VALENCIA. Tres de diciembre de mil novecientos setenta y seis. Dos coches avanzan en mitad del bullicio de Kingston, Jamaica. En su interior hay ocho hombres y no menos armas. Decir hombres es mucho decir teniendo en cuenta que varios de ellos entraron recientemente en la adolescencia. Los vehículos se aproximan a una finca en el 56 de Hope Road. El atasco -el típico atasco de los barrios altos de la ciudad-, parece querer revestir la escena de un mayor dramatismo, demorar lo que tiene que suceder, lo que va a suceder en cuestión de minutos. Varios de los chicos se impacientan. Los han tenido encerrados entre cuatro paredes muy estrechas hasta que casi han perdido el juicio por el síndrome de abstinencia y el cansancio. Ahora son perros rabiosos con las narices blancas y los ojos desorbitados, perros sarnosos de arrabal que marchan para cazar a un león.
En el 56 de Hope Road el Cantante ensaya con su banda. La casa se ha convertido en el corazón espiritual y mediático de la ciudad. En dos días se celebrará el concierto Smile Jamaica que debe servir para calmar los ánimos antes de las elecciones. Kingston es una olla a presión que expulsa sangre en lugar de vapor y aun así el orificio de salida se está taponando y todo está a punto de saltar por los aires. El PNP (People's National Party) busca revalidar su gobierno frente a un JLP (Jamaica Labour Party) que ansía llegar al poder. Unos y otros tienen sus feudos en el gueto, feudos enfrentados que tratan ahora de destruirse entre sí mucho más rápido de lo que ya lo hacían ante lo inminente de los comicios. Hay muchos intereses en juego, muchas ambiciones, mucho dinero y mucho poder. Los pobres seguirán siendo pobres, las montañas de basura de las Garbagelands seguirán creciendo, el reflejo de correr o ponerse a cubierto ante la más mínima detonación seguirá instalado en lo más profundo de todos los habitantes de las chabolas de zinc; el país seguirá hundido, pero para algunos, estas elecciones son una gran oportunidad.
Como en todas las historias, en esta también hay influencias. A cierta compañía de cierta potencia extranjera no le ha hecho ni pizca de gracia la amistad del PNP con Castro ni sus reformas izquierdistas, por lo que ha desplazado hasta allá a algunos de sus agentes para que tomen cartas en el asunto. Hay un cantante bastante molesto cuya fama mundial y su buenismo rastafari ponen en peligro el orden. No lo dice públicamente pero parece que apoya de forma secreta al PNP. Si no lo hace, tanto da, corren el riesgo de que forme su propio partido, y chico, eso no puede ser. Por eso ahora hay dos coches que han salido del atasco tomando el camino de entrada al número 56 de Hope Road, de donde salen las notas de algunas de las canciones que sonarán dentro de dos días en el National Heroes Park. Las armas están sobre el regazo. Las puertas se abren. Rita Marley es la primera en verlos bajar, la primera en recibir el impacto de una bala que salió de la tierra de las oportunidades, atravesó toda la miseria de Jamaica y acabó alojada en su cabeza.
“If it no go so, it go near so”. Si no fue así, anda muy cerca. Con este refrán jamaicano arranca Breve historia de siete asesinatos, la espectacular novela del también jamaicano Marlon James (Kingston, 1970) que le ha servido para alzarse con el prestigioso Man Booker Prize en su edición de 2015. Publicado por Malpaso y con más de un kilo de peso distribuido en ochocientas irresistibles y eléctricas páginas, el libro gira en torno al ataque que sufrió Bob Marley en su propia casa, asaltada por siete pistoleros que finalmente no lograron acabar con su vida, aunque sí le hirieron -a él, a su mujer y a su manager-, lo cual no impidió que subiese al escenario dos días después para cantar por la paz. Muy poco se sabe sobre este asalto, pero por supuesto, hay sospechas. Marley era un personaje demasiado carismático, un icono viviente capaz de decantar unas elecciones a un lado o a otro que además conocía bien de cerca a algunos de los capos que gobernaban los barrios de chabolas de Kingston, afiliados a los partidos que se disputaban el poder.
Ante la falta de información precisa al respecto de unos hechos de mayor magnitud de la que podría parecer, James hace uso de la ficción para acercarse a la verdad en una obra de estructura coral en la que la historia la cuentan pistoleros, gángsters, agentes de la CIA, un periodista de la Rolling Stone e incluso un fantasma. Escrita de un modo brillante y con un ritmo implacable que impide cerrar el libro y descansar, cuenta además con una dificultad que primero ha superado el autor, y luego, sus traductores: la de trasladar los diferentes idiomas y registros que se hablaban en la isla, desde el inglés jamaicano hasta el patois jamaiquino, pasando por los distintos tipos de inglés de los extranjeros. La traducción de Breve historia de siete asesinatos es una hazaña que debe reconocerse porque afecta tanto al relato que de haberse hecho mal, o incluso solo bien, lo habría convertido en un texto grotesco e ilegible. Pero afortunadamente la pericia de los escritores Javier Calvo y Wendy Guerra nos ha permitido disfrutar de la historia mediante una adaptación muy hábil.
“No es casualidad que las historias del gueto no vengan nunca con fotos. Los arrabales del Tercer Mundo son pesadillas que desafían tanto la fe como los datos empíricos, incluso los que tienes delante de las narices. Visiones del infierno que se retuercen sobre sí mismas y bailan al ritmo de su propia banda sonora. Aquí no se aplican las reglas normales”. La miseria, el sufrimiento, la violencia y la muerte nos acompañan de principio a fin en la lectura de la novela de James, junto a una capa de humor negro que se superpone a todo y aligera la historia, un humor propio de la resignación o de la costumbre que hace menos asfixiante la presencia constante de la parca, “porque la muerte es el monstruo que más miedo da en el mundo, más miedo que nada de lo que tú pudieras soñar de vejigo, y lo sientes como si fuera un demonio que va tragándote despacito”.