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ferocidad, lujuria e impiedad: de la lonja a las alegorías de Silvestre de edeta

Sexo en la calle: un paseo por el arte desnudo de València

Foto: KIKE TABERNER
23/09/2018 - 

VALÈNCIA. En su libro Los guardianes de la sabiduría ancestral el canadiense Wade Davis señalaba que la revelación esencial de la antropología es que “el universo social en el cual habitamos no existe en un sentido absoluto, sino que es un simple modelo de la realidad, la consecuencia de una serie de elecciones intelectuales y espirituales por las que optó nuestro linaje cultural, para bien o para mal, muchas generaciones atrás”. Seríamos pues fruto de nuestras raíces, espejo de ellas.

Dando por buena esta afirmación, se podría decir que la reproducción de escenas sexuales en la vía pública es parte intrínseca de las sociedad valenciana ya que edificios centenarios y señeros de la ciudad han hecho del sexo y la representación de figuras lujuriosas algo más que una anécdota, casi una categoría. Tenantes, vírgenes, colosos, los desnudos forman parte de la iconografía de manera profusa, fue una elección de nuestros antepasados y como tal es parte de la idiosincrasia local. Quizás son también una explicación (parcial) a la pregunta de por qué los monumentos falleros están tan sexualizados; son tradición, no plagio.

Foto: KIKE TABERNER

Estas imágenes históricas están tan presentes que a veces son obviadas. Así lo cree Ester Alba, profesora titular de Historia del Arte de la Universitat de València. “A menudo paseamos por nuestra ciudad y apenas reflexionamos sobre las imágenes que nos envuelven. Quizá porque nuestra vida de vértigo, de lo inmediato y de lo fugaz nos impide detenernos en el detalle, en el disfrute de la contemplación. Solo cuando viajamos parecemos esponjas ávidas por acumular en instantes perdurables lo que otras ciudades nos ofrecen, y lo hacemos con deleite, sin juzgar, sin sentirnos incomodados por imágenes, expresiones artísticas que museos u otras instituciones culturales nos ofrecen”, apunta.

Explicaba Umberto Eco en su ensayo Arte y belleza en la estética medieval que “es a través de las estatuas de los pórticos, de los dibujos de los vitrales, de los monstruos y las gárgolas de sus cornisas como la catedral [medieval] realiza una verdadera visión sintética del hombre, de su historia, de sus relaciones con el todo”. Y añadía páginas más adelante: “La Edad Media es una civilización en la que se ofrece público espectáculo de ferocidad, lujuria e impiedad, y al mismo tiempo se vive según un ritual de piedad, creyendo firmemente en Dios, en sus premios y en sus castigos, persiguiendo ideas morales a las que se contraviene con extrema facilidad y candor”. La Catedral de València forma parte de esa tendencia y en ella se puede contemplar una de las gárgolas más populares de la ciudad: una mujer desnuda y avejentada enseñando lasciva sus pechos. 

La Lonja de la Seda, como edificio civil, es más obvia incluso y en ella se puede hallar todo un catálogo de escenas a cada cual más rocambolesca, esculturas que recuerdan más a templos asiáticos, como los de Khajuraho en la India, que a cualquier otro edificio contemporáneo europeo. La profusión de representaciones de todo tipo de actos ha hecho que sea hasta un atractivo turístico. La nómina incluye gestos obscenos, besos, también asesinatos, humillaciones, y hasta una prostituta enseñando su vagina con un añadido: mira en dirección al lugar donde se encontraba el burdel medieval. Son, dice Alba, “imágenes obscenas, de contorsiones no ya eróticas, sino claramente sexualizadas, en lo que lo explícito se conjuga con lo histriónico; un catálogo de marginalias que cumplía un claro mensaje pedagógico y en otras ocasiones, como en las iglesias, ciertamente apotropaico: el espejo en el que el diablo se miraba y rehuía el acceso al recinto sagrado”.

“Sin duda”, dice el escritor Rafael Solaz, autor de La València prohibida, “son las escenas más conocidas de la ciudad y que más llaman la atención, unas imágenes del siglo XV para una ciudad totalmente libre, sin prejuicios, que representaba actos cotidianos en su fachada con carácter grotesco que provocaban la risa, más allá de la provocación. Se hacía con toda naturalidad y la sociedad lo aceptaba. Así era el carácter de los valencianos”, apostilla. El hedonismo de la ciudadanía se impuso al mensaje represor, las transgresiones sexuales eran normales... Una forma de ser que ha reflejado el historiador Albert Todrà en sus trabajos y muy especialmente en el ensayo El plaer de la carn, premio Alfons el Magnànim 2017. Parafraseando a Davis, fueron las elecciones de nuestro linaje. Somos así.

Foto: KIKE TABERNER

“A menudo tendemos a simplificar aquello que es Arte con la mirada asociada a la estética y a la belleza, pero en realidad el arte es mucho más” apunta Alba; “es un proceso creativo que conlleva una multiplicidad de significados y que debe entenderse en diálogo constante con el tiempo y el momento en el que y para el que fue producido. Puede ofrecer visiones nuevas, pero en otras ocasiones los viejos lenguajes, las tradiciones y los símbolos son reelaborados y sistematizados. Las obras a veces son producto del sometimiento a normas y códigos impuestos y en otras responden a expresiones subversivas frente a este orden”.

Pese a su popularidad las imágenes medievales fueron soslayadas con la llegada de la moral burguesa. Así lo cree Solaz quien como Toldrà apunta a la doble moral como responsable de esa represión del sexo, de la sexualidad. “En el siglo XVIII y sobre todo el XIX ya se comenzó a ocultar el sexo masculino y femenino porque lo consideraban inmoral, principalmente por la presión de la Iglesia. Lo hemos visto en algunas pinturas y esculturas en las que la hoja de parra o las propias manos cubrían la zona considerada como pecaminosa”. Algunos respondían a esta presión burlándose y Solaz recuerda el caso de un artista que sustituyó la hoja de parra por una de higuera para que “una figuera tapara una figa”. Esa visión pacata se puede encontrar en la imprescindible Guía Urbana de Valencia que publicó el Marqués de Cruilles en 1876, donde las mentadas gárgolas de la Lonja son descritas escuetamente como “figuras grotescas”, “creación fantástica de los artistas de la época”, sin entrar en más detalles y sin hacer muchas alusiones al contenido obsceno.

Foto: KIKE TABERNER

Pero los desnudos han seguido formando parte de la iconografía y la representación de la desnudez continuó presente en edificios públicos, en el mismo edificio del Ayuntamiento sin ir más lejos, sin que se produjeran reparos. Algunos ejemplos son recientes como el monumento homenaje al maestro Serrano de Octavio Vicent, inaugurado el 28 de febrero de 1965 en pleno franquismo y repleto de imágenes de mujeres desnudas que son alegorías; o el monumento al río Turia de Silvestre de Edeta inaugurado en 1976, donde un Turia semidesnudo está rodeado por las ocho acequias representadas como adolescentes prepúberes completamente desnudas, esculturas que alguno tildaría hoy de pedófilas.

“Lo sensual se encuentra también en la multitud de mujeres desnudas que el arte ha multiplicado en un caleidoscopio al infinito”, comenta Alba. “Lienzos, pinturas murales, esculturas, grabados... son el soporte para toda una pléyade de cuerpos sexualizados, desnudos, evocadores o mostrados. La desnudez femenina, y en determinados momentos de nuestra historia la masculina, es aceptada por la creada (no naturalizada) aceptación del binomio mujer-belleza que trajo consigo el siglo XIX y especialmente el XX. Pero la mujer desnuda no solo ha sido tradicionalmente supeditada a este concepto de lo ideal bello, o de lo sensual perverso. En una transmisión de los códigos de representación desde la Antigüedad, el desnudo no apto para las imágenes sagradas encontraba su lugar en las representaciones míticas, no solo asociadas a la sempiterna diosa de la belleza sino a otras historias ovidianas y a los archiconocidos raptos del dios de los dioses con implícita violencia sexual; y sino que se lo cuenten a la pobre Leda”.

Foto: KIKE TABERNER

Es pues en este contexto en donde las críticas vertidas contra la exposición de Antoni Miró en La Marina sorprenden. Las imágenes de Miro reproducen escenas de vasijas y ánforas clásicas, son un remedo de las raíces. Cierto era que se creaban para objetos privados, pero esta misma exposición pública se puede traducir como la difusión de una realidad oculta. “Llegados al siglo XXI no entiendo las críticas”, comenta Solaz. “Estamos viviendo una época en que con un clic se accede al más variado contenido erótico y pornográfico. He estado viendo la actual muestra de Antoni Miro y me parece una secuencia de las de la Lonja, con cierto aire mitológico, algo que deberíamos leer como escenas de la vida misma”. Ésa posiblemente sea la clave; implícitamente, quienes la han criticado, quienes han pedido su veto, lo que en realidad están pidiendo es el veto de lo que esas imágenes representan: lo que quieren es ocultar la homosexualidad, el deseo sexual, negar que existe, algo que no se hacía ni en la Edad Media. El sexo es incómodo. Hablar de sexo se considera de mala educación. Bernat i Baldoví sería tildado hoy de grosero y sufriría acoso en las redes sociales. No hablemos ya cuando el sexo que se muestra es el masculino. 

“El desnudo femenino no escandaliza, excepto a Facebook para el que bajo la mirada puritana anglosajona hasta las venus paleolíticas son moralmente incorrectas (el algoritmo no discrimina), mientras que el desnudo masculino y la muestra explícita de su sexualidad causa perturbación aún en lo artístico”, reflexiona Alba. “Nada es simple y menos el arte. Bendito arte que nos conmueve, emociona, irrita, molesta, enseña, nos ayuda a reflexionar y es catalizador de comunicación y de transformación, capaz de todo menos de dejarnos indiferentes”, concluye.

Foto: KIKE TABERNER

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