescubrir o conocer por primera vez los secretos de esta ciudad amante de las tradiciones y donde la historia se revela en cada rincón. Ya sea a los pies de los árboles navideños en la plaza de San Pedro o en lo alto de la Piazza di Spagna, entre los escaparates de lujo de la Via dei Condotti o burlando el frío desde la calidez de una trattoria, la capital italiana se muestra especialmente seductora cuando el año apura sus últimos días.
Planificar el abordaje de tamaña acumulación de iglesias, plazas, palacios, fuentes o mercados con la pretensión de abarcarlos en su totalidad solo conducirá a la frustración. Lo más sensato es dejar a un lado el plano y guiarse por el instinto porque, si algo garantiza Roma, son inesperados encuentros con el arte y la historia. Elija sus imprescindibles —San Pedro, Museos Vaticanos, Coliseo, Foro y Palatino, el Trastévere, Villa Borghese...— y permita que el resto vaya fluyendo. Para comenzar, resulta útil dividir la ciudad en zonas con el Tíber como referencia. Al oeste, el Vaticano y el siempre animado Trastévere. Al este, el centro histórico, joya del barroco, desde la Piazza Navona y el Panteón hasta la Fontana di Trevi; el eje que va desde la Piazza del Popolo hasta la Piazza di Spagna; y al sur, la Roma Antigua.
Un paseo básico por lo esencial de la capital italiana podría arrancar en la que durante la época del Imperio fue la puerta de entrada a la ciudad, la Piazza del Popolo. De ella parten las tres principales arterias del casco histórico: la vía di Rippeta, la vía del Babuino y la comercial vía del Corso, que conecta con la Piazza de Venezia y el imponente Altare della Patria. Este peculiar tridente confluye en la plaza por los costados de dos iglesias gemelas, la de Santa María dei Miracoli y la de Santa María in Montesanto, diseñadas por el arquitecto Carlo Reinaldi y terminadas a finales del siglo XVII por Bernini. En el centro, destaca el enorme obelisco Flaminio de 24 metros, el más antiguo de la ciudad. Desde aquí puede escoger entre ascender hasta los jardines y la galería de la Villa Borghese —una de las pinacotecas más importantes de Italia y una visita imprescindible para amantes del arte junto a los Museos Vaticanos— o descender por el tridente para adentrarse en el auténtico corazón de la ciudad.
La vía de Rippeta conduce, tras pasar junto a la a tumba de Augusto —primer emperador romano— y el Museo del Ara Pacis, hasta las inmediaciones de la Piazza Navona y, un poco más al sur, al encantador mercado de flores y verduras del Campo de’ Fiori. La Piazza Navona, con su peculiar forma alargada que recuerda al antiguo estadio sobre el que está construida, es una referencia fundamental del barroco italiano. La Fontana dei Fiumi (Fuente de los Cuatro Ríos), en el centro de la plaza, es una de las obras cumbre de la omnipresente huella de Bernini en toda la ciudad. Esculpida en 1651 por encargo del Papa Inocencio X, las imponentes estatuas alegóricas que surgen del agua representan los cuatro grandes ríos del planeta conocidos entonces —Nilo, Ganges, Danubio y Río de la Plata—.
Frente a ella se alza la iglesia de Sant’Agnese in Agone, construida algunos años después en el mismo estilo por el ‘rival’ artístico de Bernini: Francisco Borromini. Aunque no compiten en monumentalidad con la central, tampoco conviene perder de vista las dos fuentes a los extremos de la plaza —Fontana del Nettuno y Fontana del Moro—, también de Bernini. Después de varios años de restauración, en la reabierta zona arqueológica del Estadio de Domiciano se puede realizar un recorrido didáctico a través de los restos sobre los que se asienta la Piazza Navona.
Caminando hacia el oeste, en pocos minutos alcanzará el Tíber. La vista desde el Puente Sant’Angelo, jalonado por las estatuas de ángeles de Bernini y con la inmensa cúpula de la Basílica de San Pedro recortada en el horizonte, es una de las postales distintivas de Roma. En el centro de la majestuosa plaza de San Pedro, junto al obelisco, se erige estos días el tradicional árbol de Navidad (de 28 metros de altura) y un gran pesebre con veinte figuras a tamaño natural. Una vez en el interior de la basílica de San Pedro, la más grande del mundo y epicentro de la cristiandad, es imprescindible detenerse ante la primera capilla de la nave derecha, donde se expone la impresionante Piedad de Miguel Ángel. Más adelante, en el crucero, se levanta el espectacular baldaquino barroco de San Pedro, de Bernini, con sus características columnas salomónicas de treinta metros talladas en bronce. Sobre él, la cúpula de la basílica (visitable) se eleva por encima de los 136 metros como la más alta del mundo y la tercera de mayor diámetro (41,4 metros), por detrás de las del Panteón de Agripa (43,3 metros) y la de la Catedral de Florencia (44 metros).
Si desde la Piazza Navona se adentra en dirección este, en un par de giros a través del casco histórico llegará hasta el Panteón, otro de los imprescindibles de la capital romana por constituir, con su grandiosa simplicidad, uno de los máximos exponentes de la perfección arquitectónica del antiguo imperio. Cruzando la vía del Corso, las espectaculares decoraciones navideñas de las boutiques de Via dei Condottile guiarán hacia la Piazza di Spagna y su cinematográfica escalinata. De camino no olvide cumplir con el ritual y arrojar una moneda a la Fontana di Trevi si quiere asegurarse su regreso a la ciudad eterna.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 37 de la revista Plaza
Madrid como capricho y necesidad. Me siento hijo adoptivo de la capital, donde pasé los mejores años de mi vida. Se lo agradezco visitándola cada cierto tiempo, y paseando por sus calles entre recuerdos y olvidos.