VALÈNCIA. Hoy, una de esas pequeñas historias. Hace más o menos un mes me topé, colgado en la galería de un compañero, una obra que me llamó la atención de inmediato. Representaba una vista, posiblemente desde alguna casa situada extramuros de la ciudad, del antiguo cauce del Turia y como fondo el característico “skyline” de la València antigua con la torre del Micalet, las de Serranos, o el Temple fácilmente distinguibles. Varias técnicas eran fácilmente detectables en una caligrafía pictórica nerviosa, segura pero también poética: tinta china, lápiz y acuarela sabiamente dispuestas sobre papel. La estética muy del medio siglo, una década gloriosa poco valorada, y su autor, Monjalés (Albaida 1932). Nadie, o muy pocos, conocen a José Soler Vidal, pero sí a Monjalés, posiblemente el último artista vivo fundador del Grupo Parpalló (hasta hace poco lo hacía también Genovés y hasta prácticamente ayer Nassio Bayarri). Exiliado en Colombia antes de su regreso a València, debido a su militancia comunista durante el franquismo, no sin pasar antes por Francia en su periplo hacia las Américas.
La obra aparecía fechada en 1957, nada menos que el año en que, precisamente, ese cauce que se mostraba amable en el dibujo, se salió de madre para inundar buena parte de la ciudad. La tristemente conocida como la riuá del 57. Lo que no sabemos es si Monjalés pinta esta obra antes o después de aquel fatídico 14 de octubre. Añadamos algo más de interés a nuestra obra: un par de días antes de su venta pasó por mi galería Jordi Mercé, amigo y excelente artista. Al ver la obra de Monjalés puso en marcha su disco duro y añadió más morbo a la pieza: el dibujo era, sin duda, un estudio previo para un óleo sobre lienzo de mayor tamaño que conserva el museo de la ciudad, institución municipal en la que trabajó como restaurador de pintura.
No me costó barato el “dichoso” dibujo, no, pero la idea de que se lo llevara otro “més valent” no me resultaba especialmente agradable. En el fondo tenía la esperanza de que, si no tenía mucho éxito, como premio por otra transacción, me lo pudiera quedar. Estuvo en el escaparate no mucho más de dos semanas sin que el vecino valenciano mostrara demasiado interés por él (lo cual, por desgracia ha dejado de sorprenderme en nuestra querida ciudad), hasta que una aburrida mañana de miércoles postfallero, entraron en la galería una pareja de extranjeros de unos sesenta años que identifiqué erróneamente como turistas. En realidad, se trataba de dos profesores de universidad norteamericanos que estaban en València por la celebración de algo de tipo académico. Preguntaron por varias piezas de cerámica y finalmente se abalanzaron sobre su presa: la obra de Monjalés. Estaba claro que iban a por ella, puesto que pude sacarles que ya habían “investigado” por la red la historia del artista, lo que les seducía especialmente. Estas historias de exilio político les pone a ciertos intelectuales anglosajones. Me preguntaron su precio, me contestaron que le darían una pensada y que, en su caso, pasarían por la tarde. Por experiencia, la sensación que me dio es que la suerte estaba echada y la llamada a mediodía confirmando una segunda cita vespertina confirmó mis presagios. El valencianísimo paisaje urbano de Monjalés del año 57 se iba lejos, lo que no pensaba es que lo hiciera tanto… aunque no por ahora.
No puede haber en Estados Unidos un lugar más lejano de València, geográfica y paisajísticamente, que el frío y húmedo Oregón, si exceptuamos el estado de Washington, allá donde acontece la serie Twin Peaks, o Alaska. Estamos en la esquina noroccidental de aquel enorme país, próximos a Canadá. Un territorio de un mar gris e inhóspito, de lagos, bosques madereros y antiguos volcanes nevados. Allá colgará de una pared una vista de València de los años 50 en Portland, sí el de los Trail Blazers, una bonita ciudad algo más pequeña que València, con un clima ventoso horrible, y con la idílica silueta nevada del monte Hood, que se levanta más de tres mil metros, una de las montañas más bellas de aquel país. Hay obras que uno aspira a que se queden entre nosotros; en este caso, como en muchos otros no ha sido así, pero pensándolo bien una vista de València en aquel territorio bañado por el Pacífico es poner una pequeña pica en Flandes. También es bueno que, ocasionalmente, el arte valenciano vuele lejos y seduzca allá donde vaya.
Lo más curioso, de esta pequeña historia, vino al final. Una vez pagado el dibujo, los nuevos propietarios me pidieron el favor (yo diría, me concedieron la gracia) de que me lo quedara en depósito durante un año hasta que volvieran de regreso a por él, puesto que, enmarcado y con cristal, no les venía bien pasearlo por el tour español que iniciaban al día siguiente. Así que me adjudicaron su usufructo durante un año. Todo un acto de confianza por parte de dos personas que no conocía y que me permitirá, al menos durante el próximo año, disfrutar de la vista de nuestro río Turia y de aquella València del año 57. Como en ocasiones comentamos entre nosotros y con nuestros clientes, una de las cosas más “dolorosas” de este oficio es la imposibilidad de quedarnos todo lo que desearíamos, pero en esta ocasión, por obra y gracia de estos amables profesores de Oregon, el amargo momento de la despedida se podrá retrasar un año.
Los Arcos de Alpuente es considerado Yacimiento Arqueológico y declarado Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento