¿Por qué beber vinos naturales?

Séneca

“Todo es paciencia y tiempo. La uva es poesía en sí misma. El brillo de su piel, el dulzor de su pulpa, cómo sentir su pepita crujiente. El vino es como un cuadro sin pintura”.

| 29/02/2024 | 4 min, 17 seg

Era la primera vez para el Aprendiz. Llegar al atardecer a la viña y en pleno anochecer experimentar la sensación de la vendimia. Las uvas, brillantes, esperaban el cuidadoso corte en la coyuntura de su íntimo destino. El Aprendiz se consideraba a sí mismo un discípulo del tiempo, sus días de espera llegaban a su fin, iba a conseguir la meta de su fortuna. Había llegado la hora, la finalidad de tantos años de calma, el sacrificio de sus días y noches de desvelo. El respeto que sentía por las plantas y la naturaleza le provocaban un intrínseco entusiasmo, un alentador aliciente. Era su primera vendimia y solo pretendía continuar el camino de la más sublime de las enseñanzas.

El Capataz le esperaba.

El Capataz era un hombre de cuero. Era duro, sobrio, serio, oscuro. Causaba temor entre sus colegas, resquemor entre los señoritos, adoración entre la gente corriente. Llevaba a sus espaldas medio siglo trabajando entre viñedos, nunca sabía cuál sería su última añada, pero estaba seguro de que cuando ésta llegara, le abordaría fuera del camastro. Las arrugas de su frente denotaban el cansancio acumulado, las eternas horas de sacrificio. Sus fuerzas no eran las de antaño y aunque su ilusión había permanecido intacta, notaba que su vista ya no era tan nítida. Le llegaban los mareos y a veces creía que la respiración le iba a abandonar para siempre. Era un anciano que había envejecido sin que la vida le diera un descanso ni un respiro. Le abordaba un sentimiento de tristeza y melancolía que solo era aplacado por la llegada de ese niño con su inocente mirada.

Un día, decidió llamar al Sabio.

El Sabio había permanecido años recluido en la montaña. De alguna forma, aquel terrible suceso le hizo perder toda la ilusión por el mundo del vino y todo lo que le rodeaba. Él había conocido los vinos de verdad, esos turbios, desiguales según la añada. Vibrantes vinos que chispeaban en los inicios y se redondeaban con los años. Vinos con sus propios colores, con sus oxidaciones naturales, con el crecimiento normal de un ser vivo. El Sabio nunca se enfadaba, estaba siempre tranquilo. Era un niño desde que salía el sol hasta que se acostaba. Era paciente, nunca tenía prisa. Era curioso, transparente, no le daba miedo equivocarse, siempre parecía como un hombre-niño. Sentía amor hacia todo el mundo, se perdonaba a sí mismo y perdonaba a los demás.

“Sabio, me han dicho que es usted mi guía, mi maestro”. “Aprendiz, admiro tu humildad y tu deseo, pero sin querer ser una decepción, yo no soy maestro, solo soy otro aprendiz como tú, trato de nutrirme de lo que me rodea”.

El Capataz quedó quieto ante la cepa. Derramó una lágrima. El sufrimiento de una vida entera. Recordó sus inicios, su ennegrecida piel deslizaba gotas del ayer. Se sintió frágil, reservado. Siguió su marcha como si nada sucediera, aunque sus dos compañeros habían sentido desde dentro su tristeza y sus recuerdos.

“Capataz, este racimo está tocando el suelo, ¿debemos recogerlo?

“La reflexión de cada momento es muy importante, debes guiarte por tu instinto, tu inexperiencia debe ser balanceada por tu ilusión, por tu intuición. Y siempre por tu amor”.

Ante la caída del sol, encendieron la candela y el Sabio susurró:

“Una vez hubo un poeta viticultor. Era cordobés. Él me dijo que si quieres que tu secreto sea guardado, has de guardarlo para ti mismo. Que, contra la ira, solo cabe la dilación. Que la armonía de este mundo está formada por la natural aglomeración de las discordancias. Que no hay más calma que la engendrada por la emoción. Que el valor es el más ambicioso de los peligros. Que el único bien que existe en el mal es la vergüenza de haberlo hecho. Afirmaba que no será pobre el que se sujeta en la naturaleza, que más dañosa la abundancia que viene de la gran codicia. Que lo de raíz se aprende, nunca se olvida. Que no hay mayor causa para llorar que no poder hacerlo. Que el sabio no castiga por venganza de lo pasado, sino por remediar lo venidero. Que no existe ningún gran genio sin un toque de demencia. Que el único consuelo que hay en las grandes desgracias es que no pueda venir otra mayor. Que mucha parte de la verdad está por descubrir. Que debe esperarse la muerte que la naturaleza ordena”.

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Soy viticultor y elaborador de vinos naturales: sin aditivos. No tengo internet¿Radical?

@misteriosanlucar

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