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vicente garcía cervera / museo pedralba 2000

«Ya no tengo el sentimiento del galerista; ahora soy coleccionista»

MARGA FERRER

Represaliado por el franquismo, ingeniero industrial que no ejerció y, finalmente, coleccionista. Ahora, el Museo de Pedralba 2000 es casi una biografía artística del galerista que modernizó València

| 09/10/2021 | 13 min, 19 seg

VALÈNCIA.- Hay poblaciones que siempre tienen ese «sabor y olor» a pueblo y entre su limitada oferta turística esconden sorpresas, tal como le sucede a Pedralba, ubicada en la comarca de la Serranía, cuyas aguas del río Turia y campos de cultivo custodian —quizá sin saberlo— una inmensa colección de arte moderno contemporáneo español e internacional, en una casona típica de labranza de una estrecha calle donde un portón de madera da pase a una larga e interesante historia de arte y cultura. Dos placas laterales al portón número 37 de la calle Bugarra despiertan la curiosidad de quien pasa por ahí y, con sorpresa —o curiosidad— descubre la Casa Museo Pedralba 2000, un recinto de familia, cuyo origen se remonta a la famosa galería valenciana Val i 30.

Su director y propietario, Vicente García Cervera, abre las puertas del museo a Plaza para compartir su historia de vida en torno al arte —casi cincuenta años de galerista— que empezó a escribir desde que era muy joven, cuando por andar en revueltas estudiantiles en contra de la dictadura fue a dar a la cárcel. Ahora, a sus 87 años de edad repasa anécdotas, vivencias y experiencias como galerista que fue, como coleccionista que es, incluso como escritor, ya que ha publicado varios libros. Pero su satisfacción y orgullo son sus galerías Val i 30 y Ambiente Cero, que contribuyeron a solidificar nombres de varias generaciones de artistas, pertenecientes a diferentes corrientes vanguardistas del arte español contemporáneo.

García Cervera ha sido un mecenas para muchos artistas. Creyó en su arte y lo impulsó a través de Val i 30, que son los orígenes de la Casa Museo. De 1966 a 2011, firmas como Eusebio Sempere, Manuel Hernández Mompó, Antoni Tàpies, Manolo Millares, Juan Genovés, Antonio Saura, Artur Heras y Rafael Armengol, por citar algunos, expusieron sus obras en ambas galerías, que incluso simultáneamente llegaron a estar activas entre 1990 y 1995. La primera en la calle Almirante y la segunda en la calle Aluders, justo en el singular edificio de La Gallera que, en el siglo XIX, se utilizó como recinto para peleas de gallos.

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¿Y por qué el cambio de Almirante a Aluders? «Había llegado un punto económico de la primera galería que hacía necesaria una perspectiva más vendible que la que tenía», explica García Cervera en su oficina del museo, rodeado de estanterías que guardan la trayectoria de sus galerías. «Habíamos hecho ya todos los grandes nombres de la pintura española: Millares, Miró, Saura, Tàpies, Mompó; todos pasaron por la calle Almirante, ante lo cual teníamos que explorar el mercado internacional y necesitábamos otra sede, una que tuviera poder de convicción para atraer a un gran artista extranjero». Entonces abre Ambiente Cero, en un momento de apogeo breve, porque llegaron las crisis económicas del 90 y 93 con las guerras del petróleo en Oriente Medio y se vino una decadencia mundial. El sector del arte se vio afectado y la galería no soportó los altos gastos, cerró y solo quedó Val i 30.

En 2011 volvió la inestabilidad al mercado y en la galería no se vendía casi nada. Decide cerrar, pero dignamente, porque «cuando uno está acostumbrado a trabajar en cierto nivel, cuando uno es arquitecto y se pone a trabajar de peón, le viene muy mal» —expresa—. «El arte que podías hacer en esas circunstancias donde no hay ventas, era un arte menor. Y yo estaba haciendo un arte menor cuando ya había hecho nombres. No podía bajarme a hacer otra cosa y mejor me retiré en silencio, sin poner mi vida en couché, como hacen otros».

¿Pero es importante el local para atraer a un artista? «Sí lo es porque denota poderío económico. El artista lo que quiere detrás de la exposición es peso económico de la galería, pensando que quizá esta se arriesgue a comprarle una o varias obras», explica el coleccionista. De hecho él solía comprar alguna obra al pintor de turno para darle confianza, que acudiera a la exposición de sus obras y que no tuviese ningún reparo en hablar bien de la galería, porque «el artista vive para el arte, pero no vive del arte; vive de vender su arte y para venderlo necesita un escaparate, un gestor, un relaciones públicas».

¿Cómo llegó al arte?

García Cervera nació en Pedralba, pueblo al que le tomó «querencia» cuando de niño veraneaba en casa de unos tíos. Esta costumbre lo enraizó a la tierra y a la familia. En la Universitat de València estudió ingeniería industrial, pero nunca ejerció porque su cabeza estaba más en el arte surrealista que en el dibujo industrial. Entró a la cárcel a los veinticinco años por unirse a grupos de estudiantes subversivos que estaban en contra del sistema. De hecho, fue de los primeros jóvenes valencianos que participó en una lucha antifranquista, formando parte de la agrupación «socialista universitaria», a cuyos miembros detuvieron en 1959.

Fue juzgado en Madrid por un consejo de guerra que lo envió a la Antigua Cárcel Modelo de València a cumplir condena. Luego lo trasladaron a África, donde hizo una subcondena realizando su servicio militar durante dieciséis meses, dado que por sus estudios universitarios no lo había hecho y tenía una prórroga militar. Cuando regresó a València retomó estudios y contacto con gente del mundo del arte y la filosofía, además de sus antiguos compañeros políticos. Esto lo llevó a relacionarse con pintores. Empezó a participar en tertulias de carácter literario y artístico, «menos político, porque cuando has estado en la cárcel, estás ya muy señalado».

De esas tertulias surgió la idea de crear una galería de arte moderno y le propusieron gestionarla. Así nace el primer espacio de arte contemporáneo en el cap i casal en la calle Escolano número 20, donde había una tienda de filatelia, cuyo propietario facilitó el sótano para acondicionarla. Ahí empezó su trabajo como galerista, contactando con artistas en Madrid y Barcelona. El sitio permaneció abierto un año pero no se vendía nada. ¡Ni él tenía un sueldo! Se cerró y entonces decidió montar su propia galería: Val i 30.

¿Para ser galerista hay que tener dinero? «Si yo hubiese tenido dinero, habría retenido todas las obras que han pasado por mis manos, y han pasado miles de millones (de euros); pero todas las he tenido que vender, porque ese es el proceso», aclara el entrevistado. De hecho comparte una anécdota. Ya llevaba tiempo de novio con su actual esposa, Lola Giménez Espinosa, pero no habían podido casarse. Gracias a una exposición que montó con obra del pintor naíf Vicente Pérez Bueno (Guadalajara 1887 – Valencia 1963), que adquirió íntegra una persona, pudo casarse en 1968 con el dinero de la venta. 

Empezó el tiempo de bonanza y los viajes a diferentes ciudades para contactar con galerías y artistas. Incluso participaron en varias ediciones de la feria de arte contemporáneo más importante del mundo, la Art Basel, en Basilea (Suiza); pero dejaron de ir porque no vendían nada: «El arte español no se vendía o, por lo menos, el nuestro». El último año presentaron una serie de cuadros de Equipo Crónica, que hoy en día tendrían un valor de millón o millón doscientos mil euros, pero en ese entonces no se vendió ni uno. Luego asistieron a ferias en España, Italia, Holanda, incluso en Estados Unidos, donde compró arte en sitios como Sotheby's,  Christie's. «Era una época en que todo era dinero y comprabas donde fuera. Por eso retomo lo que dije al principio, que cuando trabajas a nivel arquitecto, bajar a nivel albañil no lo puedes soportar». Esto orilló al galerista a tomar la decisión de irse a Pedralba y crear un museo con su colección personal.

El museo, pasillos de arte

Si algo reconoce el entrevistado es haber sido autodidacta en el ámbito del arte. «Yo no sabía absolutamente nada», expresa. En sus inicios no tenía referentes de profesión en València, porque su galería fue la única durante varios años. Pero en Madrid aprendió de una grande, la galerista Juana Mordó (Salónica, Grecia 1899 – Madrid 1984), una marchante de arte que en su galería tenía producción artística de toda España, excepto catalana. «Con ella tuve una relación de hijo a madre». Cuenta que este contacto le permitió aprender a valorar obras, a tratar a un cliente, a un artista, incluso a ganar dinero o a perderlo.

Cuando el visitante entra por primera vez a la Casa Museo, se sorprende de lo que ve a su paso: pasillos angostos de cuyas paredes penden cuadros en formato grande de diferentes técnicas, estilos y tendencias, así como esculturas de gran volumen colocadas en pedestales. La colección consta de 230 obras de firmas como Eva Mus, Antonio Gadea, Juan de Ribera Berenguer, Manolo Valdés, Manolo Páez, Pepe Yagües y Equipo Crónica, así como artistas de talla internacional como el estadounidense Fritz Sholder, el cubano Lázaro García y el italiano Claudio Olivieri, por mencionar algunos.

«el artista vive para el arte, pero no vive del arte; vive de vender su arte y para venderlo necesita un escaparate»

La casa la alquiló en1973, como «desahogo semanal» para sus dos hijos que vivían en València. En 1984 la compró y años después hizo reformas y construcción, dejando un museo de tres plantas, cuyo recorrido se da en forma de 'u' y remata en un pintoresco jardín decorado con plantas naturales y vigas y paredes pintadas por él y su esposa, con diversos motivos. Así que donde alguna vez hubo un gallinero, se convirtió en su oficina; donde se guardaban las cosechas de la labranza, se le dio forma de sala expositiva y, donde hubo huerto, se construyeron plantas con pasillos, de tal manera que teniendo pocos metros cuadrados tuviese muchos metros lineales de pared. El museo se inauguró en 1991 y, nunca mejor dicho, «se echó la casa por la ventana» con banda de música, invitados especiales y ciudadanos de Pedralba. «Aunque era una época muy mala, en ese momento de inauguración, creo que si me dan la vuelta a los dos bolsillos del pantalón, no me encuentran ni una peseta. No tenía más que deudas en ese entonces», recuerda el coleccionista, dado que había adquirido mucha obra de artistas de renombre, mismas que tuvo que devolver.

«Al principio pensamos vender porque las podíamos sostener, pero luego decidimos que no y las obras nos las quedamos», comenta García Cervera sobre la colección de obras que alberga el museo.

Además tiene claro que un día dejó de ser galerista para convertirse en coleccionista: «Ya no tengo el sentimiento del galerista; este compra, pero nunca hace suya la pieza, y el coleccionista adquiere o conserva por gusto. Además, estas actividades son incompatibles. Yo ahora soy coleccionista, por eso no vendo», pero se califica como «galerista de estudio», porque solía visitar el espacio del pintor para conocer su trabajo y su entorno. «He perdido miles de horas ahí, pero las he ganado también porque he aprendido cómo se pinta, cuál es el problema de la pintura, dónde tropieza uno, dónde acierta y he tenido que emitir centenares de juicios, y el 98 % desfavorables. Sé que duele mucho, pero esta ha sido mi profesión», concluye. 

Ya no compra ni acepta obra en depósito o en alguna otra condición. «Quiero disponer de lo que tengo. Mis hijos que lo continúen si les parece y que sea suyo y nada más», afirma. Al ser un espacio cultural privado, el museo responde ante su propietario, que es la familia, y no tiene beneficios ni pérdidas. Todo lo asume la familia, así falte o sobre dinero. Tiene un horario de apertura, solo sábados y domingos de 12:00 a 14:00 y de 17:00 a 19:00 horas y su costo es simbólico «porque si no se pone un precio la gente no aprecia».

En su trayectoria museística ha ofrecido talleres didácticos para adultos y escolares que entre semana llegaban en autobuses procedentes de Alicante, Castellón y Valencia, acompañados por maestros. Penosamente este programa se terminó cuando un expresidente de la Diputación quitó ayudas extraescolares y las canalizó a acciones con personas mayores. De estas actividades se encargaban sus hijos, Vicente y Lola, quienes eran los monitores, ya que tenían la experiencia de haber trabajado con él en las dos galerías. 

El escritor

Además de coleccionista, García Cervera es escritor; nunca le dio por pintar alguna obra, pero sí por escribir. De niño, entre once y doce años, escribía historias que le surgían luego de leer las aventuras de El Coyote, mítico personaje del oeste americano creado por el novelista José Mallorquí Figuerola. De universitario el mundo surrealista le llevó a escribir poesía, ensayo, novela, teatro. Ahora trabaja en una novela sobre las memorias de un soldado en acción, en recuerdo de su estancia en África, además de tener otras en proceso.

En 1985 ganó el Premio Nacional de La Sonrisa Vertical, de narrativa erótica, con la novela Las cartas de Saguia-el-Hanra Tánger, que fue polémica por su lenguaje duro y por abordar el tema de la homosexualidad en personas mayores. El galardón se lo entregaron el cineasta Luis García Berlanga y el actor Fernando Fernán Gómez. Ha publicado alrededor de diez libros, entre novela de ficción, ensayo y teatro, con obras de tragedias clásicas escritas en versos alejandrinos.

«para mí, todo lo que he hecho han sido aciertos, desde haber estado en la cárcel hasta haberme metido en el arte»

«Me ha podido un poco la imaginación, creo. Me ha hecho cometer errores y al mismo tiempo, cuando haces trabajar mucho la imaginación, esta es muy resuelta, muy atrevida y todo lo ve llano. El realista todo lo ve difícil, el imaginario todo lo ve fácil. La imaginación nos lleva muchas veces a cometer errores, pero de estos no me acuerdo. Para mí, todo lo que he hecho han sido aciertos, desde haber estado en la cárcel hasta haberme metido en el arte», señala.

No suele visitar galería ni exposiciones. «El arte que se hace ahora no me interesa en absoluto. El que llaman arte moderno, nuevo, de la instalación, del concepto, el minimalista, no me interesa», afirma contundente. «Profesionalmente me quedé en la abstracción y la gran neofiguración». Y es que para este coleccionista, el mundo del arte puso punto final cuando cerró su galería y proyectó su museo con otro concepto. 

* Esta artículo fue publicado originalmente en el número 84 (octubre 2021) de la revista Plaza

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