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VALÈNCIA. La ciudad de València nació hace más de 2.000 años en una isla fluvial. Dos milenios después, la ciudad no tiene río. No tiene ni desembocadura. Sólo una franja que como una cicatriz parte en dos la metrópoli y su extrarradio, y que irónicamente se denomina como nuevo cauce. Irónicamente porque no es un cauce de un río sino un desagüe; mastodóntico, pero desagüe.
Fue en el III debate del Estado de la ciudad que el alcalde, Joan Ribó, lanzó el órdago: quería recuperar el nuevo cauce, quería que se pudiera usar, que fuera un jardín. Este martes, Ribó, acompañado del arquitecto Rafael Rivera y del concejal de Gobierno Interior y Devesa-La Albufera, Sergi Campillo, presentaron su propuesta para el nuevo cauce, una idea que hará que las palabras vuelvan a tener su significado original.
Fue Campillo quien la resumió sucintamente al final de la comparecencia: “València quiere volver a tener río”. A su lado, Ribó y Rivera, autor del estudio, asentían, y entre los presentes, los miembros del equipo del arquitecto también daban sus asenso. “Como toda ciudad con río, València ha tenido una historia de amor y odio con el Turia; recuperar nuestro río es en parte recuperar nuestra historia”, añadía Campillo.
La comparación más socorrida de lo que se quiere hacer con el nuevo cauce del Turia es la del río Besós, en Barcelona. El parque fluvial del Besòs es una zona verde que se extiende desde Montcada hasta Sant Adrià. Como se pretende con el nuevo cauce, el parque del Besòs actúa como enlace de los parques del Litoral, del Molinet, de las Aigües y Can Zam. En el caso valenciano lo que se intenta es que el nuevo cauce se convierta en el eje que una el jardín del viejo cauce con el incipiente Parque de Desembocadura y con la Albufera, el gran patrimonio natural de la ciudad.
Sin perder sus funciones prácticas de desagüe de posibles aluviones y vía de comunicación prioritaria, la intención final es humanizar la obra de ingeniería incorporándole un pequeño canal hidrológico, zonas de recreo y muros verdes de árboles en ambas márgenes, que servirán de pantallas protectoras y amortiguarán tanto el ruido como la contaminación del considerable tráfico rodado de la V-30.
El nuevo cauce tiene una longitud de cerca de 12 kilómetros, de los cuales tres están siempre cubiertos por agua de mar. Se trata de aprovechar los casi nueve kilómetros restantes, que en la actualidad sólo son un espacio baldío, donde crece la vegetación, las malas hierbas, y que apenas se usan.
Asimismo se aspira sustituir las actuales pintadas de ‘te quiero, Gordi’, ironizó Campillo, por obras de artistas que adornen los taludes y, una idea muy querida por Ribó, placas solares que aporten energía a la ciudad. El nuevo cauce será algo más que una zanja; el nuevo cauce será el nuevo Turia.
Si bien se es consciente de la afección del cambio climático, tanto Ribó como Rivera y Campillo recordaron en diversas ocasiones que las crecidas como las del 57 se dan aproximadamente cada 200 años. “Ninguna placa solar dura tanto”, apuntó Campillo. Asimismo, Rivera apuntó el detalle de que en 1957, cuando la Riada, en la ciudad de València se contabilizaban 1.000 teléfonos… fijos.
Hoy en día, en que la media de teléfonos por persona es dos, con las telecomunicaciones, alarmas, satélites, etc… se podría garantizar la seguridad con holgura. Así, desde la mesa se recordó que en la actualidad, cuando se decretan vientos o temporales se cierran los jardines por seguridad. Sería, en la práctica el mismo sistema. Sería un jardín más.
El único riesgo que se ve es que, cuando se produzca alguna de esas crecidas esporádicas, se pueda dañar “alguna señal de tráfico” o alguna pequeña instalación. Pero eso es algo, insistió Campillo, que ocurre en todas las ciudades con río. Y recordó el caso de París y del Sena, cuya última gran crecida se produjo precisamente el año pasado. Es lo que sucede cuando se tiene río, vino a decir. “Si se lleva alguna señal, que se la lleve”, bromeó Rivera.
Además de las cuestiones ecológicas, el espíritu que alimenta a este nuevo cauce, a este río renacido, es el de humanizar la relación con esta franja de geografía. Una humanización que Rivera invitó a que se extendiera a la nomenclatura, ahora plagada de letras y cifras (V-30, CV-500) por nombres que estuvieran vinculados a la historia de esa franja de terreno, como podría ser ‘el camino a la Alquería del tío Pep’. “Así podríamos mirar a los taludes con otros ojos”, agregó; “se trata de cambiar el punto de vista”.
La propuesta de estudio es una tarjeta de presentación con la que Ribó comenzará ahora una ronda de visitas que irán desde los alcaldes pedáneos y de los ayuntamientos limítrofes (Mislata, Xirivella, Quart de Poblet, Manises), hasta el Gobierno de España, pasando por la Diputación de València y la Generalitat. Asimismo se dará a conocer a la ciudadanía.
Por supuesto, habrá reuniones con la Confederación Hidrográfica del Júcar, el hueso más duro de roer, y a quien habrá que convencer para que permita que se desarrolle el proyecto. Para eso se pondrá en primer plano que la propuesta mantiene la funcionalidad hidráulica. Que el jardín cabe y el nuevo río puede ser un nuevo cauce, ahora sí, ahora de verdad.
El alcalde recordó en todo momento que se trata de un proyecto de “largo aliento”, que no se está ante una propuesta de una legislatura, ni siquiera de un único partido, sino que lo que se está poniendo sobre la mesa es un proyecto para la ciudad más allá de los estrechos márgenes de la inmediatez. Un proyecto que, señaló Ribó, puede contar con financiación europea.
“No sabemos cuánto valdrá, ni cuándo se hará”, admitió el alcalde. “No se hará enseguida. Es un proyecto de largo término. Queríamos comprobar que se podía hacer y esto lo demuestra. Sospechábamos que era posible y ahora ya lo sabemos. Los Jardines del Turia tardaron 40 años en hacerse y era suelo municipal. Pero hay que comenzar a plantar árboles”. Este martes Ribó ha presentado las semillas.