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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

'Los ladrones de tiempo': Cómo la sociedad actual no nos deja tiempo ni para ser

  • Escena de 'A años luz', de Alain Tanner

VALÈNCIA. Hay un director de cine cuya obra duerme el sueño de los justos. Es casi imposible de ver legalmente. No hay plataforma que la tenga y los DVD cuestan un riñón. Además, no suelen traer subtítulos en castellano. A medida que cierran o desparecen las webs de pirateos, esto es en lo que se ha convertido el ágora de conocimiento universal que prometía ser Internet, en lo mismo que teníamos antes. 

El director del que hablo es Alain Tanner. Un cineasta de importancia, al menos para el cine estadounidense, donde le saquearon Messidor para rodar Thelma y Louise sin que nadie lo haya reconocido. No obstante, de lo que yo quería hablar hoy es de otras dos películas suyas. En la ciudad blanca, protagonizada por Bruno Ganz, y A años luz. Ambas trataban muchos temas, pero el del empleo del tiempo estaba presente en las dos. 

En la primera, un marinero mercante de nacionalidad austriaca se queda enganchado en la capital de Portugal. Es una Lisboa de 1983, para la que parecía no pasar el tiempo, y el hombre se queda allí, incapaz de volver con su mujer, vagando, sin saber qué hacer con su vida. Es una persona avasallada por el trabajo que, de alguna manera, revienta, y se da cuenta de que ha perdido su identidad. 

Perdido en esa Lisboa, que ya no existe por cierto, era un retrato perfecto del hombre del siglo XX descacharrado por el trabajo. La otra película, A años luz, estaba más centrada en la paciencia. No era realista, tenía toques fantásticos, pero enseñaba a entender la naturaleza, su equilibrio, contemplarlo y entenderlo, para evolucionar como personas. 

  • Escena de 'En la ciudad blanca'

Eran dos películas que me han venido a la mente después de ver un documental que está perdido en el archivo de la app de rtve.es, pero me lo sugirió la plataforma y pinché. Se trata de Ladrones del tiempo, de la documentalista alemana Cosima Dannoritzer. Como el personaje de Bruno Ganz, otra vez alguien de origen germánico viene a reflexionar sobre cómo nos estamos asfixiando. 

La obra la filmó en 2018 y llegó a nuestra televisión pública en 2023, pero sigue completamente de actualidad. La premisa es analizar cómo el tiempo se ha convertido en un recurso codiciado y monetizado. En la sinopsis lanza la pregunta a los espectadores de quién paga el tiempo que invertimos gratuitamente en tareas cotidianas como sacar un billete de tren o avión, hacer check-in, montar los muebles que compramos, etc…

Es un hecho, y muchos deben haberse dado cuenta ya, que los avances tecnológicos y la llamada digitalización para lo que han servido es para liberar mano de obra, esto es, mandarla a la calle y cargar las gestiones sobre los clientes que, ahora, muy cómodamente, pueden hacer el trabajo de la persona que ha sido despedida. Lo gracioso de este tema es que esto no solo sucede en la empresa privada, también en los organismos públicos, y puede resultar bastante agobiante. 

Este tema, así como el de las redes sociales, que son una adicción muy lucrativa para los que nos hacen perder el tiempo con ellas, son bastante habituales en las críticas a los tiempos modernos, especialmente en documentales. Sin embargo, aquí había algo más interesante. Es cuando el guión se detenía en explicar cómo ha cambiado el concepto del tiempo para nosotros como consecuencia del sistema en el que vivimos. 

Ahora el tiempo es productividad y, perderlo, equivale a desprenderse de lo más sagrado: dinero. Es muy interesante cuando el documental comenta que en el mundo antiguo, el término procrastinar hacía referencia a pensar más y mejor. Era algo positivo, propio de gente inteligente. Ahora es al revés. Dejar para el día siguiente, posponer una tarea, es de vagos. Transmite culpabilidad. 

La expresión italiana dolce far niente (el placer de no hacer nada) es una frivolidad. Algo propio de gente de alto nivel que se puede permitir actividades prácticamente pornográficas como es pasar de todo olímpicamente. Se percibe, de hecho, como un lujo. No está al alcance de cualquiera. 

  • El documental 'Los ladrones de tiempo'

A mí se me quedó grabada, cuando empecé a trabajar, una conversación que tuve con un informático sobre que el infierno que era levantarse a las siete, tardar una hora en desayunar y ducharse, otra en el metro, hacer nueve horas porque te obligan a cogerte una en medio para comer, volver otra hora más en metro y depositar tus restos en el sofá, tras haber hecho una compra, si aún estaba abierto el súper y ver la tele, la telebasura, porque no te da el cerebro para más. Me dijo: “Un día tuve que ir de viaje de trabajo a equis localidad costera y, en la playa, me fijé en los que vendían pareos y pulseras, que estaban tumbados, todos juntos, de risas, descansando, y pensé. Estos viven mejor que yo”. 

Lo decía en serio, cariacontecido y convencido. No dejaba de ser algo indecente la comparación que estaba haciendo, pero lo importante era como se sentía. Del techo de casa al techo del metro, estancia bajo el techo de la oficina, más techo del metro y, de nuevo, al techo de casa… es una actividad alienante como pocas. Estás secuestrado, atrapado, la vida se pasa en un suspiro y solo has hecho eso ¿para eso viniste al mundo?

Según el documental, en Japón ha sido así. La cultura laboral ha llevado a dañar la economía del país por bajo consumo porque los trabajadores no se iban de vacaciones. Hubo que obligarles, limitar las horas extras y, aún así, muchos entraban a hurtadillas de noche en la oficina para trabajar más. Ignoro la precisión de esta información, pero de alguna manera, aunque fuese un fenómeno extremo, mostraba cómo vivimos todos. El número de suicidios por causas laborales en ese país, remata la película, es alucinante. 

También se dice, y no deja de ser cierto, que antaño se pensaba que en el futuro las máquinas trabajarían por nosotros, que seríamos felices dedicándonos al arte, la vida contemplativa o lo que sea que no fuese ser un engranaje más de esta maquinaria bestial llamada capitalismo. En realidad, ocurre lo contrario. Pringamos cada vez más. No solo la jornada laboral, que podrá ser más o menos afortunada, sino que luego nos tenemos que mantener al día en nuestro tiempo libre. Sea lo que sea lo que se haga, aunque sea una profesión tan afortunada como la medicina, donde hay que añadir a los años de duros estudios, el MIR, que luego el galeno tiene que seguir actualizándose. Es decir, la no vida durante lo mejor de la vida. 

Hemos asesinado al tiempo libre y lo podemos ver en los críos. Los padres responsables es normal que les llenen el horario de actividades extraescolares de todo tipo, idiomas, deportes, música y los escasos segundos que les quedan para desarrollar su personalidad, se les fríe el cerebro una pantalla. Cuando yo era crío detestaba el aburrimiento, pero me lo comía con patatas constantemente. Cuando no tenía con quién salir y la tele no echaba nada, me retorcía de dolor mental. Leía cualquier cosa que hubiese por casa, sintonizaba todo el dial de la radio, a veces solo miraba el techo siguiendo el gotelé de hito en hito. Lo pienso ahora y me doy cuenta de que, en esos momentos, era millonario. Para reflexionar este documental. 

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