el callejero

Súper Aminata

Esta mujer creció en Malí soñando con estudiar Medicina, pero a los 17 años le obligaron a casarse con un desconocido que la trajo a València. Aquí la maltrató, pero la joven se rebeló contra él como ahora lo hace contra la mutilación genital femenina.

5/07/2020 - 

VALÈNCIA. Dice Aminata Soucko que en el álbum de su boda hay fotos donde se le ve sonreír y otras en las que se le ve llorar. Las sonrisas durante la celebración, comedida, sin alardes, eran para contentar a su madre. El llanto, mucho más recurrente, era por pura desesperación.

Esa misma mañana, Aminata, una chica de 17 años, se había levantado de un salto. Aquella adolescente tenía un examen, lo llevaba bien preparado y estaba ansiosa por hacerlo. "Iba a por un 10", asegura. Ese día estaba radiante. Se había despertado, se había vestido y ya estaba lista para irse al instituto. Hasta que apareció su tía. Una tía. La cogió, se la llevó aparte y le comunicó que esa tarde, esa misma tarde, a las tres, se iba a casar con un hombre al que no había visto en su vida.

El mundo se derrumbó a sus pies.

Aminata, que hoy tiene 33 años, dos hijos y una vida que muchos no experimentan ni en 90 años, quería ser médica. Le apasionaba aprender y era la única de sus 30 hermanos que había llegado hasta el último curso en el instituto. En la fiesta del cordero o en el Ramadán, cuando les caía alguna prenda de ropa nueva, Aminata decía que ella prefería que se gastaran el dinero en libros. Su padre, que tenía terrenos y se dedicaba a la compra-venta de productos variados, disfrutaba de cuatro mujeres y una legión de hijos. Su madre, que vendía especias en un mercadillo, había sido la primera esposa y ahora vivía la humillación de acabar siendo compartida con otras. En un país, Malí, donde se les educa para que sean poco más que sirvientas de sus maridos, callaba y sufría en silencio el maltrato de aquel hombre. Por él. Por la familia. Ella no importaba. Ella era lo de menos.

Y si ella no importaba, Aminata tampoco. Después de mil penurias e injusticias -injusticias, al menos, a los ojos de un europeo-, la hija pródiga mira con indulgencia a su padre. "Éramos una familia muy humilde y mi padre había sido educado de manera muy tradicional; era muy estricto con las cosas. Pero también es verdad que nunca nos faltó un plato de comida en la mesa". Su madre no se atrevió a plantarle cara. En caso de ruptura matrimonial, en Malí es el hombre quien se queda con la custodia de los hijos. "Y mi madre prefería morir de sufrimiento que perder a sus hijos. Allí, además, es habitual el maltrato verbal, no está mal visto". Y para aclararlo, Aminata pronuncia un dicho, una excusa machista, en verdad, de su país: "Cuando más sufre una mujer por su marido, más lejos llegan los hijos".

Los padres eran analfabetos, así que una hija ilustrada era una ventaja. Aminata redactaba los contratos de compra-venta de su padre. Pero en Malí las decisiones no las toma la madre, por supuesto, pero tampoco el padre. La familia es la que manda. Y la suya debió pensar que con 17 años ya iba bien. "Es como si se te fuera a pasar el arroz. ¡Con 17 años!".

Por eso rompió a llorar, desconsolada, el día de esa boda no deseada. Y la persona que intentaba maquillarla tenía que retocarla una y otra vez. Su lágrimas eran distintas a las de su madre, que lloraba por la vergüenza que suponía para ella que una hija suya se negara a un matrimonio acordado por las familias. Pero Aminata solo podía pensar en la carrera de Medicina, en la vida que se desvanecía delante de sus narices y en tener que acostarse esa misma noche con un señor al que no conocía. Hasta que llegó uno de sus cinco hermanos de sangre, la abrazó y le pidió que dejara de llorar para no avergonzar a la familia. Y así es como Aminata, por no hacer más daño a los suyos, esbozó una sonrisa grotesca que hoy resiste en el álbum que conserva en su casa de Alfafar.

"Prefería morir"

La buena noticia, dentro del desastre, es que aquel hombre recién casado se volvía a España, a València, en trece días. Aún así, como dicta la tradición, a ella le esperaba una semana encerrada en casa vestida de blanco y sin apenas comer. Pero aquella joven era una rebelde que no se arrugaba ante nada ni ante nadie. Ella quería volver al instituto, acabar el equivalente a Segundo de Bachiller y estudiar Medicina. "Yo no quería respetar la tradición. Prefería morir que permanecer encerrada en casa. Ya me daba todo igual".

Aminata se retuerce los dedos de las manos mientras relata cómo se retorció su vida. La sonrisa enorme que descubre los dientes más relucientes de todo Alfafar ya se ha esfumado. Y ahora se pierde la mirada hacia una ventana que tiene justo enfrente. Parece que quiera escapar, pero quien realmente quería escapar era aquella adolescente asustada e incomprendida.

Durante un par de años pudo vivir alejada de aquel hombre, de aquel desconocido. Su esposo le llamaba desde València y ella no respondía. O se inventaba una excusa y colgaba. Le rehuía. Ganaba tiempo. "Pero era muy difícil vivir así. No conseguía concentrarme. Yo era realmente brillante en el instituto, pero tenía que ir y volver con frecuencia a Mauritania para hacerme el visado. Estaba nerviosa y un día que acompañé a un buen amigo a por un recado antes de hacer un examen, iba con prisa y me caí de la moto. Tuve un accidente e iba sin casco, así que acabé inconsciente. Cuando desperté, lo primero que hice es preguntar por mi examen del trimestre, pero no me dejaron hacerlo. Y más tarde aprobé la selectividad pero sumaron esa nota a un cero por no hacer el trimestre, con lo que arruinó mi nota media".

La víspera del 9 d'Octubre de 2008 llegó a España. Bajó del avión en Madrid y lo primero que vio fue una noticia en la televisión ilustrada con la imagen de un cadáver. "Me asusté muchísimo porque yo no sabía dónde estaba ni cómo era ese país. Pregunté a mi marido, que había venido a recogerme con un primo y un amigo, y me contestaron que eso era lo que le pasaba a las mujeres que no se portaban bien. '¿En qué país me han metido?', pensé".

Antes de abandonar Malí, la familia fue a dejar sus huella, a adoctrinar a la hija rebelde. "Mi madre me explicó que a ella le pegaron para casarse con su padre, pero que ahora llevaban cincuenta años casados. Que aguantara y acabaría queriéndole. Y yo le respondí que no entendía cómo había podido aguantar".

A los cuatro meses de llegar a València, se quedó encinta. Un embarazo que le recordaba cada día, a cada hora y a cada minuto que era presa de aquel hombre. Un marido cada vez más arisco, más agresivo. Una persona que creía que su mujer era su propiedad, que le prohibía salir de casa, que no quería ni que aprendiera el castellano. Un esposo que le había construido una jaula sin barrotes.

Hasta que un día, harta, desesperada, ansiosa por alimentar su apetito por seguir aprendiendo, salió a la calle, abordó a una chica y le preguntó dónde podía estudiar español. Aquella persona anónima la ayudó. Cogió a Aminata y la llevó a una escuela de adultos. El primer día de clase les explicaron la diferencia entre 'qué te gusta' y 'qué te gustaría'. Y ella cogió y soltó en voz alta: "A mí me gustaría estudiar y ser médico". Todos se giraron hacia ella. Les sorprendió que una mujer africana de 22 años tuviera esas aspiraciones. Aminata encontró la luz en esas aulas y siguió acudiendo puntualmente hasta el mismo día del parto. "Por la tarde fui a clase y por la noche di a luz", recuerda mientras recobra su sonrisa. 

Ese año inició los trámites para que le enviaran desde Malí sus certificados de estudios. Pero aquello costaba un dinero que no tenía y que no podía pedir a su pareja. Le daba vergüenza pedir ayuda a otros, pero una profesora le dijo que ella cubriría ese gasto.

Tres días después de aquella noche de enero en la que alumbró a su hija, Aminata se presentó en clase con el bebé. Todos pensaban que acudía a presentarles a la niña, Aisa, pero no, ella había ido a reanudar sus clases. Muchos profesores le habían estado ayudando. Uno que veía que en los descansos no comía nada, dejó la orden en la cantina para que le dieran la merienda todas las tardes, que ya lo pagaría él después. Otra le dio ropa de premamá. Otros le llevaron cosas para el bebé. Pero el día que llegó con Aisa, le pidieron que volviera a casa. "Yo quería sentarme al fondo y si la niña lloraba, sacar la teta, algo normal en mi país, y darle de mamar. Pero me dijeron que no podía ser. A cambio me prometieron llevarme los apuntes y resolverme las dudas".

Aminata comenzó a estudiar en casa. Su marido, que trabajaba en el campo, salía al alba y no regresaba hasta la noche. Así que ella estudiaba a escondidas. Hasta que un día que llovió y no pudo trabajar, volvió antes de lo previsto. Al verla con los cuadernos, montó en cólera y arrambló con todo lo que encontró. La mujer, asustada por perderlo todo, salió corriendo a la calle. Al encontrarse con el frutero, le rogó que escondiera sus libros. Y en cuanto su marido salía por la puerta, ella bajaba y cogía aquellos manuales para seguir estudiando.

Llegó un momento en el que se le plantearon dos opciones académicas: hacer la prueba de acceso para estudiar un grado superior o hacer la prueba para mayores de 25 años. "Pero yo tenía 22 y no estaba dispuesta a esperar tanto tiempo. Estudié en casa y el día de la prueba, una profesora se ofreció a quedarse con la niña. Así pude sacarme un grado superior de Plásticos y caucho, que no me sirvió de nada, y uno de laboratorio de diagnóstico clínico". No era la mujer más dichosa del mundo, pero nutría su alma.

Hasta que un día, aquel hombre empezó a pegarle.

Denuncia a su marido

Aminata se ajusta el turbante blanco y vuelve a estrujarse los dedos. Es una mujer tan fuerte que parece que vaya a partírselos en cualquier momento. Le cuesta seguir hablando. Le cuesta no derramar una lágrima. Ni una quiere concederle a aquel monstruo. Y, como en las fotos del álbum, compone un gesto extraño.

Y entonces lo suelta: "En mi país es de mala educación que me mires fijamente a los ojos. Aunque entiendo que en Europa es lo normal y debo acostumbrarme, pero aún me cuesta".

Hundo la mirada en la libreta. Ahora soy yo quien quiere escapar. Pido perdón, lo acepta y continúa.

Sigue con el relato de las palizas de aquel hombre que pidió casarse con una chica a quien no conocía. Del día que tomó la decisión de abandonarle. El día que entendió que prefería morir de hambre que soportar a aquel demonio. El día que fue al Ayuntamiento para contar su caso y preguntar qué podía hacer. El día que la animaron a poner una denuncia y acabar con aquella farsa.

Un nuevo acto de rebeldía que ocasionó el infalible acto reflejo de la familia. "No lo hagas, nos avergonzarás". O los malienses de València, que comenzaron a presionarla para que retirara la denuncia. Pero Aminata es mucha Aminata y, no sin remordimientos -ella, como su padre en su día, había sido educada de aquella manera y le resultaba antinatural-, no estaba dispuesta a claudicar. Aquella historia que había empezado el día que iba a por un 10 en un examen, tenía que llegar a su fin de inmediato.

Eso fue en 2011. Tenía 24 años y mucho tiempo para rehacer su vida. En 2016 ya había hecho las paces con su familia y pensó que era el momento de regresar a Malí para que conocieran a Aisa. Lo hizo sabiendo lo que le esperaba: la familia, siempre la familia, presionándola para que su hija fuera mutilada. "Habían esperado para hacerle la ablación a Aisa a la vez que a dos de mis sobrinas. Pero yo tenía claro que por mucho que me presionaran, no iba a hacerle eso a mi hija".

Aminata incumple ahora su norma. De repente alza la mirada y me clava sus ojos antes de exclamar: "Cuando decido hacer algo, lo hago".

Por eso decidió volver a enfrentarse a su madre, a la familia, a las absurdas tradiciones de su país. "En Malí la ablación se explica como una forma de purificar a las mujeres y aquí en España es lo contrario. Yo no paraba de hacer preguntas en clase y cuando el sexólogo logró que lo entendiera, decidí que ahora me tocaba a mí sensibilizar a los africanos. Y ese es el momento en que me especializo en la Mutilación Genital Femenina (MGF)".

En Malí comenzó a dar charlas a su madre y a su familia. "Me consideraban una loca y una perdida. Decían de mí que había sido una mujer a quien Europa había transformado para traicionar las tradiciones de mi país", advierte antes de contraatacar: "Yo sé lo que he sufrido y no quiero que vuelva a pasarle a ninguna mujer". Por eso se atrevió a sentarse frente a su hermano y, rompiendo un tabú tremendo en Malí, convencerle para que no le hiciera la ablación a sus hijas. "Así pude regresar a València con mi hija sin mutilar y dejar a otras dos chicas intactas. Pero la pequeña, que tenía entonces 10 años, fue voluntariamente dos años después y pidió que se la hicieran. Yo no podía entenderlo, pero entonces ella me explicó, con solo 12 años, que en el colegio nadie jugaba con ella porque la consideraban impura. Que por la calle nadie hablaba con ella".

Pero Aminata está decidida a cambiar esta tradición. "Venceremos esta batalla", sentencia de repente. "Otra más". Y recuerda que cuando ella decidió, en 2013, hacerse la reconstrucción del clítoris -su mutilación se produjo a la semana de nacer-, solo encontró que desinformación. "Nadie sabía nada". Pero el hospital Doctor Peset ya cuenta con una unidad de referencia a la que ella se apuntó como voluntaria en cuanto la descubrió. "Porque no es una simple cirugía, es un proceso. Por eso quiero ayudarles, les traduzco todo, acompaño a las mujeres, les cuento mi experiencia, les hago las curas en casa...".

La Aminata libre, liberada, siguió su camino. No llegó a convertirse en la doctora Soucko, pero sí que ha creado una asociación que le colma: DJO Aminata (Red Aminata). "Porque aún quedan muchas cosas por hacer. Y lo que yo quiero hacer es ayudar a las mujeres y erradicar la MGF. Yo tengo un pie aquí y otro en África, y no sé qué haré en el futuro, pero mis hijos (hace tres años tuvo a Amadou con su nueva pareja) harán lo que ellos quieran".

Ya lo ha soltado todo y, entonces, Aminata vuelve a mirarme. Vuelve a sonreír. Y proclama: "Hoy cuento esto con una sonrisa porque lo único que yo quería era mi libertad y ahora la tengo".

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