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SILLÓN OREJERO

'Shiloh', novela de realismo sucio sobre Kentucky (y no dejo de ver a España reflejada) 

En 1982, un libro de relatos de Bobbie Ann Mason recibió muy buenas críticas en Estados Unidos. La obra trataba de la población de Kentucky que no había cumplido el sueño americano de prosperidad y realización personal. Sin embargo, hoy que tanto habla del regreso a un pasado edénico de mediados del siglo pasado, esos retratos no nos son ajenos en España. De hecho, cualquiera que viviera los 70 y los 80 españoles podrá cambiar fácilmente Kentucky por el nombre de su pueblo

21/08/2023 - 

VALÈNCIA. Quizá por la influencia de haber chupado unas quince horas sobre Waco en cosa de dos semanas, un debate que se produjo en las redes sociales me dejó pensativo. De un tiempo a esta parte, es habitual en cuentas de derecha y de extrema derecha recurren a discursos bajo la fórmula del regreso al pasado edénico. Ha habido diversas formas de presentar esta idea. Antes de las elecciones, la más hilarante es la que apelaba a los años 80 como una época mejor que la actual. Ahí se buscaba un componente puramente emocional de nostalgia y tontería. Otras veces, se habla de la desindustrialización como si hubiese sido una elección y no una consecuencia de las características que le dio a ese sector económico crecer al abrigo de una dictadura. 

De hecho, esta semana leí a uno relacionar natalidad con la llegada de la democracia y las migraciones del pueblo a la ciudad. El hombre se lamentaba porque creía que antes éramos más felices. Entiendo que viviendo en el agro, más cerca de la naturaleza, con las mujeres pariendo más y menos vecinos diferentes. Todos el domingo a la misma hora en misa, todos la misma semana en los toros, todos el mismo día en las fiestas. Me hizo gracia porque, en primer lugar, las consecuencias de la despoblación rural de tanta magnitud como la que sufrió España, tuvieron su origen en las reformas agrarias y esas ideas peligrosas que nos enfrentaban y que no se llevaron a cabo gracias al golpe genocida del 18 de julio. En segundo lugar, porque creo que la situación en los pueblos está ahora bastante mejor que entre finales de los 50 y los 80, esa supuesta época dorada que se nos quiere vender con sentimentalismos muy poco ilustrados. 

Entre una cosa y lo de Waco, que me había despertado curiosidad por la América profunda del fanatismo religioso y demás, me dio por volver a leer Shiloh, un libro de Bobbie Ann Mason, una escritora estadounidense que creo que solo tiene una obra más traducida al castellano, Campo de batalla (Alfaguara, 1990), y una biografía de Elvis. Shiloh es una colección de relatos publicada en 1982 en Estados Unidos y en 1987 en España por Anagrama. Si por algo me llamó la atención cuando lo leí en su día era porque no tenía nada de exagerado, estrafalario o extremo. Eran relatos sobre Kentucky, pero sin crímenes, tráfico de drogas, etc... Solo historias breve de gente ordinaria. Un género mucho más complicado que seguir los pasos de delincuentes o detectives, a mi modo de ver. También admiré la redacción aséptica, con un sentido del humor sutil y sin juicios morales. 

La portada de la edición española es un cuadro de Edward Hopper, Eleven AM. En un primer vistazo, cuando vi el libro en un estante de segunda mano, pensé que la mujer estaba mirando por la ventana mientras estaba sentada en la taza del WC. No es descabellado, yo en mi pueblo puedo hacerlo, curiosidades de la arquitectura. Pero no, aquí, según los expertos y críticos de arte, Hopper tal vez quería mostrar la sexualidad femenina encerrada en el hogar. Ciertamente, es un buen símbolo de aquella época que añoran algunos en la que la mujer estaba encerrada en la cocina y el hombre, en el bar. 

Lo segundo que me llamó la atención es la crítica que le hizo en New York Times en su día. Trataba de ver un contraste entre los habitantes de Kentucky con los de cualquier pueblo francés, italiano o español. El autor tenía la impresión de que estos estadounidenses "improvisaban" sus formas de vida. De hecho, la mayoría de las críticas hablaban de la desubicación de esta gente o sus problemas de identidad en un mundo cambiante. Es gracioso porque en Europa estábamos igual. Tal vez en el sur, gracias a la sociabilidad y a una cultura menos individualista, el grupo hace a la persona y la hace más fuerte. No por casualidad, se hizo famosa aquella historia, tal vez leyenda urbana, de que los italianos de Nueva York, aunque fumasen o bebiesen, tenían más esperanza de vida que el resto porque vivían en comunidad, siempre juntándose, cada mañana y cada tarde. Los que tenían culturas más individualistas, de viejos, al parecer duraban menos. Y morían solos.

Sin embargo, las dinámicas en estas poblaciones alejadas de las grandes urbes donde se corta el bacalao, son las mismas en todas partes. De esta manera, los trabajadores que han perdido su ocupación de forma prematura, por un accidente laboral, y deambulan sin saber qué hacer, molestando con su sola presencia a su mujer, no me parecen exclusivos de un exótico y lejano Kentucky. Pienso, por ejemplo, en la minería del Norte, la cantidad de juguetes rotos que dejó. Las reflexiones de una mujer que dice que los hombres no se dan cuenta, pero que sus mujeres prefieren tenerles lejos la mayor parte del tiempo, haciendo lo que sea que tengan que hacer, no me resultan de un mundo perdido. 

Qué decir de los jubilados que se van encerrando en sí mismos y desconectándose del mundo de los vivos. Hombres a los que no hay manera de sacarlos de rutinas. Varones a los que es absolutamente imposible hacerles viajar. Señores que parece que se han vuelto a un estado uterino, solo quieren que les sirvan, y advierten de la cantidad de peligros que esperan ahí fuera, ya sea climatológicos, por un ilusorio o no aumento de la criminalidad o por lo que sea. Incapaces de abandonar actividades relacionadas con su antiguo trabajo. Todo mientras su pareja se resigna a morir en vida a su lado. Yo estas escenas no he tenido que saltar el charco para verlas u oír hablar de ellas. 

La que más me llegó es la de alguien que tenía mi edad. Un hombre que aún se cree que es joven, que no ve que han pasado más de veinte años desde que tenía veinte, porque piensa que todo sigue igual dentro de él. Un tipo que recuerda su vida por las parejas con las que ha estado y por cómo se fueron al traste sus relaciones. Ahora, que está con una mujer más joven, empieza a sentir pánico por que le pueda dejar. Entretanto, para él no han pasado los años y sigue dándole vueltas a su mundo de hace décadas, encarnado en la música que escuchaba. Da la chapa con su música hasta el punto de pinchársela a  los pasajeros del autobús de discapacitados intelectuales que conduce y es tan cerrado y cruel al mismo tiempo que no les deja poner nada de New Wave, el género "moderno" a finales de los 70 y principios de los 80. Yo para encontrarme esto solo tengo que abrir Facebook. A veces, incluso, basta con mirarme al espejo. 

También me llamó la atención que este libro fuese recibido por Julio Llamazares en El País como fruto de una moda, el dirty realism, con el que los estadounidenses relataban el fracaso del sueño americano o, mejor dicho, centraban su atención en los perdedores de esas supuestas promesas de prosperidad y realización personal. Un estilo que si dejó huella en algo fue en el cine independiente que se empezó a gestar a finales de los 80, donde muchas películas estaban marcadas por estos patrones. Su tesis era la misma que acabo de describir en esta columna, en su caso, brillantemente escrita. Pero de lo que yo fui testigo de niño en este país no era muy distinto al Kentucky de Shiloh, y lo que él veía en los 80 tampoco. Al principio del texto, el escritor pensaba que esta ola de realismo sucio o minimalismo, llegaría también a una generación de escritores en España. Sin embargo, eso no podría afirmar ni negar que sucediese.

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