CRÍTICA

Andrè Schuen, el oscuro caballero de los Alpes, muestra en Les Arts su lied elegante y natural

3/04/2023 - 
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía. 1/4/2023
Die schöne Magelone
Música, Johannes Brahms
Texto, Ludwig Tieck 
Andrè Schuen, barítono
Daniel Heide, pianista

VALÈNCIA. Siguen pasando por el Palau de Les Arts grandes cantantes líricos del momento, lo cual es un absoluto lujo para el público valenciano, y además a unos precios realmente atractivos. Lástima, sin embargo, que se les traiga exclusivamente para el canto del lied, género más específico y sin tanto tirón que el operístico. Eso explica que la sala grande del coliseo del Jardín del Turia esté en esos recitales habitualmente medio vacía, -como sucedió ayer-, cuando podría y debería estar a rebosar. Y es que debe ser muy complicado organizar también recitales para arias de ópera, para llenar la sala, y para colmar el gusto generalizado.

Ya sucedió con la carismática mezzo norteamericana Joyce DiDonato, y después con los grandes Goerne, Bernheim, Oropesa, Orlinski, y Rebeka. Y por supuesto, con Pape y Yoncheva, etc... Todos grandes del canto, y todo el público a la espera de poder escucharlos en su verdadera salsa, es decir en las arias de ópera, que algunos introducen con cuentagotas y calzador, -y como pidiendo permiso-, al final de sus actuaciones camerísticas, fuera de programa. Una pena.

Quien también ya pisa los mejores teatros del mundo a pesar de su juventud, es el tirolés Andrè Schuen, que comienza a destacar en títulos operísticos como Eugene Onegin, Las bodas de Figaro, Don Giovanni, Così fan tutte, sueña con acometer Tannhäuser, y es hoy por hoy reconocido especialista en el campo del lied, y seguidor de la escuela de grandes cantantes como el propio Goerne, Prey, y Fischer-Dieskau

A ellos admira a buen seguro Schuen, y sigue sus pasos. Como Brahms decía de su admirado Beethoven: “Nunca comprenderá usted lo que sentimos los músicos cuando oímos detrás de nosotros el paso de un gigante como Ludwig van Beethoven”. ¡Cúantos detalles de esos grandes barítonos dejó ayer en el Reina Sofía el italiano!, quien de la mano del pianista acompañante Daniel Heide, ofreció un recital de altura para gran disfrute de los melómanos, y lógicamente, en especial para los amantes del lied romántico. 

La bella Magelone

Eligió el barítono una obra en forma de ciclo narrativo del alemán Johannes Brahms, demostrando poder materializar de manera inteligente y con sobriedad refinada ese lied de aventura dramática que construye el discípulo de Robert Shumann.

Die schöne Magelone supone la incursión más decidida de Brahms en el mundo lied. La obra consiste en una narración literaria basada en una leyenda medieval caballeresca sobre los amores del conde Pedro de Provenza, y Magelone, hija del príncipe de Nápoles, -historia muy atractiva para varios escritores como Lope de Vega-, y que dejó aquí para la historia el dramaturgo romántico alemán Ludwig Tieck. En esa narración, interpola el autor 15 romances a modo de imágenes líricas, dibujando los diversos estados emocionales de los protagonistas. A falta de narrador y sus textos explicativos de la trama, el público del Palau se conformó con las 15 piezas musicada y cantadas, en las que Brahms evoca muchos géneros, desde la rapsodia hasta la canción de cuna, en una partitura de verdadera exuberancia del romanticismo.

No es muy frecuente escuchar esta obra, y menos aún en manos de dos grandes músicos como son Schuen, y su inseparable especialista al piano en el acompañamiento Daniel Heide, quien hizo un trabajo homogéneo, sabiendo no por ello, trazar cada momento del Magelone con la impronta distinta que cada pieza requiere, en traducción de una partitura tan orquestal como moderna, y de tesitura cómoda y tranquila para el cantante.

Andrè Schuen es un barítono con aire de joven cantante despeinado, que compagina con una elegancia personal indiscutible, acorde con su disposición introvertida, pero respetuosa y profesional. Así, su canto es también elegante y natural, y su voz de timbre oscuro como su porte, brilla al aire como sus zapatos de charol. Su voz franca de producción fácil, fluye sin tensión alguna, y es de buen impacto, homogéneo timbre, y llegada fría.

Con graves bien armados, es Andrè Schuen barítono lírico de voz permanentemente bien compactada en la maschera. Con todo ello, su color homogéneo, quizá sea su característica principal y su gran virtud; pero quizá también sea lo que puede llegar a comprometer su canto si no hay matiz. Dejó por ello ayer un aire de cierta monotonía en su acento seco, a pesar de la posibilidad que brindan los romances descriptivos y aventureros de Brahms, que no deben resolverse sin intimidad e interioridad, pero tampoco exentos de cierto temperamento que, -al igual que a Heide-, el barítono dejó en el camerino, para hacer un lied con expresión controlada.

Su canto, con todo ello, fue de gran altura, destacando la importancia que otorga a la palabra y a su perfecta dicción, para su conexión con el sonido procedente del piano, como en el juego de octavas en el Liebe kam aus fernen Landen, y en el canto al amor que supone el allegro So willst du des Armen, dicho por Schuen con uniforme y controlada escala de grises. 

El barítono prosiguió con su lección magistral de canto demostrando un perfecto control del fiato, y magnífica afinación. Su voz timbrada y penumbrosa llega como una flecha, porque se produce sin interferencias, yendo directa a los resonadores que la proyectaron vibrante hacia el espectador y hacia el trencadís. 

Canto elegante y natural

El caballero oscuro de los Alpes, Andrè Schuen, dominó la escena. Y tranquilo y cómodo, expuso su canto controlado de línea cuidada y homogénea en la anhelante War es dir donde el protagonista encuentra en la muerte la propia vida. Pura poesía la de Tieck, al igual que en Wir müssen uns trennen, hasta la sonrisa de la mañana. Libres, seguros, y vivos resolvió sus agudos, en un canto aspirado e inteligente con utilización magistral de registros de pecho y cabeza en perfecta transición, y con resonancia unívoca arriba.

Las aventuras de Pedro de Provenza, y su amada Magelone las cantó del tirón y sin apoyo de partitura. Schuen, interrumpido a veces por inoportunos aplausos, paseó por la sala su squillo broncíneo, pero no mostró ni una sonrisa, ni una mueca, ni un abrazo, ni un suspiro. Dueño y señor de la situación, y resolvió en el realce de la esencia del canto romántico basado en una técnica robusta, que le permite dominar pianos y ejecutar medias voces tan fáciles como los plenos forte para el Wie froh und frisch que mira al futuro.

El final feliz de la historia no fue suficiente. Los protagonistas quisieron dar más. Y entonces fue cuando regalaron al público dos sutilezas más conocidas. Morgen! de Strauss, y la Canción de cuna del propio Brahms, dichas de nuevo por ambos con profunda y oscura belleza tímbrica, para rematar un espectáculo de primer orden.

Demasiadas butacas libres una vez más en el Reina Sofía, a pesar de ser la sede de un magnífico espectáculo; específico, pero extraordinario, para el disfrute de melómanos, y verdadero festín para los amantes del lied; un lied sin artificios, tan elegante y natural como el de Andrè Schuen

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