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tribuna libre / OPINIÓN

La necesidad de lo irreal

23/02/2024 - 

Creo que ya es hora. Quizá haya sido un poco el miedo, un poco el qué-caro-está-el-papel, un ahora-nadie-lee o a-veces-cuesta-tanto-juntar-más-de-mil-palabras-con-sentido. En cualquier caso, ya es hora. Todos merecemos un manifiesto. Uno serio, uno de esos que la gente rememora, que se imprimen y se leen todos los años sin necesidad de que haya excusa. Queremos uno de los de verdad, uno de esos que reciben muchas críticas y aplausos, que te empujan al abismo de manera inexorable, que te elevan sobre cimas que asumías imposibles, verbos sin dolor, palabras que encadenan, caminos transitados donde apenas horas antes se extendía barro y sangre.

Hace este año cien que André Breton publicaba en París el conocido como Manifiesto surrealista, en realidad llamado Manifiesto del surrealismo y que posteriormente se rebautizó como Primer manifiesto del surrealismo para distinguirlo del segundo que fue publicado unos años más tarde por Breton y Paul Éluard. En realidad, el primero de los manifiestos no era tal porque venía precedido de uno que había sido publicado dos semanas antes, otro Manifiesto del surrealismo que vio la luz en la revista Surréalisme, dirigida a la sazón por Yvan Goll. Todo muy Magritte, todo muy Ceci n’est pas une pipe.

Dice André en las diez primeras líneas que "tanto va la fe a la vida, a lo que en la vida hay de más precario -me refiero a la vida real-, que finalmente esa fe se pierde. El hombre, soñador impenitente, cada día más descontento de su suerte, da vueltas fatigosamente alrededor de los objetos que se ha visto obligado a usar y que le han proporcionado su indolencia o su esfuerzo; casi siempre su esfuerzo, ya que se ha resignado a trabajar o, por lo menos, no se ha negado a tentar su suerte (¡lo que él llama su suerte!)". ¡Cuánta luz en unas pocas líneas! ¡Cuán atemporal y universal! ¡Cuán dichoso y cuán certero! ¿Quién ha osado componer algo tan contundente desde entonces? Dau al Set creó una revista igual que Lars von Trier, Vinterberg y otros decidieron una suerte de decálogo llamado Dogma 95. Mucha expectativa de inmortalidad y poco texto. Lo contrario que el Manifiesto de Breton. Y es que André era un poeta. Además de un tipo inteligente, autoritario y divo.

El texto de 1924 defendía y confirmaba el adiós a la razón, la llegada de una nueva voluntad más subconsciente, la victoria de los sueños porque en ellos hay verdad, las palabras sin sentido, el desorden espontáneo, la estulticia como emblema de lo opuesto a lo social, se blandía el argumento del élan como propósito de vida, se incitaba a la revuelta ante el entorno apático del ilustrado, se imaginada un mundo más real por irreal y más agudo por certero, más abrupto, más canino -como expuso Lanthimos en su película premiada-, más de amor desaforado, más de sangre redentora y de escupir sobre la nada, más sincero e impulsivo, de colores, de arrebato, de mensajes en la espuma y de mirada contumaz.

"El surrealismo es el rayo invisible que nos permitirá un día triunfar sobre nuestros adversarios. […] Este verano las rosas son azules, la madera es vidrio. La tierra envuelta en su verdor me impresiona tan poco como un aparecido. Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte". Un gran NO a la convención, la defensa de lo ignoto.

En el año 1924 fallecían también dos figuras prominentes del primer cuarto de siglo XX, Woodrow Wilson y Vladimir Ilich Uliánov. No sé si será asimismo necesario que fenezcan dos tipos de tal envergadura este año para que en octubre -aproximadamente- surja un Manifiesto de los buenos, uno como el de Breton. No sé si es que ya no hay personajes de ese calibre o es más bien -creo yo que va a ser esto- que no hay nadie que se atreva a enumerar sus voluntades y principios por escrito. Que es temor a la necesidad de serle fiel a tu certeza, ese miedo a que la realidad supere tus expectativas. Nunca estuvo tan ligada la verdad a la indiferencia. Nunca fue tan necesario que estuviera unida a la felicidad. Nos merecemos tanto un buen manifiesto. 

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