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la opinión publicada / OPINIÓN

Tropezar dos veces con la misma pandemia

5/09/2020 - 

Puede que la mayoría de ustedes no lo recuerden, pero hace mucho, mucho tiempo, antes de que la mayoría de la gente comenzase las vacaciones de agosto, el líder de Vox, Santiago Abascal, anunció a bombo y platillo que su partido presentaría una moción de censura, pues no era posible, afirmaba Abascal, seguir ni un minuto más con este ignominioso gobierno socialcomunista. Y lo haría... en septiembre, un mes después. 

La incongruencia de presentar un hecho (la continuación del gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos) como la madre de todos los males, una situación insostenible que llevaría al país a la ruina, para luego esperarse un mes en la adopción de la supuesta solución al problema (la moción de censura) no se le escapaba a nadie. Tampoco al presidente Pedro Sánchez, que sin duda disfrutó de su respuesta en el Congreso de los Diputados, para jolgorio de los suyos (y no sólo de ellos): "si tan urgente es cambiar a este Gobierno, ¿por qué espera al mes de septiembre? ¿Qué pasa señor Abascal, que se va de vacaciones?".

Sánchez estuvo acertado ahí, pero un mes después estamos en condiciones de constatar que no sólo Abascal dejaba las cosas para más adelante, pues las vacaciones son lo primero: comenzando por el presidente, Pedro Sánchez. Y no por irse, él también, de vacaciones (algo lógico y normal, y más tras unos meses tan terribles como estos, pues también los políticos necesitan descansar, como todo el mundo)... sino porque el gobierno en su conjunto, como estrategia, decidió que, por algún motivo, el coronavirus nos daría una tregua en verano. Y luego, en septiembre, ya veríamos.

Desde el momento en que la terrible primera ola, que pilló a nuestros gobernantes (a todos los niveles) de improviso, comenzó a remitir, a finales de abril, la discusión pública pasó a centrarse en cómo y cuándo pasaríamos de página: en cómo y cuándo se ejecutaría la desescalada y llegaríamos a la "nueva normalidad". Se daba por supuesto que se había superado la crisis en esta primera fase, y que el coronavirus se comportaría como otros virus estacionales, casi desapareciendo en verano y reviviendo con la llegada del otoño, al igual que la gripe y la mayoría de los demás virus respiratorios. 

Además de los lógicos deseos de la ciudadanía por tener un respiro tras un confinamiento tan prolongado y estricto, estaba sobre la mesa la necesidad imperiosa de salvar lo que se pudiera de la temporada turística, concentrada en los meses de verano; en resumen, había que reabrir, y había que hacerlo rápido. Y, para eso, había que desescalar a toda prisa. Tanta prisa que, por desgracia, hemos acabado despeñándonos, con el turismo bajo mínimos y los peores números de toda Europa en la segunda ola del virus. Lo cual, teniendo en cuenta que España también fue uno de los países europeos más duramente golpeados por la pandemia en su primera ola, debería hacernos pensar sobre qué es lo que funciona mal en este país, porque está claro que algo falla.

Pero, además, el gobierno, en su apuesta controladora, salió bastante malparado de esta primera ola; las críticas menudearon desde ámbitos muy variados. La mayoría de dichas críticas se centraron en la incapacidad e incompetencia del gobierno central (y en particular el ministerio de Sanidad), superado por los acontecimientos. Pero también, en consonancia con lo anterior, se puso el acento en el afán controlador del gobierno y cómo se apropió de las competencias de las comunidades autónomas, convertidas en meras delegaciones regionales, a los efectos de tomar decisiones sanitarias.

La apuesta política del gobierno era que éste saldría reforzado de la crisis asumiendo el control de la situación y difundiendo un mensaje de unidad. Pero no fue así. Las encuestas mostraron que el principal efecto de la crisis ha sido el estancamiento de la coalición gobernante y el ascenso del Partido Popular y de los partidos nacionalistas; las elecciones en Galicia y País Vasco refrendaron claramente estos indicadores. De manera que, con vistas a la eventual segunda ola del virus, el gobierno decidió lavarse las manos y se fue de vacaciones, dejando la gestión de la pandemia en manos de las comunidades autónomas, que al fin y al cabo son las que tienen las competencias para ello. 

Pero, tras constatar que la gestión de la pandemia es materia enormemente compleja y difícil, y que resulta mucho más probable salir escaldado que entronizado de allí, el gobierno fue directamente de un extremo al otro: Es decir: pasó de querer controlarlo y organizarlo todo a inhibirse por completo y dejar que las comunidades autónomas (en particular, las que más se habían destacado por sus críticas al autoritarismo e incompetencia del gobierno central) se cocieran en su propia salsa competencial.

Es difícil saber si esta nueva apuesta, este verano en manos de las comunidades autónomas que ha dado como resultado una segunda ola del coronavirus (o revivir la primera ola, que realmente no se había marchado; tanto da, a los efectos), le saldrá bien al gobierno en términos políticos, o al menos mejor que la apuesta de "rodear la bandera", es decir: congregar a los españoles en torno a la figura de autoridad del presidente del gobierno. Pero la raíz del problema, a mi juicio, estriba precisamente ahí: en que da la sensación de que el criterio primordial, antes y ahora, deriva del tacticismo político cortoplacista, de lo que pueda beneficiar en las encuestas adoptar una u otra medida, en mucha mayor medida que del deseo de gestionar la pandemia lo mejor posible. Por parte del gobierno y de la mayoría de la oposición. Es decir: como casi siempre. Pero ahora, con una pandemia de por medio.

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