Utrecht, la ciudad universitaria por excelencia de los Países Bajos, cuarta en número de habitantes, estratégicamente situada en una posición equidistante respecto a Amsterdam, Rotterdam y La Haya, ha visto crecer su población en un 53% en las últimas dos décadas, pasando de los 233.000 habitantes a los 357.000. Siendo la metrópolis con un crecimiento más rápido de Holanda, tiene una estrategia clara para atraer a nuevas personas residentes dentro de sus límites urbanos aspirando a superar los 400.000 habitantes antes de 2025. En Suecia, Malmo, otra ciudad dinámica social y económicamente que tampoco es capital, ha crecido un 20% en el mismo periodo.
En cambio València, que vio reducida su población en la década expansiva que cerró el Siglo XX, solo ha crecido un 5% en lo que llevamos del XXI. Las políticas que abocaron a la burbuja inmobiliario curiosamente nunca fueron de la mano de un plan de futuro mínimamente serio para incrementar población. Se construyeron miles de casas sin pensar quien podría habitarlas.
En el periodo que siguió a la crisis de 2008 y después del cambio de gobierno en 2015 se dio un lógico frenazo a la construcción. Al mismo tiempo se ha ido consolidando el prejuicio de que el crecimiento poblacional equivale a la destrucción del territorio. Nos hemos conformado con quedarnos como estamos.