EL MURO / OPINIÓN

Apunten

Tenemos televisión autonómica. Todo ha cambiado tanto que las antiguas fórmulas han quedado bastante obsoletas. Ganar espectadores es un reto ante una audiencia fragmentada o ausente

17/06/2018 - 

Recuerdo a un antiguo conseller de la Generalitat Valenciana, todavía activo en la vida política, que pregonaba su evangelio con gran frenesí. Su objetivo, dijo al llegar al cargo, era convertir la extinta Radio Televisión Valencia (RTVV) en vivero de un nuevo star-system, esto es, Canal 9 iba a ser impulsor de nuevas caras, creadores, vivero de una auténtica identidad cultural, motor de un denominado sector audiovisual global, aún desconocido como tal, pero siempre atento a las subvenciones.

Pocos años después, Canal 9 iba a negro con un agujero de 1.200 millones de euros, un saqueo feroz y convertido en caladero de colocación. Cada nuevo presidente que llegaba al Palau de la Generalitat duplicaba su plantilla hasta convertir el ente en un ser insostenible.

Ni star-system, ni motor de la economía audiovisual, ni nada de nada. Canal 9 terminó desdibujada en una televisión más que no ofrecía un servicio público sino que acabó en manos de productoras amigas y externas, de periodistas amigos y externos, de absoluto control informativo que repetía los argumentarios que cada mañana salían de la sede del partido en el poder y se repetían hasta verse convertidos en verdad única. Lo demás era lo de menos.

En su momento, fui testigo amargo de una disputa anónima entre un maestro y un grupo de jubilados que discutían por el reparto del agua o su carencia en nuestra autonomía. Casi llegan a las manos. El profesor partió de un discurso racional y sereno. Los jubilados repetían el argumentario político convertido en arma de Gobierno, en verdad única, como bien instruyó McLuhan para la aldea global: el medio es el mensaje. Aquella experiencia fue muy desagradable. Pura confrontación en la que alma, cuerpo y razón aristotélica estaba desintegrada. No había lógica posible. Ellos repetían continuamente que viéramos Canal 9 para conocer la verdad y así ser conscientes de nuestra ignorancia. Estaban absolutamente desatados y manipulados por el medio. No hacían más que repetir el mensaje.

Este pasado domingo Á punt, la nueva televisión autonómica, volvía a las pantallas. Han pasado cinco años. Todo ha cambiado: el panorama informativo, los discursos, los modelos de comunicación, la crisis de la prensa, el reparto mediático, la absoluta fragmentación de la audiencia o la existencia de nuevas autopistas y modos de comunicación. Las nuevas generaciones ya no se comunican ni informan desde los canales tradicionales. Es más, ni siquiera les interesan. Ven la televisión desde sus portátiles y prefieren los canales de series de pago o la televisión a la carta en idiomas originales. Es su idea de globalización. Les da igual el queda bien. Eso es parroquial, entienden. Tampoco lo es esta sociedad que ha visto cómo su realidad se ha desmoronado. No se fía. No quiere otra mirada al ombligo. Cree que existe mucha más vida que atender.

Ese domingo fui de los que estuvo al tanto de las primeras horas de emisión. Fui el único en casa. Lo planteé como test familiar y generacional.

Sin entrar a valorar detalles sobre contenidos, aciertos, caras viejas, nuevas, repetición de formas o fórmulas, métodos y ortodoxia o novedades sí recordé lo mucho que algunos pelearon en su día por una televisión pública deteriorada por la acción política y hasta desprestigiada tras su cierre. También lo que otros tantos callaron con alevosía sobre lo que sucedía a su alrededor y hoy nos quieren dictar neo doctrina. Hoy esa complicidad se ha enfriado. Es una evidencia.

Sí, ha pasado un lustro. No es momento aún de aplaudir -sí, la llegada- o cuestionar contenidos y parrillas, que llegará. Sin embargo, frente a la pantalla hubo determinados aspectos que devolvieron a un pasado reciente, como si la inercia aún actuara como pareja de baile y nos devolviera al principio del fin.

Sí creo en la necesidad de una televisión pública autóctona, si eso significa realmente proximidad, pluralidad, modernidad, actualización y sinceridad, pero nunca partidismo. Supongo que ese deseo será difícil de cumplir. Las viejas formas no se olvidan con facilidad, aunque algunos sean quijotes y crean que la decepción es sólo un estado de ánimo pasajero.

Así que, espero que Á punt sea realmente capaz de conseguir con el tiempo, a muy largo plazo, un star- system de caras nuevas, un nuevo modelo de comunicación, un sistema productivo que relance al sector audiovisual, actoral y periodístico, pero no agujero de reparto gubernamental o complacencia de subvención entre amigos. Simplemente espero que genere nuevos equipos de profesionales, acerque nuestra realidad y mantenga la honestidad y el rigor como principios básicos. Otra decepción sería un desastre. Ya nadie dará otra tregua. Hay muchos intereses en juego. Más de lo mismo o de los mismos sólo puede significar error si responde a cuotas de poder. De ser así, pocos se sentirán identificados.

Espero que el nuevo Consejo de Administración de la Corporación de Medios no actúe a partir de ahora como politburó de reparto estadístico por muchos observatorios manejables que se creen en torno a él. Y también deseo que la nueva televisión no recupere vicios de repartos territoriales y/o políticos/amigos, que es lo que lógicamente muchos creen que se avecina.

También reclamo que su lucha por la audiencia no vulgarice sus contenidos, como hacen las televisiones comerciales e incluso públicas para ganar audiencia rápida y fácil. Que exista reparto en función de la calidad y la originalidad: criterios objetivos. Pero, sobre todo, quiero que comience a pensar cómo ir ganando espectadores, porque la audiencia hace mucho tiempo que se fue y borró de la memoria su pasado más reciente. Recuperarla será lo complicado si no se hace desde la más absoluta rigurosidad. Cinco años vistos desde nuestra realidad actual es una eternidad.

Pero eso sí, darnos de nuevo en las dos mejillas ya no forma parte de un impulso anímico. Demasiados excombatientes caídos en el campo de batalla.

PD. Màxim Huerta era el pin pan pun al que me refería hace apenas unos días del nuevo Gobierno. Así ha sido. Esto de ser moderno o inesperado en las decisiones lleva a estos bancales. Ha hecho bien en irse. No tenía otra. Pero esta historia nos deja una lección mayor: ratificar la bisoñez de nuestro Presidente. Un error excesivamente tempranero. No le gustaba mucho el deporte pero ha salido corriendo.

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