València

EL CALLEJERO

Carmen lleva 40 años rodeada por 500 tipos de whisky

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VALÈNCIA. El Negresco tiene una luz bonita. En los rincones reina una penumbra bajo una luz amarilla muy ténue que ayuda a crear espacio sugerentes. La barra, en cambio, irradia. La barra es el sol de este pequeño universo creado en 1985, hace 40 años, por los hermanos Ferrer. El mayor, Juan, ahora se dedica a los vinos, y el Negresco, el pub inglés que hay al lado del hospital Consuelo, lo regenta Carmen Ferrer con Eduardo, su marido. Allí siempre suena buena música. Aunque, claro, qué es la buena música. Aquel es un sitio añejo donde se cuidan los detalles. Buenas copas servidas con ciencia y mimo sobre la vieja barra de madera de mobila.

Aquello es el paraíso del whisky. No hay otro lugar en España con tantas referencias: más de 500. Carmen ha cruzado al otro lado de la barra para contar su historia mientras da pequeños sorbos a unos pocos centilitros de la botella de Laphroaig Quarter Cast que Eduardo ha vertido en una especie de probeta cubierta por una tapa de cristal. Es un whisky de Malta destilado en Islay, una de las islas Hébridas, en Escocia. Primero mete la nariz para inspirar su aroma y después pide que lo olamos porque asegura, y es verdad, que parece que suban los efluvios de un acantilado.

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Carmen tiene 57 años y nunca se ha movido de la calle Jerónimo Muñoz, cerca de Patraix. La hija de un trabajador del Banco Popular y una ama de casa se crio allí y luego se metió a trabajar, siendo una adolescente, con solo 17 años, en el pub que montó su hermano cuando decidió que estaba harto de la supuesta seguridad y buena vida en Hacienda. Este joven se había traído muchas botellas de whisky de sus viajes y eligió empezar a venderlo en un concepto de pub que entonces no existía en València, el pub inglés.

Juan, al principio, era muy estricto y en su pub solo permitía que sonara música jazz en discos de vinilo. Carmen empezó con él y se quedó atrapada allí para siempre. El Negresco entonces estaba encajonado por el muro que separaba la acera de las vías del ‘trenet’. De aquello solo queda la marquesina metálica que hay en el parque de enfrente y que seguía la curva de una las vías que pasaban por allí. Al lado tenían El Chopo, una casa de comidas que se hizo famosa porque había un árbol en medio del comedor, y en la esquina, la Droguería Muñoz, donde ahora hay un restaurante que ha respetado la fachada original y la cartelería de aquel negocio.

El nombre de un hotel

La propietaria del Negresco estudió para ser higienista dental, aunque ella soñaba con ser artista. “Pero traspasaban el negocio que había aquí, que era un bar de poca monta con futbolines, el Jerónimo’s, y mi hermano Juan se lo quedó porque le encantaban los pubs ingleses. Él tenía la colección de whisky en casa. Me dijo la idea y me vine a trabajar con él con 17 ó 18 años. A mis padres les pareció fatal, sobre todo porque mi hermano estaba ya colocado y se lo dejó. Conmigo no echaron cuentas porque venían todos los días a cuidarme”.

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Los hermanos hicieron una larga lista con posibles nombres y al final se decantaron por el Negresco, el histórico hotel que hay en el Paseo de los Ingleses de Niza. “En la familia somos muy cinéfilos y el hotel sale en ‘Atrapa a un ladrón’, la película de Alfred Hitchcock protagonizada por Cary Grant y Grace Kelly”. Al principio les visitaban muchas parejas clandestinas, de amantes, porque el muro aislaba un poco, pero también lo frecuentaban los médicos del hospital que contaban sus operaciones mientras degustaban un buen escocés. “En aquella época aún estaba permitido fumar y el pub era una nube de humo”.

 

Sus padres, Juan y Rosario, iban casi a diario a echar una mano. Ya murieron y su hermano montó otro negocio. “Así que yo me quedé atrapada y atrapé a Eduardo”. Su marido es un cubano que vino a España a finales de los 90 y que va sacando fotos antiguas. Eduardo llegó sin tener ni idea de whisky y le tocó convertirse en experto. Ellos se conocieron en un pub, en otro pub, por la zona de Cánovas. Al principio abrían todos los días y aguantaban el horario. Muchas noches se les hacía de día, a las seis o las siete, cuando los permisos eran mucho más laxos. “Esto era increíble: todos los días había gente”.

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Las primeras décadas llegaron a tener más de 700 referencias de whisky. La colección bajó ostensiblemente durante la crisis del ladrillo, a partir de 2008. Ahí tuvieron que vender para sacar algo de liquidez. El whisky se revaloriza y una botella de Macallan 18 años de 1979 Gran Reserva que vendieron por mil euros ahora tiene un precio que supera los 10.000. “Ahora le gente invierte en whisky”, informa Eduardo, hoy ya todo un entendido en la materia.

 

El Negresco ya es casi un museo del whisky. Nadie consulta los cientos de marcas para elegir qué trago tomar. La pareja explica también que muy pocos camareros saben servir el whisky correctamente, que no debe ir con hielo sino con unas gotas de agua. “Ese agua, que debe ser de calidad, y a ser posible del mismo manantial que usa la destilería, abre el whisky y debe formar el 10% de lo servido”. Sus botellas proceden fundamentalmente de Escocia, Japón, Estados Unidos o Irlanda. Pero también tienen otras de lugares como la India o Nepal. “Pero son muy malos”, dice Carmen haciendo cara de asco. Ella lo prefiere de Escocia o de Japón y cuenta la historia del creador del whisky de Suntory, un japonés que se marchó a Escocia a aprender el oficio y regresó para montar un imperio.

Berlanga, Tormo, Pablo López…

Carmen comenta que sus clientes pueden pedir que les abran cualquier botella y que, antiguamente, cuando se acababan una, le regalaban el envase. Ahora ya no: hasta la botella vacía se cotiza alto. “Aquí viene gente a tomar apuntes”, explican. Los dos recuerdan que la crisis les hizo mucho daño porque tenían muchos clientes que vivían de la construcción. Muchos iban a beber whisky caro y a fumarse un buen habano.

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Tantos años llevan que por su barra han pasado tres generaciones. Los clientes habituales aprecian también mucho la cuidada selección musical, casi siempre acompañada por el vídeo del grupo, muchos de ellos rarezas que no se ven en otra parte y que ha encontrado previamente Eduardo después de muchas horas de investigación. En una esquina, al lado de la entrada, se forma un coqueto recoveco que tienen acordonado para que no pase nadie. Es el lugar que tienen reservado para el cliente amigo que llega y no encuentra una mesa. “Es la zona VIP”, bromea Carmen.

 

Al fondo, billar y dardos. La mesa se la hicieron a medida en Billares Cuevas porque no cabía una con las medidas estándar. Hace años les dio por tapar el billar y organizar unas cenas gastronómicas a las que se hizo asiduo el mismísimo Luis García Berlanga. El genial director de cine, que falleció en 2010, apreciaba mucho aquel pub en el que se podía “estar dos años degustando un whisky distinto cada día” y, encima, escuchando a Louis Armstrong o Billie Holiday.

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Carmen también se acuerda de las visitas de Ricardo Tormo -doble campeón del mundo de motociclismo que murió en 1998- y rememora las noches que pasaba en Negresco. “Era un loco de las motos. Se podía tirar toda una noche dibujando un motor en una pequeña libreta y jugando al billar”. Ahora, lustros después, lamenta no haberse hecho ninguna foto con él ni haber guardado alguno de aquellos bocetos. “También han pasado por allí muchos músicos, como Pablo López o Carlos Tarque. A Pablo le cerramos el local para él porque le sigue mucha gente que quiere entrar para estar a su lado”.

 

Cuarenta años en el tajo la han convertido en ave nocturna. A las tres y media cierran, luego recogen y al llegar a casa se ponen una película antigua. Se duermen pasadas las cinco y a las diez ya está de pie. “Pero la siesta no la perdono”, puntualiza. Hubo una época peor, cuando tuvieron que criar a su hijo, Leo, que ya tiene más de 20. El chico es ingeniero informático y sus padres no han querido que trabaje en el pub. “Yo me quedé atrapada aquí y no quiero que a él le pase lo mismo”. Esa decisión tiene un precio: el Negresco desaparecerá en diez años. “Da pena que esto se pierda, pero es lo que hay. Aunque hay unos clientes de 30 años que están interesados en seguir con esto. Yo me jubilaría ya mismo. Hace años que estoy cansada de estar aquí. No tienes vida social”.

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De fondo suena algo de música soul y las anécdotas siguen fluyendo bajo esa luz mágica del Negresco. Los dos recuerdan una partida épica de dardos en la que unos clientes se jugaron un vaso de Macallan 1946 de 52 años. A 300 euros el trago de nueve centilitros que Eduardo mide previamente en unos vasitos de cobre. Luego sale Carmen con una caja con decenas de recetas de cócteles manuscritas: El Tigre, Tequila Sunrise, el Elliot Ness…Por todas partes está el dibujo que es la marca del Negresco, un dibujo con la figura de Ray Charles sacado de un disco de la Motown. O la carpeta con las notas de las catas de whisky con el precio en pesetas. Por las paredes, fotografías de Charlie Parker o del Rat Pack, el grupo que se creó alrededor de Frank Sinatra con cantantes como Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop.

 

El gusto por lo elegante. Como beber whisky. “Aquí tenemos un dicho: prohibido bebérselo como John Wayne, de un trago”. Y entonces explican que primero se hace una cata olfativa y luego se degusta sorbo a sorbo. Un ‘bluesman’ canta mientras sacan más y más botellas de whisky. Una sin destilar, otra que viene de la destilería más alta de Escocia: Dalwhinnie, en las Highlands. Una colección infinita. El paraíso del whisky.

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