VALÈNCIA.-Como el vino que madura lentamente a la espera de su mejor momento, Burdeos ha aguardado ese instante durante décadas, quizás demasiadas. Pero la capital de la Gironde (Región de Aquitania), una suerte de bella durmiente a menudo comparada con París, ya despertó de su letargo. Tras un ambicioso proyecto de regeneración urbana impulsado por el alcalde Alain Juppé —se prolongó durante más de una década—, la ciudad ha resurgido con un renovado esplendor. Como resultado, casi la mitad de su superficie, más de 1.800 hectáreas delimitadas por amplios bulevares y el río Garona, ha sido reconocida como Patrimonio de la Humanidad. Pero Burdeos es mucho más que una joya arquitectónica de estilo neoclásico. Con una tradición vitivinícola que hunde sus raíces en su pasado romano, la confluencia de todas las delicias gastronómicas del sudoeste galo, desde las ostras de Arcachon al foie de las Landas pasando por quesos y embutidos de calidad sobresaliente, la convierte en un paraíso gourmet perfecto para gozarlo con todos los sentidos.
Su compacto centro histórico es idóneo para abandonarse a ese disfrute. Durante el deambular por sus callejones empedrados se palpa la calidez de infinidad de vinotecas, tabernas y bistrots. El aroma del queso, el foie y el pan caliente emana como un susurro. Rara vez, ese clima se rompe por el sonido de un motor, ya que un pilar de su renovación urbana ha sido la reducción a la mínima expresión del vehículo privado. Su lugar lo ocupa hoy un eficiente y sigiloso tranvía eléctrico y su característico tintineo.
El primer sorbo de la urbe más elegante y distinguida del suroeste francés lo damos en la Rue Sainte-Catherine. Con sus más de 1,2 kilómetros, esta peatonal que discurre entre la puerta de Aquitania, al sur, y la Place de la Comédie es una de las más largas de Europa y una referencia inmejorable para comenzar a descubrir la capital. En el extremo norte se encuentra el hermoso edificio que alberga el Grand-Théâtre (1780), la ópera nacional de Burdeos diseñada por el arquitecto Victor Louis y que sirvió de inspiración en la construcción de la Ópera de París, inaugurada un siglo más tarde. Justo enfrente, a espaldas del Grand Hôtel Bordeaux, se extiende el Triángulo de Oro, el sector de la ciudad delimitado por las plazas Tourny y Gambetta, hogar de la clase pudiente y donde se concentran las principales boutiques. Allí se encuentra la estatua de Francisco de Goya con la que la ciudad rinde homenaje al pintor aragonés, que pasó en Burdeos los últimos años de su vida.
Un poco más al norte, merece la pena desviarse hasta la Place des Quinconces. Esta inmensa explanada que se abre al río Garona alberga en uno de sus extremos el monumento a los Girondinos, una columna coronada por una estatua que rompe unas cadenas como símbolo de la libertad jalonada en la base por dos formidables fuentes de bronce con figuras alegóricas del triunfo de la Revolución Francesa sobre los vicios del Antiguo Régimen. Muy cerca de allí, el idílico Jardin Public ejemplifica un maridaje perfecto entre arquitectura neoclásica y naturaleza urbana.
Hacia la zona más animada de la ciudad
Al oeste de la Rue Sainte-Catherine se extiende el Barrio de Saint Pierre, verdadero corazón del casco histórico de la ciudad. Aquí se concentran varios lugares de imprescindible visita del Burdeos Patrimonio de la Humanidad. Los nombres de sus estrechas callejuelas adoquinadas recuerdan los antiguos oficios de los talleres que se concentraban en los alrededores del antiguo puerto. La desaparición de la muralla medieval, de la que hoy todavía se conservan varias puertas, supuso el reencuentro de la ciudad con el curso del Garona durante el siglo XVIII. Fue entonces cuando la Place de la Bourse comenzó a adquirir su aspecto actual. La plaza original fue diseñada por Jacques Gabriel, arquitecto de Luis XV, y supone un perfecto ejemplo de arquitectura clásica francesa.
Tras varios retoques forzados por el curso de la historia, como la sustitución de la primera estatua ecuestre por la Fuente de las Tres Gracias que se ve en la actualidad, desde 2006 la plaza alberga el icono más reconocible de la capital: un inmenso espejo de agua de casi 3.500 metros cuadrados que multiplica el impacto visual de la arquitectura que lo rodea. Si callejea hacia el sur por este entramado de calles plagadas de comercios históricos, vinotecas y cafeterías llegará hasta la monumental Puerta de Cailhau (1494). Además de haberse conservado prácticamente intacta como vestigio de la antigua muralla, su aire de castillo de cuento la convierte en la puerta más hermosa de cuantas se conservan. Desde sus 35 metros de altura se obtiene una perspectiva inmejorable del Pont de Pierre y el río Garona.
Mientras pasea al encuentro del Burdeos más popular, el que se concentra en el extremo contrario de la Rue Sainte-Catherine, puede realizar una parada en alguna cafetería para degustar una de las más populares delicias bordelesas. Nadie pasa por la ciudad sin probar los canelé, un pequeño dulce con forma de dedal crujiente por fuera y esponjoso por dentro que tiene un característico sabor anisado y que, como tantas cosas en Burdeos, está vinculado al vino, ya que comenzó a prepararse como forma de aprovechar las yemas de huevo que desechaban los enólogos. Los más apreciados son los que se venden en la cadena Baillardran.
La Place de la Victorie es uno de los rincones más animados de la ciudad por la elevada concentración de bares y restaurantes, generalmente más económicos que los que están en el otro extremo de la peatonal. Este es el epicentro del Burdeos más joven y desenfadado, a menudo lugar de celebración de conciertos y festivales urbanos. Además de la presencia de la Puerta de Aquitania, en la explanada destaca la vista de dos estatuas que representan a dos grandes tortugas y un obelisco de mármol rosa.
En el barrio que se extiende a su alrededor, Saint Michel, hay dos referencias ineludibles. Una de ellas es la basílica de estilo gótico que le da nombre, popular por su espigado campanario exento de 114 metros (el más alto de Francia), conocido como La Flèche. La otra visita imprescindible en Saint Michel es el animado Mercado de los Capuchinos, donde a diario llegan delicias traídas de todos los rincones de Aquitania. El domingo, sin embargo, los bordeleses suelen citarse en Marché Chartrons, el otro gran mercado gastronómico de la ciudad. Pocas cosas hay más típicas en Burdeos que tomar un aperitivo de ostras acompañadas de vino blanco a orillas del río Garona.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 52 de la revista Plaza