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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Un mapa sentimental y musical de Valencia (1978-1988)

18/09/2016 - 

Sé que una buena parte de mi vida podría contarla enlazando calles y sitios de Valencia. Hago a menudo ese ejercicio cuando recorro la ciudad: en ese cine que ya no existe vi aquella película de crío y en ese bar que ahora es otro bar bailé como un poseso una noche de primavera; y allí solía quedar con mis amigos para ir al Carmen y unas calles más abajo abrieron la tienda cuyo escaparte tantas veces miré incluso si la persiana metálica estaba echada. Por descontado, muchos de esos recuerdos llevan música.

El recorrido podría arrancar en cualquier punto pero hoy empieza en la calle Nuestra Señora de Gracia, casi enfrente de donde está ahora Oldies. Detrás del edificio la sede de Hacienda que a mí siempre me hacía pensar, no sé por qué, en Nueva York, y antes de llegar a la Avenida de Oeste. En una tienda pequeñita pero muy chula que se llamaba Rafa Gil, hablé por primera vez con Juan Vitoria. Me llevé los discos de Kevin Ayers que me prestó, para oírlos en casa, al principio de la Avenida del Cid. Mi habitación daba a un patio interior y mientras escuchaba a Nico y The Tubes veía el rótulo del Cine Aliatar. Cada mañana, de lunes a viernes, un autobús me recogía en la esquina de enfrente, para llevarme a un colegio en Campo Olivar. Allí, sin ningún interés por la geometría o la química, asqueado solo con pensar en la educación física, seguía imaginando a Nico, a Patti Smith, a Jim Morrison.

Cosas que encuentras en el rastro

Las tardes en casa de Quique, en la calle Bachiller, eran para escuchar discos de Talking Heads. También intentaba convencerme con mucha paciencia de que Peter Gabriel no era un pelma. No sé, decía, yo, Genesis me parecen muy pretenciosos. Y a renglón seguido nos sumergíamos en Fear Of Music y palpábamos su intrigante portada en relieve, como si fuésemos invidentes y aquello fuera escritura en Braille. No muy lejos de allí, en Cardenal Benlloch, Alfonso y Eva vendían discos para coleccionistas en la papelería que regentaban. Lo descubrí en un anuncio en Disco Express, que debí comprar en el quiosco en la esquina con la Calle Lorca y Pérez Galdós, el mismo en el que antes había comprado con similar fidelidad Mortadelo, Fotogramas, las historietas de Marvel que sacaba Vértice. A Alfonso lo veía a menudo, en el rastro de la Plaza Nápoles Sicilia. Una mañana de domingo me compré allí mismo una copia de importación de The Velvet Underground Live At Max’s Kansas City. Andy y yo nos quedamos tan sorprendidos por el hallazgo que nos fuimos a toda prisa a su casa, que nos quedaba más cerca que la mía. Su habitación daba a Fernando el Católico y tenía una reproducción del Guernica que su padre había traído de estranjis durante la dictadura.

La calle Avellanas

Los viernes por la tarde y los sábados por la mañana trabajaba en el almacén de la empresa de mi padre para tener dinero y poder comprarme discos. Iba en autobús hasta Mislata, en la línea 7, con mi abuelo Juan. Pasaba las horas empaquetando regalos para los clientes y los sábados, al acabar, me iba directamente a la calle Avellanas, a la tienda que Alfonso había abierto allí. Algunas veces mi abuelo venía conmigo. Me observaba elegir el disco que iba a comprarme, hablar de él con la gente del puesto. No entendía nada pero verme así le hacía feliz. Por el puesto también acudía Remi, casi siempre comprando discos raros de David Bowie, que a mí entonces era un artista que no me llamaba la atención. Llevaba gafas y bigote. Nos hicimos amigos cuando ya estaba en La Banda de Gaal y ambos seguíamos comprando discos, ahora en Harmony, otra empresa de Alfonso. Su hermano Víctor se encargaba de una de las tiendas, la que estaba junto a la iglesia de Santa Catalina; yo me pasaba las tardes allí, hablando con Víctor de música y de Debbie Harry.

Más allá del centro de la ciudad

La primera vez que vi tocar a Glamour –aunque igual seguían llamándose aún La Banda de Gaal- fue en Planta Baja, en la calle San Ramón. El Carmen aún era entonces un lugar a descubrir. Remi vivía en la Plaza Na Jordana y en su habitación escuchábamos a Human League y a T. Rex. Remi era algo más mayor que yo y tenía una novia que me parecía guapísima. Ella y las novias de otros componentes de Glamour iban a ver al grupo a un local de ensayo cochambroso tras el Museo San Pío V, donde ensayaban bajo la atenta mirada de Esteban, que iba a producirles un disco. Esteban y Mar vivían entonces hacia el final de Blasco Ibáñez; veíamos a menudo a Joan Ribó, que entonces en una época en la que supongo que pensar que podría estar algún día al frente de esta ciudad era todo un sueño, subido en su bicicleta. En su casa –en la de Esteban- hacíamos el fanzine Estricnina y escuchábamos discos, de los que le gustaban a él y de los que nos gustaban a los dos, Serrat, Roxy Music, Bowie, Japan, Piazzola, Lennon. Blasco Ibáñez, 96. Allí me sentía protegido. Siempre he buscado protección y la música a veces no es suficiente.

Radios y tiendas

Un par de años después, Esteban y yo estábamos trabajando en una radio, al principio de la Avenida del Cid, justo al lado de donde todavía vivían mis padres. Compraba discos de importación para la emisora en la Plaza de San Francisco de Borja, en Zic Zac y luego los presentábamos, Jorge, Quique y yo, juntos y por separado, en nuestros respectivos programas. Por casualidad descubrimos un nuevo local que se llamaba Brillante, en L’Eixample, en Pintor Salvador Abril. Terminamos yendo allí prácticamente cada noche y se convirtió en mi casa nocturna durante años. En Brillante Rafa pinchaba a Orange Juice, Robert Wyatt, Prince, Julian Cope, Trouble Funk… Muchos de los discos que ponía Rafa fueron pasando a formar parte de mi colección, ocupando estante en mi buhardilla de la calle Luis Vives. Algunos álbumes estaban apilados bajo un ventanuco desde el cual se veía la torre de Santa Catalina. Se mojaron un día que llovió excesivamente. El único vestigio del desastre es un álbum de Nico con la esquina acartonada por culpa del incidente.

Noches con drama y acción

Las noches tenían nombres de calles muy diferentes. Saltábamos de Brillante al Continental de Juanjo, Manolo y Pedro, situado en una vieja nave junto al viejo cauce, casi limítrofe con Mislata; sonaban The Cramps, actuaba Víctor Coyote, sonaban Elvis y Sam Cooke. Íbamos a Jacinto Benavente, a Barracabar, donde Jorge ponía a sus grupos favoritos, The Primitives, The Darling Buds, Mock Turtles… Noche tras noche persiguiendo la fantasía del amor. Íbamos a la calle Emilio Baró, cuando era imposible resistirse al concierto programado esa noche en el Arena Auditorium. Robyn Hitchcock, Marc Almond, Sonic Youth. Hablando con Thurston Moore mientras desmontaban el equipo después de haberles escuchado tocar Daydream Nation entero. Y luego el puente de los Trinitarios de nuevo, rumbo a algún local del Carmen o de regreso a L’Eixample. Fina se empeñaba en poner a Gabinete Caligari cuando la visitábamos en su casa de la Avenida del Puerto. Venid a las corrientes de Antonio Suárez, nos decía en los meses de calor, invocando el nombre de su calle y el aire tan bueno que corría cuando nos sentábamos en la terraza a chafardear.


Casas y discos

Me fui a vivir a la calle Gregorio Mayans, no para estar más cerca de Brillante, que también, sino para estar más cerca de Deplástico, la tienda de discos que regenté con mi hermana. En el número 7 de Pintor salvador Abril, teníamos discos de The Jesus & Mary Chain, Pixies, Alex Chilton, M/AR/R/S, Age Of Chance, Lydia Lunch, Foetus, The Vaselines, Pussy Galore y Walker Brothers. La gente de Pre-Textos nos encargaba discos muy chulos y allí conocí a Guillermo, que me trajo la maqueta de La Familia Manson. Remi, Fina y demás amigos se dejaban caer por la tienda y luego acabábamos todos en Brillante, la calle Pintor Salvador Abril era nuestra versión de El ángel exterminador, pero nos daba igual porque éramos dichosos oyendo la música y bebiendo. Fuimos felices allí y Valencia parecía tan joven como nosotros.

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