VALÈNCIA. El público, los espectadores, la audiencia, los oyentes, el tráfico de Internet, todos ellos, que son lo mismo, son una masa amorfa, a veces impredecible, cuya captación se traduce en beneficios económicos directos e indirectos. Hay mucho escrito ahora sobre economía de la atención, pero el documental que ha estrenado Netflix como apoyo, promoción y/o complemento de la serie Superestar, trata de unos años en los que la televisión todavía tenía al público cautivo y lo que hoy sería una anécdota en redes, entonces era un fenómeno nacional.
La historia de Crónicas Marcianas es bien conocida. Javier Sardá llegó a las noches de Telecinco con la intención de hacer un programa que combinase entrevistas, cultura y humor. No le fue mal, porque su rival, La sonrisa del pelícano, fue suspendido sorpresivamente, según una información de El País, por pretender abordar el vídeo íntimo con el que se extorsionó y/o difamó al periodista Pedro J. Ramírez. No obstante, Sardá ya había conseguido superarles en audiencia.
Ese era un escenario perfecto para que el periodista reforzara su línea, pero ocurrió lo contrario. No supo, no quiso, o nadie en la cadena quiso verlo de otra manera, mantenerse líder con esas propuestas. Lo único cierto es que Paolo Vasile es nombrado consejero delegado de Telecinco en marzo de 1999 y con él llega Javier Cárdenas a Crónicas Marcianas. Este periodista, de la mano de su cuñado Alfonso Arús, se había especializado en presentar a la audiencia personajes extravagantes de extracción popular, lo que le había llevado en no pocas ocasiones a mofarse públicamente de personas con discapacidad. Crónicas Marcianas, de hecho, fue condenada por ello. Para España era lo más porque se le eligió para reunir más espectadores.

Y fue en este espacio donde empezó a salir Tamara en televisión. Dice este documental y varios medios que su primera aparición fue fingiendo un romance con Paco Porras, un vidente que leía el futuro en diferentes verduras. Poco después, se estrenó Gran Hermano, el reality show por excelencia, que terminó de completar los contenidos de Crónicas Marcianas elevando las audiencias hasta el infinito. Los debates sobre la telebasura fueron constantes esos días, pero muchos encerraban cierto elitismo, ¿cómo puede alguien divertirse con gente cualquiera saliendo por televisión?, se preguntaban. Ver a gente cualquiera era ver basura, venían a decirnos.
La canción que presentaba Tamara, No cambié, tuvo un éxito relativo durante ese periodo. Sonaba por todas partes, pero con distancia irónica. A modo de mofa. En el documental se explica perfectamente. Dice una entrevistada que se realizaba un juego perverso de hacerle creer a esa mujer que era una diosa. Pero en contradicción con esa idea, está el posterior desarrollo de su historia. Realmente, se convirtió en una musa gay y colaboraron con ella algunos de los mejores compositores de este país, como Luis Miguélez y Carlos Berlanga. Al final, logró su sueño, convertirse en artista. Y el componente cínico o la burla que pudo impulsar al personaje tendrán que deshilvanarlo los sociólogos y los expertos en los géneros musicales que trabaja. A mí, A por tí no me parece mala canción.
Dicho todo esto, el documental abre una veta más interesante, pero no la cierra. Es la del acoso escolar que sufrió Tamara/Yurena en el País Vasco cuando era niña. Cuentan que la insultaban por su sobrepeso y se deslizan escenas conmovedoras, como que su madre iba todos los días a verla a la verja del patio del colegio, lo que hacía que las compañeras se mofasen aún más de ella.
Sin duda, eso afectó a la mujer, que consagró su vida a adelgazar, se operó el pecho con solo 16 años hasta que, después, como no tenía amigas, se entretenía en casa cantando sola frente a los pósters de su cuarto y decidió ser artista. Así lo cuenta y es especialmente duro, porque cuando alguien sufre acoso escolar, o en cualquier otro tipo de entorno, solo suele haber dos salidas: reforzar tu personalidad o caer en la servidumbre. Hay gente que, inconscientemente, vive queriendo satisfacer a alguien que le humilló hace décadas, o a alguien que le hizo sentir inferior por lo que fuera.
No queda claro en qué lugar está Tamara/Yurena. Que quiso ser delgada y atractiva porque le retumbaban las voces del patio parece seguro, lo cual es una tragedia, sobre todo si hay quirófanos de por medio. Si se empecinó en ser artista a pesar de los insultos que sufrió o si esto era una fantasía compensatoria frente a todo lo anterior, no lo sabemos. Y eso que su entrevista en el documental la hace una psicoterapeuta.

Con todo, lo más relevante somos nosotros, los que seguimos asistiendo al espectáculo, ahora un tema de prestigio de la mano de Vigalondo y Los Javis. Hay una meta-narración que me gusta. Se le hace justicia al personaje y se le da todo lo que la televisión le negó en su momento, aunque la lanzara a la fama. El trato que recibió fue indigno, con especial mención a su vídeo sexual que fue también explotado en el prime time, y todo eso se revierte e incluso, en este documental, llega a ser emocionante en lo relativo a la pérdida de su madre. En este punto, hay que destacar especialmente la desaparición de Cárdenas. Al bully profesional, responsable de todo esto, no hay ni mención. No tiene ni la posibilidad de defenderse y obtener atención, aunque sea negativa. En este mundo de la economía de la atención, han decidido darle cero. Y eso es justicia. Difícil de entender para quien no haya seguido la historia desde el principio, pero en su conjunto, para mí, cierra bien el círculo.
No obstante, seguimos siendo los mismos, el público del circo, solo que aplaudimos otras escenas del mismo espectáculo. Pero lo que es realmente curioso es la metamorfosis colectiva. No hace falta rascar mucho para descubrir que en nuestros perfiles de las redes sociales, quien más quien menos, todos somos entre un poco y bastante Tamara/Yurena. Nos hemos creído celebridades, que llegan a emitir comunicados cuando ocurren sucesos, y la impostura en las fotos meditadas que compartimos es el cante del siglo XXI.
Dicen que los más jóvenes están dejando de hacerlo, así que no sería de extrañar que, para las próximas generaciones, todos los habitantes de este espacio/tiempo seamos unos enormes Tamara/Yurenas de la vida. Al fin y al cabo, ella, en lo más profundo, solo quería lo que hemos querido todos: Me gustas.