VALÈNCIA. Mucha música y muchas óperas sonaron juntas el jueves en Les Arts. Porque en el dramma per música titulado L’incoronazione di Poppea, última de las 15 óperas de Claudio Monteverdi, se disponen implícita y explícitamente las bases de todas la óperas que conocemos y que conocerán nuestros hijos y nietos. Sí; Monteverdi era un avanzado a su tiempo. Un moderno. Un genio. Y aunque solo se conservan 3 óperas del total de su producción, es suficiente para saber que consiguió indicar en ellas dónde estaba el futuro.
Como tantos otros autores, escribió las óperas más avanzadas de su tiempo. Sólo que él fue el primero. Abra la primera página de la enciclopedia de ópera de su librería, y allí estará explicado cómo puso las bases decididamente sobre los dramas musicados: la música no solo está para acompañar el texto, sino que es el verdadero vehículo para la expresión de los sentimientos. Y para ello, el de Cremona introdujo un cuerpo continuo musical donde establecer la simbiosis necesaria entre texto y música. Amen.
A la edad de 75 años, el autor necesitó ayuda de alumnos y colegas para terminar la construcción de L’incoronazione di Poppea. De ahí su forma algo desencajada basada en el recitativo hacia el aria y el dúo, y que destaca por el uso de la polifonía derivada de los madrigales y la música sacra. El aporte de un texto serio y de profundidad, no exento de momentos de comicidad, dota de gran cohesión dramática a la pieza. De forma realista, con valentía, los autores ponen sobre el tapete ciertas realidades sociales cercanas a las bajas pasiones, y apuntan a la filosofía para la reflexión.
Es un acierto traer a Monteverdi. Aunque sea muy complicado de producir hoy en día, 400 años después, hay que hacerlo. Y Les Arts lo ha hecho. Y con solvencia, gracias a confiar en un especialista como es el director argentino Leonardo García Alarcón, y su conjunto de 12 instrumentistas, Capella Mediterranea, que encandiló al público de la sala Martín i Soler, que no se llenó pero que dedicó encendidas ovaciones al final de la sesión. El director bailó y cabeceó, como forma de ejercer una dirección sin batuta, nada sutil pero muy efectiva, de manera casi personalizada hacia sus músicos.
Pero lo más destacable, sin duda es su análisis musical histórico, y el trabajo serio de enfoque. García Alarcón ha resuelto la presentación musical de la obra reduciendo pasajes, -cosa que se agradece por su duración-, y ha determinado la naturaleza y asignación de los instrumentos historicistas, para conseguir una orquestación excelente, con riqueza tímbrica y textural, ajustada al carácter de los pasajes, e incidiendo inteligentemente en la plasmación de los complejos personajes. Con ello ayuda a una lectura realista, y logra menguar el efecto de monotonía del estilo musical renacentista hacia el barroco. Así ha creado su propia versión, que sin distorsionar, aporta.
Lástima de la regia fallida de Ted Huffman, tan moderna y estática como escasa en imaginación, que no aportó y sí distorsionó. Un cilindro de Damocles amenazó en la constante práctica el totum revolutum, de aquí somos todos varias cosas, y todos vemos todo, igual estemos en la parada del bus, o desperdigados por la única sala. Mucha ropa interior, poca elegancia, caricias a dos y a tres, precioso desnudo, y …demasiada ocurrencia banal, y demasiado guiño a la nada.
Teatralmente, salvaron los trastos la propia música, -que concita los momentos de mayor conexión-, y los propios cantantes, todos jóvenes y profesionales, muchos de ellos pertenecientes al Centro de Perfeccionamiento de la casa, que antes tenía el honor de llevar el nombre del gran Plácido Domingo. Así, hay que destacar en la parte positiva los momentos de fuego erótico, la muerte de Seneca, y el acertado movimiento actoral.
Nicolò Balducci fue un Nerone convincente sobre las tablas. Su voz es de timbre áspero, casi hiriente, lo que le va al pelo para el depravado personaje, alcanzando una buena proyección de su voz demasiado plana y falta de sofistificación. Sorprendió, junto a Jacquelyn Stucker, Poppea, por su facilidad para acometer su canto tan cerca del amado, y comiendo, y bebiendo y besando ardorosamente. La soprano hizo un canto tranquilo y pasional, exhibiendo su gusto por las notas largas y los filados.
Bien en lo teatral, fue delicioso el duo final con su amado. Allí operó a lo grande la opción instrumental tan exquisita elegida por García Alarcón, dejando para la repetición solas a las teorbas acompañando la primera estrofa. Chapeau.
Defendió Alex Rosen el papel de Seneca con voz de mucha prestancia, y buenas maneras sobre las tablas. Es bajo de graves bien timbrados y buen volumen, e hizo un canto franco hasta la sobrecogedora escena de su muerte. Triunfó Joel Williams, en sus 4 papeles, 4. Y triunfó porque, incluso con los ridículos ropajes, se mostró como un professional de oficio a pesar de su juventud. Le faltará refinar, y relajar ciertas durezas, pero es capaz de cantar aspirados unos pianos de lujo, con buen control del fiato, buen volumen y buena proyección para una expression sincera, como en su Il giorno femminil.
Con buen estilo, gran gusto canoro y pletórico de musicalidad se mostró Alberto Miguélez Rouco, que abordó un Ottone, sin cuerpo y sin encontrar su sitio en la escena. Fue justamente condenado al destierro. Pero no por su falta de expresividad, sino, por prestarse a portar los vestidos que lució. Tanto Mariana Sofía como Rosa Dávila acertaron en sus dobles papeles, pues son ya dos cantantes solventes. La primera destacó por su perfecta dicción, su bravura, y su canto expansivo; y la segunda por su ternura y su buena colocación.
Pilar Garrido, trajo su amor envuelto en su pequeña y gustosa voz exenta de graves y afilada en exceso, que compensó con una prestancia teatral magnífica. Jorge Franco, en su triple papel, dió muestras de su saber hacer, con voz bien proyectada atacó bien los agudos, y ejecutó notablemente los momentos coloratura. Maximiliano Spósito y Carlos Reinoso, cumplieron con sus papeles. Son voces limpias y jóvenes, pero ya con buen oficio y tablas.
Algunos expertos aseguran que el extraordinario dúo final de los protagonistas Pur ti miro, pur ti godo, -momento melismático de pura delicadeza-, no es original del autor de la obra. Pero no importa. Si es así, está bien traído, porque es una joya que ha relucido hasta ahora, y ha sido fuente de tantos compositores. Solo esos 4 minutos gloriosos justifican acercarse a la primera música, a la primera ópera, donde está todo.
Así que si quiere usted saber cómo empezó este invento de la ópera, pase cuanto antes por Les Arts, porque es una buena ocasión para comprender a Mozart, a Bellini, a Verdi, y a otros sabios más modernos, que no quitaron nunca sus ojos de Monteverdi mientras construyeron su partituras.
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía,11 de mayo de 2023
Ópera, L’incoronazione di Poppea
Música, Claudio Monteverdi
Libreto, Giovanni Francesco Busenello
Dirección musical, Leonardo García Alarcón
Director de escena, Ted Huffman
Orquesta Capella Mediterranea
Nicolò Balducci, Nerone. Jacquelyn Stucker, Poppea
Alex Rosen, Seneca. Joel Williams, Arnalta/nodriza I/nodriza II/familiar I
Alberto Miguélez Rouco, Ottone. Mariana Sofía, Ottavia/Virtù
Rosa Dávila, Fortuna/Drusilla. Pilar Garrido, Amore/valetto
Jorge Franco, Lucano/soldado I/familiar II
Maximiliano Spósito, Liberto/soldado II. Carlos Reinoso, Littore/familiar III
El programa incluye el exigente ‘Concierto para piano’ de Ravel y su imprescindible ‘La Valse’ junto con el poema sinfónico ‘Le Chasseur maudit’ de Franck