VALÈNCIA. El comandante Jacques-Yves Cousteau se encuentra entre los iconos atemporales que, como Charles
Chaplin, Alfred
Hitchcock y el señor Houlot, pueden invocarse con tan solo unos trazos. El recuerdo de su nariz aguileña, el cuerpo enjuto y la cabeza canosa, coronada por el sempiterno gorro de lana rojo, está ligado al descubrimiento del fondo del mar a través de sus series y sus películas documentales por parte de no pocas generaciones.
El director Wes Anderson se encontraba entre aquellas criaturas fascinadas por el científico francés y su buque de investigación Calypso. Así, en 2004 conjugó visualmente la magia que derrochó a sus ojos infantiles la exploración del mundo submarino en una película, Life Aquatic, donde Bill Murray interpretaba a un sosias de su héroe de la niñez y el director de fotografía Robert Yeoman emulaba las grabaciones de su serie divulgativa.
El visionario conservacionista ya alertó sobre el calentamiento del mar y la vulnerabilidad del planeta hace más de medio siglo. Ganó la Palma de Oro en Cannes, publicó 50 libros y su invención del aqualung, un aparato de respiración submarina autónoma, expandió las posibilidades del buceo y de la fotografía bajo el agua. Pero tras la cara amable del activista de los océanos también hubo un marido y un padre ausente, un prospector para las compañías petrolíferas en la explotación del Golfo Pérsico y un arquitecto de asentamientos humanos bajo el mar que hubieran requerido el uso de excavadoras que arrasaran con los ecosistemas.
Una extraño para las nuevas generaciones
Dos décadas después de su muerte, la directora Liz Garbus, responsable del retrato audiovisual de figuras plagadas de claroscuros como Bobby Fischer, Nina Simone y Marilyn Monroe, se sumerge en la vida del aventurero para descubrir a una personalidad igualmente compleja.
“Su perfil no es hagiografía ni resumen, sino más bien una mirada matizada a sus pasiones, logros, puntos flacos y tragedias”, alaba el programador de la sección de documentales del Festival de Toronto, Thom Powers, donde Becoming Cousteau ha tenido su estreno mundial.
Para trabar un minucioso recorrido por su vida personal y sus logros profesionales, la realizadora ha buceado en 550 horas de material de archivo y 100 de diarios en audio del piloto reconvertido en submarinista, así como de entrevistas y observaciones de sus colaboradores y miembros de la tripulación.
“A los jóvenes de hoy les puedes resulta difícil maginar lo revolucionario que fue ver, cada semana durante la década de los setenta, todas las criaturas submarinas que filmó Cousteau. La generación actual ha crecido con series documentales de televisión sobre la naturaleza que resaltan las maravillas del océano y dan por sentado que estos programas siempre han estado ahí, pero se necesitó una gran mente, una tremenda valentía y un espíritu pionero, y hoy estamos rodeados de imágenes y de tecnología que existen gracias a él. Al final del día, el futuro de nuestra especie y la supervivencia de grandes extensiones de biodiversidad en el planeta dependerán de la innovación tras la estela de Cousteau”, valora la directora, nominada en dos ocasiones al Óscar y ganadora de un Emmy.
El oficial naval también se condecoró en la industria del cine. Su película El mundo del silencio, codirigida junto a Louis Malle, le procuró en 1956 el mayor reconocimiento en Cannes y el Óscar al mejor documental.
El autor de Ascensor para el cadalso (1958), Atlantic City (1980) y Adiós, muchachos (1987) elogia a Cousteau durante el metraje: “Era un inventor, un marinero y un científico, pero sobre todo, un cineasta. Conozco a muchos directores a los que les gustaría tener su visión”.
A la proyección en el festival de la Costa Azul acudió Picasso. Aquella noche le regaló un pedazo de coral negro que aseguraba la viuda del pintor, Jacqueline Roque, acarició, hasta el último momento, en el lecho de muerte.
El John Ford del océano
En esa época, Cousteau y su equipo ignoraba el daño que hacían al dinamitar el mar para que los peces subieran a la superficie y así disponer de mejores tomas. Tampoco le dieron demasiada importancia al sufrimiento animal en una secuencia en la que pescan y golpean hasta la muerte a una cría de tiburón y por la que más adelante, el científico se disculparía.
Con el tiempo y la observación, adquirió una conciencia ecológica que le hizo revisar su pasado. “Me siento responsable, culpable, estamos firmando cheques en blanco contra el futuro de nuestros hijos”, recoge sus palabras el documental producido por National Geographic.
El militar francés soñaba con ser el John Ford o el John Huston del océano. De aquella aspiración surgieron dos series inolvidables, Mundo submarino y Odisea, y un propósito vital.
“Mis películas no son solo sobre peces, sino sobre el destino de la humanidad”, clamaba el activista, que en 1974 forjó su propia ONG, la Sociedad Cousteau, cuya actividad ha sido fundamental para el establecimiento de áreas protegidas para especies en peligro de extinción.
Ya octogenario, continuó con su batalla ecologista. En 1991, propició un acuerdo histórico entre los Estados Unidos y otras 26 naciones para prohibir la extracción mineral en la Antártida durante 50 años. Un año después, ayudó a hacerse realidad la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, también conocida como Cumbre de la Tierra.
El documental también desvela el largo tiempo que le tomó a Cousteau reconocer los traumas y el dolor que causó entre sus seres querido. “Soy un mal marido, un mal padre y negligente con mis amigos. Pero no hay mala intención”, reconoce en la voz del actor Vincent Cassel, quien le dobla en la lectura de sus diarios.
Su primera esposa, Simone, dedicó su vida a apoyarle en sus misiones a bordo del Calypso. Sus dos hijos compartidos, Philippe y Jean-Michel, pasaron sus años de formación entre el internado y el barco. En la recta final de su vida mantuvo una relación paralela con otra mujer, Francine, con la que tuvo otros dos hijos, Diane y Pierre-Yves, y a la que desposó, para estupor de su entorno, sólo un año después de la muerte por cáncer de Simone.
“De alguna manera, Cousteau fue un ambientalista accidental. Tomó dinero de las compañías petroleras y trazó mapas de ubicaciones de perforación submarina, él y su equipo mataron a algunas de las criaturas que encontraron y empujó los límites de seguridad para su equipo en un esfuerzo por llegar más profundo, más lejos, durante más tiempo. Tuvo una vida familiar compleja, que dejó una estela de problemas para muchos que lo amaban. Pero siento que al contar las historias de nuestros héroes a partir de una exploración honesta les hace a ellos, y a nosotros, un mayor servicio. Si tienes defectos, como todos los tenemos, y puedes cambiar, adaptarte, volverte mejor, siempre habrá esperanza para el resto de nosotros y para nuestro planeta", considera Garbus.