Saltamos las olas y el fuego de nuestra pequeña hoguera. La Nit de Sant Joan ha sido este año muy especial en las playas de Castelló y, al día siguiente, en las calles de Morella. Hemos quemado todo aquello que estorba, que sobra y que duele, para arder y renacer. Se trata de una profunda catarsis, de purificar, de purgar emociones que aprisionan y colapsan el aire que respiramos. Así ha sido la noche más corta del año en estos rincones del pequeño país mediterráneo. Compartiendo con personas queridas y, también, con mis tres pequeños.
Morella amaneció el sábado con las macetas alineadas en la Costa de Sant Joan, plantas que se roban de balcones y que se trasladan a esa vía de infinitas escaleras de piedra. Antiguamente se sustraían para ser regaladas a las jóvenes. Además, por la noche se celebró la verbena y torrà de San Juan y toda la ciudad fue un estallido de fiesta.
Mi vecina ha visitado Morella. Desde los años noventa no había regresado a la ciudad amurallada. Para ella este fin de semana ha sido un tiempo cargado de emociones y belleza. Cada paso andado era un descubrimiento, un suspiro y una alegría. Morella ha cambiado radicalmente en estas últimas décadas, se ha modernizado sin perder su esencia, ha ido evolucionando con armonía, generando una autoestima ciudadana de gran valor. La pequeña gran ciudad de Els Ports se ha ido convirtiendo en un prolongado abrazo que guarda los sueños de un pueblo, trabajando firmemente por su futuro.
Hemos compartido comidas morellanas con un calor inusual, en ese pico en exceso del mercurio, con la ausencia de brisas de montaña. Hemos jugado con mis pequeños, con sus carcajadas encadenadas, persiguiéndoles mientras ellos galopaban sin freno sobre los adoquines de La Plaça. Hemos gozado de la amistad y la estima. Mi vecina ha conocido a Montse y a Toni, a Mary, a Laura y los dinosaurios, a María José, sorprendida de que Castell de Cabres tenga una alcaldesa tan vitalista. También ha coincidido con Francesca Bartolomé, de La Vall d’Uixò, ha descubierto el vermut y les papes de Canyero, a Olga y a Mari, también a Marilén.
Y mientras hemos recorrido las calles morellanas mi vecina me advierte: esa mujer que acaba de pasar es Carme Riera, la escritora. Y mira, detrás va mi admirada Nieves Concostrina y, también, la escritora Elena Moya, el periodista y escritor Paco Cerdà junto a la escritora y profesora Purificación Mascarell… Mi vecina no entendía nada, parecía levitar entre emociones. Tras sosegarla y liberarme del apretón de su mano en mi brazo, le conté que Morella es un torrencial de actividades. Este fin de semana se ha celebrado el II Festival Literario de Morella que ha reunido a grandes profesionales. Un punto de encuentro desde la cultura, para convivir con las palabras y estimarlas.
No hemos tenido tiempo de disfrutar de este Festival porque tan solo hemos estado unas veinte horas, muy ajetreadas, en Morella. Pero ayer sí que asistimos a escuchar a la actriz Eulalia Ramón, viuda del genial Carlos Saura, junto al escritor y cineasta Luis Alegre. Le dije que esto es Morella, pura vida.
La terraza del Hotel Rey Don Jaime, nos acogió ayer domingo y seguimos compartiendo encuentros con mi gente querida, amigas y amigos, vecinas y vecinos que se añoran. Morella estaba bonita, porque la vida es bonita, recuperando la maravillosa frase que el estimado periodista morellano Josep Martí Gómez le dijera a uno de sus nietos cuando le preguntó, unos días antes de su muerte, en qué pensaba.
Y, sí, la vida es bonita, a pesar de quienes pretenden enturbiar y confundir. Hoy, se constituye el nuevo parlamento autonómico, en un grave contexto de pérdida de libertades, en un país valenciano que había recuperado la dignidad y el prestigio tras largos y oscuros años de corrupción. La derecha y su ultraderecha han pactado el futuro de esta autonomía, privándonos, de entrada, de derechos fundamentales, generando crispación y confrontación social.
Pero, no olvidemos, la vida es bonita. Buena semana. Buena suerte.