Anoche, como millones de españoles, seguí el debate entre los cinco líderes de los cinco principales partidos que se presentan a las elecciones generales del 10 de noviembre. Y, como he hecho en otras ocasiones, me dispuse a anotar todos aquellos detalles que me parecieran significativos en la forma de comunicar de cada uno de los candidatos. Repito: me fijaba y comentaré aquí sólo las cuestiones relacionadas con las formas. Los contenidos de ideas y su análisis lo dejo para otros especialistas.
Pero es que las formas son fundamentales a la hora de transmitir las ideas. No me cansaré de repetir que un buen discurso mal interpretado, pierde todo su valor. Además, comunicar es transmitir emociones y las emociones se transmiten de un modo no verbal, por lo que cobran una grandísima importancia la imagen personal, los gestos, la voz, las entonaciones, las manos, las miradas… Y en eso es en lo que me he centrado para escribir este análisis del debate.
De entrada, primera sorpresa. En la foto de grupo que se hicieron los cinco candidatos, todos situaban sus manos a los lados del cuerpo, menos Pedro Sánchez (PSOE), que las situó cogidas y dejadas caer delante del cuerpo, en una posición que el experto Alan Pease llama "de bragueta rota". Y me sorprendió porque suponía que, tras el tiempo que lleva de presidente del Gobierno, en Moncloa le habrían enseñado sus asesores que lo correcto en cualquier posado para foto es situar las manos donde las tenían sus oponentes: dejadas caer con naturalidad a los lados del cuerpo. Es cierto que mucha gente sitúa sus manos en esa posición incorrecta de Sánchez; pero no es correcto y parece impropio de un presidente de Gobierno. O sea, de entrada, uno a cero a favor de los otros cuatro candidatos. Además, al llegar al Pabellón de Cristal de la Casa de Campo de Madrid, lugar del debate, Sánchez posó con la presidente de la Academia de Televisión, organizadora del debate, y lo hizo con las manos detrás del cuerpo, en otra posición muy desaconsejada por negativa.
En esa foto previa al debate todos mostraban una ligera sonrisa; por supuesto, de compromiso, también llamada "sonrisa social", que es la que se pone muchas veces para eso: para la foto. Tampoco era cuestión de aparecer en ese momento partidos de la risa, claro, además de que lo normal es que, más o menos, todos tuvieran un cierto nerviosismo, aunque trataran de disimularlo. Y, la verdad, no se les notó en exceso ese temor a lo que se jugaban.
La indumentaria de los candidatos no me sorprendió. Todos trajes azules más o menos marinos, menos, claro, Pablo Iglesias (Unidas Podemos), que apareció, como es habitual en él, en mangas de camisa, remangadas, y, eso sí, se permitió una corbatilla estrecha y, por supuesto, desabrochada como el cuello de su camisa, que también era de tonos azules, aunque celestes. Por cierto, la camisa no parecía "de mercadillo"; me atrevería a asegurar que parecía de seda por el tipo de brillo que mostraba bajo los focos del plató. O sea, indumentaria convencional: traje y corbata en Sánchez (PSOE), Casado (PP) y Rivera (Ciudadanos), con los detalles mencionados en Iglesias (Podemos) y también en Santiago Abascal (Vox), que apareció de traje pero sin corbata. O sea, que los cinco nos decían ya algo con su vestimenta: tres convencionales y dos más populistas.
Ya metidos en el plató para iniciar el debate, no me gustó en absoluto el tipo de atril que colocaron a los candidatos. Parece mentira que la organizadora fuera la Academia de Televisión, en la que hay tantísimos expertos en realización, en decorados y en comunicación. El decorado, por cierto, correcto y muy neutro: todo en tres tonos de grises. Pero los atriles no nos permitían ver a los candidatos de cuerpo entero. Sólo se les veía de cintura hacia arriba y eso les quitaba capacidad comunicativa. Podían haber estado en la misma posición, cada cual detrás de su atril, pero que al menos hubieran sido de metacrilato transparente para permitir que les viéramos más. Lo ideal, desde luego, es que al orador se le vea de cuerpo entero. No olvidemos que cuanto más se le ve más comunica.
Y empezó el debate. Y yo seguía tomando notas de mis observaciones. Una de las primeras cosas fue que todos gesticulaban bien con sus manos, enseñando de vez en cuando las palmas de las manos (gesto de honestidad y sinceridad) pero con naturalidad, sin llamar la atención. Pero comprobé que Pablo Iglesias sigue con su maldita costumbre de tener casi todo el tiempo un bolígrafo en su mano. Parece mentira que un buen orador como es él no consiga quitarse esa dependencia absurda de necesitar sujetar un bolígrafo para, se supone, transmitirse seguridad. Es algo que no permito que haga ninguno de mis alumnos. Les digo siempre que las manos deben estar libres y que deben "dejarlas volar" para que apoyen y complementen con sus gestos lo que digan sus palabras. Esa es la misión de las manos y eso es lo que debe hacer siempre un buen orador al hablar en público: dejarlas libres.
En cuanto a la voz de los candidatos, anoté algunos detalles interesantes. Por supuesto, ninguno levantó el volumen de su voz en exceso y todos se controlaron de modo adecuado incluso cuando les atacaban.
Pablo Casado hablaba siempre con tranquilidad, con serenidad y con calma, incluso cuando increpaba a Sánchez o a Rivera. Y lo mismo hacía Santiago Abascal, que no perdía la calma.
Iglesias, como en otras ocasiones, se esforzaba por adoptar un tono muy suave, cálido y relajado. Todos estos tonos suaves van muy bien para debatir en televisión, como está más que estudiado desde hace cincuenta y cinco años por McLuhan.
En cambio, Rivera pretendía ser más agresivo y darle un tono más coloquial y vivo a sus intervenciones lo que, por un lado, podía resultar más próximo, más cercano; pero, por otro, le restaba formalidad en un debate de tanta importancia como es el de mostrarse candidato a presidente del gobierno.
Y Sánchez, que ya lo es, aunque en funciones, tiene una voz grave y bonita pero su forma de hablar transmite dos cosas negativas: por un lado, parece que se escucha a sí mismo, se gusta; y, por otro lado, en algunas ocasiones habla demasiado deprisa, lo que le resta peso a lo que dice al parecer que lo dice "demasiado de memoria". No hay que olvidar que un ritmo pausado le da peso a lo que se dice, mientras que un ritmo demasiado ligero y rápido le resta importancia a las ideas que se expresan. Sánchez debería corregir esa costumbre.
Anoté algunos pequeños errores sin importancia en varios de ellos al pronunciar alguna palabra; pero, en general, utilizaron bien el lenguaje y construyeron bien sus frases. Pero no puedo dejar de mencionar, por llamativo, y porque seguro que será motivo de muchos comentarios y bromas, el lapsus de Pablo Iglesias cuando, al referirse al tema de las violaciones, tuvo un error terrible y dijo: "…tantas mamadas como estamos viendo…, (¡!) perdón: manadas…". Sin comentarios. Lo que puede significar el error en una simple letra.
Todos usaron de modo discreto elementos de apoyo en forma de cartulinas con datos o con recortes de prensa, menos Rivera que no sólo utilizó esos elementos sino que, además, empezó mostrando un trozo de adoquín para recordar lo que los independentistas catalanes les arrojaban a los policías en las noches de disturbios en Barcelona. Y luego mostró dos largos listados con la relación de temas que tanto PSOE como PP habían concedido a los nacionalistas catalanes a lo largo de los años para conseguir el apoyo a sus gobiernos. La verdad es que el recurso de apoyar las ideas con elementos físicos que tengan relación con el contenido del mensaje es algo muy útil porque ayuda a visualizar y recordar lo que se ha querido transmitir. Me pareció bien.
Una de las cosas que me resultó más llamativa a lo largo de todo el debate fue la mirada de Pedro Sánchez. O, mejor dicho, su ausencia de mirada en muchos momentos del debate. Me explicaré, porque me pareció, sencillamente, alucinante y rozando la mala educación o, de hecho, entrando de lleno en ella. Algo totalmente impropio en un presidente del Gobierno y en quien pretende seguir siéndolo, que debe transmitir seguridad, confianza en sí mismo y aplomo.
En el bloque de 'Cohesión territorial', cuando Pablo Casado le preguntó directamente a Sánchez que dijera si cree que Cataluña es una nación, Pedro Sánchez agachó la mirada refugiándose en mirar sus papeles y en hacer como que anotaba cosas, mientras decía que no con la cabeza, ¡pero no respondía! Es evidente que ese gesto era una muestra de cobardía, de inseguridad, de miedo a responder con claridad, que le dejaba bastante en evidencia.
Poco después, Sánchez sí que miró un poco a Pablo Iglesias cuando éste le hablaba. Me llamó la atención porque apenas lo hizo en todo el tiempo. De hecho, no lo hizo cuando el de Podemos le hablaba en el bloque de 'Economía'. Pero es que, en el bloque de Política Social, anoté que hablaba Rivera y Sánchez no le miraba, hablaba Casado y Sánchez no le miraba, y hablaba Iglesias y Sánchez no le miraba. Y tampoco lo hizo cuando hablaba Abascal. Bueno, la verdad, hubo un momento en que Sánchez miró tres segundos (medidos) a Santiago Abascal cuando éste le hablaba. ¡Por fin!
Pero, en el bloque 'Calidad democrática', Pablo Casado preguntó a Pedro Sánchez si volverá a apoyarse en los independentistas catalanes y en Bildu si gana las elecciones y, de nuevo, Sánchez agachaba la cabeza, no miraba más que a sus papeles y, por supuesto, no respondía.
Repito: me pareció de muy mala educación y, desde luego, una evidente muestra de inseguridad y de cortesía, no mirar a sus interlocutores cuando estos le hablaban. Aunque Iglesias no miraba en algún momento a Abascal cuando se dirigía a él, Santiago Abascal sí que le miraba mientras le escuchaba. Luego sí que hubo ocasiones en que Iglesias miró a Abascal cuando le interpelaba. Y me fijé en que el candidato de VOX fue el que más se esforzó por dirigir su mirada a sus contrincantes tanto cuando les hablaba como cuando les escuchaba, algo que también hizo bastante bien Rivera. Y es que, en definitiva, además de ser una cuestión de cortesía y de educación, no hay que olvidar que al hablar en público, donde va tu mirada va tu comunicación. No entiendo cómo eso no se lo han enseñado bien a Pedro Sánchez.
Por último, en el llamado 'minuto de oro', o mensaje final de un minuto, anoté que Abascal habló bien, con calma, buen ritmo, expresividad, orden en sus ideas, claridad, y mirando bien a cámara, lo que significa mirar a los ojos a los telespectadores. Bien.
Rivera utilizó también bien su voz en ese minuto final, tuteó al espectador y mostraba cierta expresividad al fruncir el ceño en algunas frases. Buen esfuerzo por resultar próximo y convincente.
Sánchez manejó bien sus manos y su voz, aunque dejó sonar dos chasquidos con su lengua, que viene a ser como un pequeño latiguillo o muletilla, pero sin importancia en este caso. Miró a cámara pero me sorprendió que parpadeaba mucho, lo que indicaba que no estaba del todo seguro y a gusto, confirmando mi impresión de toda la noche.
Casado también tuteó al espectador, manejó bien sus manos y también transmitió expresividad al fruncir el ceño dándole fuerza a algunas frases; pero ¡miraba demasiado al texto en el atril!, demostrando que no se lo sabía de memoria y que, por tanto, no lo decía 'de corazón'. Fallo garrafal en el último mensaje a cámara.
Por último, Iglesias trató de ser el más original cediendo su minuto a una supuesta joven valenciana que le había escrito y a través de cuyo texto resumía algunos de sus mensajes mostrados en el debate. Fue el más original. Y no aprovechó los sesenta segundos. Le sobraron doce.
Y, por cierto, al despedirse, todos se saludaron con todos. La cortesía ante todo, aunque no se compartan las ideas.
Paco Grau es periodista y profesor de Oratoria