Opinión

Crónicas desde el purgatorio / CAPítulo I

Valencia aparta a sus ídolos de barro

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Fueron estrellas fulgurantes de la prosperidad valenciana. Apostaron por el gasto sin freno y arrastraron a la mayoría tras de ellos. Fueron políticos, banqueros y empresarios que lideraron una época que preveían interminable. Pero la crisis les pasó factura y ahora preparan su retiro alejados de los focos

VALENCIA. No ha tenido mucho acierto la Comunidad Valenciana con sus dirigentes en los últimos años, aquellos que desde desde la gestión política, la financiera y la económica y empresarial marcaron el porvenir de cinco millones de ciudadanos que en estos momentos están iniciando una dura travesía del desierto: desde la tierra de promisión que representaba la Valencia de principios de siglo hacia un destino aun incierto que podría arrastrarse a lo largo de esta segunda década...

Una estresante situación social cuyo cuyo emblema más significativo se halla representado en la figura de expresidente Francisco Camps sentado en el banquillo reclamando la justicia de sus conciudadanos. Sea cual sea la decisión del jurado, Camps pasará a la historia no como  beneficiario de "cuatro trajes" regalados sino como el presidente que introdujo a esos mismos conciudadanos en un oscuro túnel de difícil salida.

Aunque a fuer de ser sinceros, no mucho más edificante ha sido el destino del resto de los anteriores presidentes de la Generalitat. El socialista Joan Lerma no ha tenido mayor ocupación desde que perdiera el Gobierno de la Generalitat, allá en 1995, que mover los hilos de una organización que nunca ha conseguido aproximarse a su objetivo como primer partido de la oposición: configurarse en alternativa real de gobierno para no privar a la endeble democracia valenciana de la necesaria alternancia en el gobierno de la región.

Su sucesor, Eduardo Zaplana, el carismático 'molt-ho president', rescataría al pueblo valenciano de su histórico pesimismo para devolverle el orgullo como pueblo en unos de esos vaivenes del péndulo que conduce invariablemente a los valencianos como sociedad desde la depresión profunda a la euforia absoluta sin apenas matices intermedios.

Sí, devolvió el orgullo valenciano a los valencianos pero puso la semilla de un modo de gobierno que al final ha devenido en letal. El espejismo del crecimiento y el desarrollismo atrajo los sobrecostes en las grandes obras públicas, el endeudamiento excesivo para una Administración autonómica que ya daba muestras de delirios de grandeza y de sus vicios asociados, descontrol en la gestión pública, nepotismo, amiguismo y marginación de todo aquel que no comulgase con la doctrina oficial... El tiempo de Zaplana pasó y ahora entretiene su tiempo sin misión conocida a sueldo de Telefónica, departamento de versos sueltos. 

SULTANES DE LA INDUSTRIA FINANCIERA

Es cierto que el conglomerado legal que rige en España el sistema de cajas de ahorro ha concedido y permitido el control de éstas a los estamentos políticos, quienes, con su lógica habitual y de forma mayoritaria, han utilizado estas poderosas herramientas financieras en provecho político propio y en el de su casta (así está concluyendo el sistema de cajas).

Por este motivo no puede aislarse la evolución de las cajas de ahorro durante la crisis del perfil de los políticos que las han regido desde las cuotas de representación de los gobiernos autonómicos en sus órganos rectores. Y en Valencia ya tenemos una idea más o menos aproximada sobre cómo se han gobernado la asuntos económicos en los últimos años.

Pero tampoco se puede exonerar a los gestores de la cajas de ahorro valencianas y a sus órganos rectores de la responsabilidad de todo cuanto ha ocurrido. Más bien podría decirse que a los dirigentes y gestores de las dos grandes cajas valencianas les vino grande la misión. Los dos últimos presidentes tanto de Bancaja como de la CAM -De Migel y Olivas en la primera, y Crespo y Sala en la segunda- no se mostraron a la altura de las circunstancias, como tampoco lo hicieron los directores generales que trabajaron a su vera, García Checa e Izquierdo (Bancaja), López y Amorós (CAM).

De Bancaja sobrevive su presidente, José Luis Olivas, enclaustrado y aislado en su torre de marfil de Pintor Sorolla, a la espera de un desenlace cantado y acompañado de su último director general, Aurelio Izquierdo, ubicado en una extraña tierra de nadie en espera de destino. Durante la edad de oro, ambos fueron lo máximo en Bancaja y... en el Banco de Valencia. Ahora practicamente solo les espera el retiro.

En todo caso, al menos lograron salvar los muebles: Bancaja ha sido subsumida en un grupo financiero, Bankia, que aun no ha finalizado su travesía y que en mayor o menor medida, siempre contará con algún valenciano en su consejo -como lo está ahora Paco Pons-, puede que con escasa voz, pero siempre con voto.

En Alicante han ido peor las cosas. La grotesca singladura de la CAM en sus últimos dos años, mil veces glosada -les ahorro repeticiones- acabó como el rosario de la aurora. Es decir, con el escarnio nacional, los interventores del Banco de España dentro de casa, la subasta pública de sus activos y la posterior entrega a precio de saldo al Banco Sabadell (oh, el denostado capitalismo catalán...). Roberto López, otrora virrey de Alicante, devino en directivo manirroto que se autoconcedió a si mismo y a sus colaboradores, suculentas y para muchos inmerecidas indeminizaciones.

Una ‘película' -de miedo- similar a la ‘rodada' en el escenario del Banco de Valencia, con Domingo Parra en el papel 'estelar' y los miembros de su consejo de administración en el de secundarios. Una década prodigiosa de negocios y rentabilidades sin fin que acabaría como lo que el viento se llevó: Parra en la calle, el Frob en el banco y los desconsolados consejeros y accionistas esperando que alguien les devuelva la cartera que les sisaron cuando miraban hacia otra parte.

EL SEGUNDO ESCALÓN

Apartados de sus responsabilidades los primeros espadas de la dirección política y económicofinanciera de los últimos años, no está de más echar un vistazo rápido a un segundo nivel de dirigentes colaboradores necesarios en el triste desenlace final. Por ejemplo, los consellers de Economía, Hacienda e Industria de los últimos años, Gerardo Camps, Vicente Rambla, Belén Juste, Miguel Peralta y Fernando Castelló. La mayoría deambula por pasillos y moquetas -salvo Rambla, que acaba de integrarse en el bufete Cuatrecasas pero sin dejar el escaño- en busca de no se sabe muy bien qué.

Especialmente destacable el caso de Gerardo Camps, de quien todo el mundo glosaba su "excelente preparación y conocimientos para el puesto" pero bajo cuyo mandato se produjo la suicida paralización de una Administración autonómica necesitada de acciones urgentes de salvamento. Durante su etapa en Economía y Hacienda se consumaría la pérdida del sistema financiero y del control de la deuda pública. Confiado en algún nombramiento dentro del nuevo gobierno Rajoy, G. Camps no parece contar de momento en los planes de ninguna agenda oficial.

El catálogo de dirigentes desafortunados, cómplices, víctimas o simples compañeros de viaje de los anteriores se extiende por las organizaciones empresariales, camerales y sindicales, ayuntamientos y diputaciones, intituciones y entidades generosamente regadas con caudales públicos cuya gestión en demasiadas ocasiones ha sido oportunista y alejada del interés general. No son más perjudiciales, sin embargo, las corruptelas y errores generales cometidos en la Administración de la Comunitat, que la falta de confianza vertida sobre su magullada imagen exterior.

La memoria colectiva practicamente ha amortizado a la mayoría de ellos, más preocupada por el difícil presente y el aún más imprevisible futuro. Se acaba el tiempo de la vista atrás y comienza el tiempo de coger al destino por los cuernos. Para ello se necesita otro mimbre de dirigentes, duros y correosos, con voluntad y determinación para darlo todo. ¿Existen?

EL CONSELLER MÁXIMO

De la firmeza y precisión sin contemplaciones que demuestren ahora los nuevos dirigentes de la Comunitat, Fabra a la cabeza, depende que la recuperación sea solo cuestión de ciclos o que el deterioro de las condiciones de vida para millones de valencianos perdure más allá de lo que los ciudadanos puedan merecer y tolerar.

La renuncia de Enrique Verdeguer a seguir pilotando una reforma del sector público empresarial de la Generalitat a contra corriente de la resistencia y zancadillas recibidas durante sus siete meses al frente de  Economía e Industria oscurecen un tanto el panorama de lo que se puede y se debe hacer para empezar a cambiar. No todos en el Partido Popular y en la Administración autonómica asumen que son parte importante del problema. O les importa un bledo.

El desembarco en Economía del head hunter Máximo Buch, un ingeniero experto en riesgos y talentos pero novato en la cosa pública, reabre de nuevo la esperanza hacia unos cambios que no pueden esperar más. A ver qué pasa. Suerte, "Max".

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